PIADOSA LEYENDA DEL CUADRO DE LA VIRGEN DE LA PALOMA

 
En todos los pueblos de nuestra hermosa península se profesa una ardiente devoción a la Santísima Virgen María, invocándola con diversos títulos que son por lo general breves compendios de alguna consoladora historia o piadosa tradición.
 
Inmenso es el amor, grande el afecto que tienen los nobles y religiosos madrileños para con la celestial Princesa bajo la advocación de Nuestra Señora de la Paloma.


 
Esto es lo que la tradición refiere acerca del origen que tomó este especial cariño a la Madre de Dios con el citado titulo:
 
Era el año de gracia de 1790.
 
Varios muchachos se hallaban jugando en la calle que se conoce en la imperial y coronada villa con el nombre de la Paloma.
 
Cuando más entretenidos se encontraban en sus infantiles diversiones, salió de un corral que  por allí había, perteneciente a un convento de religiosas de la misma calle, un tratante en ganados de cerda que lo tenía alquilado, quien al remover unas maderas viejas vio en un lienzo una pintura cubierta de gran polvo, y al parecer de todo punto inutilizada, por lo que la entregó a los muchachos.
 
Contentos con aquel destrozado cuadro lo llevaron arrastrando por la calle con gran algazara hasta que llegaron a la esquina de la calle de la Solana.

Allí fueron detenidos por una buena mujer, llamada Isabel Tintero, que por sus muchas virtudes y acendrada piedad la conocían en aquellos barrios con el nombre de la Beata.

Había ésta visto el lienzo que con tan poco miramiento trataban los muchachos, y creyendo distinguir en el una imagen de la Virgen, religiosa y compasiva, deseando que no fuera profanada por las calles, se acercó a un sobrinito suyo que iba con los demás que arrastraban el cuadro, y le propuso dijera a sus compañeros si querían dárselo que ella a su vez les daría cuatro cuartos.

Juan Antonio Salcedo, que así se llamaba el sobrino de la Beata, les dijo a los otros niños lo que su tía les proponía, y aceptando todos gozosos la pequeña cantidad que les prometían dieron el destrozado lienzo a Isabel Tintero, sintiendo esta gran alegría de haberlo sacado de las manos de los muchachos.

Tan pronto como estuvo en su poder lo limpió del mucho polvo que le cubría, y apareciendo entonces más vivos los colores, observó que era un bello simulacro de la hermosa Madre del divino Redentor, representándola en aquellos momentos de tristeza y soledad cuando se encontró en el calvario sin su divino hijo, muerto por los crueles judíos en un afrentoso patíbulo.

Tomó inmediatamente varias cintas de colores que guardaba en su aposento, y formando con ellas un marco que sustituyó al viejo que le quitara el tratante para aprovecharlo en la lumbre, lo colocó en el portal de su casa, poniéndole además una lamparilla que encendía siempre que sus escasos recursos se lo permitían.

Las demás vecinas de la calle que vieron la sagrada efigie de la desconsolada Madre de Jesucristo, comenzaron a profesarle tierna y sencilla devoción, yendo algunas veces al portal a rezarla y  a suplicarla en sus aflicciones y adversidades.

La excelsa Reina de los ángeles debió admitir con gusto las plegarias y alabanzas que continuamente la dirigían los vecinos de la calle de la Paloma, y sin cesar obraba mil prodigios restituyendo la salud a muchos enfermos que se encomendaban a Ella, y consolando siempre a todo el que se acercaba a invocar su poderoso patrocinio.

Estos milagros, que se repetían como decimos con gran frecuencia, dieron tal fama a la Virgen De La Soledad que tenía Isabel Tintero en la calle de la Paloma, que ya no fueron solo sus vecinos los que visitaban el portal de la Beata sino numerosas personas de otros barrios que envidiaban a la buena mujer el gran tesoro que poseía en su pobre morada.

Ya no faltaban nunca dos o cuatro luces cuando menos delante del milagroso retrato de la Señora, y personas muy bien acomodadas al ir a suplicar la protección de la Santísima Virgen, proporcionaban a la piadosa Isabel recursos para que fuese convenientemente alumbrada.

Un nuevo favor que le debió uno de los cortesanos del rey D. Carlos IV, que a la sazón gobernaba los destinos de nuestra católica nación, fue causa de que la divina efigie tuviese un local más a propósito donde recibiera adoración de los fieles y devotos.

De resultas de una caída que diera de su caballo fracturóse una pierna el conde de las Torres, caballerizo de S. M., y tan grande fue el daño que recibiera, que a pesar de estar asistido por los mejores médicos de la corte no encontraba, ningún alivio en sus crueles dolores.



Era posible que para evitar peores consecuencias se le hubiera tenido que amputar la pierna, pero oyendo el conde referir a su criado las prodigiosas curas que debían muchos a la Soberana de los cielos por haberse encomendado a Ella invocándola con el titulo de la Paloma, que ya había recibido la divina efigie que poseyera la Beata, quiso él también demandar sus poderosos auxilios.

Seis días solo habían pasado desde aquel en que, escuchando a su doméstico había rogado con fervor a la Santísima Virgen De La Paloma que le socorriera en su penosa enfermedad, cuando se encontró completamente sano y curado.

Admirados los médicos de aquella tan Milagrosa e inesperada cura, rogaron al piadoso conde les dijera a qué tan prodigiosos medios había acudido para conseguir tan feliz resultado, y entonces lleno de entusiasmo religioso exclamó el noble caballerizo:

- No es a la ciencia humana a quien debo esta prodigiosa cura sino a la que Madre del Dios todopoderoso y consuelo del enfermo y afligido sabe acudir siempre en nuestro auxilio otorgándonos lo que con sincera fe de Ella esperamos.

Solo si, añadió, a la Virgen Santísima De La Paloma soy deudor de la salud que por fin gozo después de tantos y tan terribles padecimientos.

Tal vez, continuó el conde, no sepáis dónde se halla esa divina Señora que he citado; yo tampoco sabía que en la corte tuviéramos tan rico tesoro y joya de tanta valía, hasta que uno de mis sirvientes me ha indicado dónde se veneraba y los muchos milagros que le deben sus fieles devotos.
 
Contó luego con mas detalles la historia de la Virgen de la Paloma, que conocía por lo que a él le refiriera su criado, y extendiéndose pronto por toda la corte el alto favor que dispensara Nuestra Señora al conde, la devoción a la sagrada imagen se aumentó y creció entre los madrileños, de tal modo que el pequeño portal de la casa de la piadosa Isabel no era ya local a propósito para contener a tanta gente como acudía a tributarla culto.

El primer día que pudo salir el noble conde de su casa se dirigió también presuroso a rendir homenaje de gratitud a la divina Señora que tan milagrosamente le devolviera su perdida salud.

Lleno de piedad su cristiano corazón, cuando vio el humilde sitio donde se hallaba expuesta a la veneración de los fieles la preciosa efigie de la Madre del Salvador, pensó al momento en construirla a sus expensas un altar y trasladarla a otro más digno lugar.

En la misma calle de la Paloma alquiló el piadoso caballero un cuarto bajo, y convirtiéndole en religioso oratorio, se colocó sobre el nuevo altar a Nuestra Señora de la Soledad.

No había pasado mucho tiempo desde el día en que el conde, poniéndose bajo el patrocinio de la milagrosa imagen había obtenido tan prodigiosa y admirable cura, cuando el tierno príncipe de Asturias, el que mas tarde había de suceder en el trono, a su padre Carlos IV con el nombre de Fernando VII, cayó en cama víctima de la terrible y cruel enfermedad del escorbuto.

Pocas esperanzas había, entre los sabios médicos que le asistían, de poder salvarle.

El pueblo entero de Madrid, que tenía fundadas todas sus ilusiones para lo porvenir en el augusto niño, preocupado con las graves noticias que recibía a cada momento, se agolpaba cerca de las puertas del alcázar de los reyes ansioso de oír alguna nueva que les hiciera recobrar sus esperanzas.

Triste y lleno también su corazón de amarga zozobra se encontraba la madre del tierno príncipe, la reina María Luisa, cuando se le aproximó respetuoso el conde de las Torres, y le indicó pusiera a su augusto hijo bajo la poderosa protección de nuestra Señora de la Soledad de la Paloma a quien, como ella ya lo sabia, debía la cura de que tanto se había hablado en la corte.

Mucho agradeció la esposa de Carlos IV la indicación de su noble vasallo, e inmediatamente envió a la Virgen algunos faroles del regio alcázar para que luciesen ante la sagrada imagen, mientras por su mandato se rogaba también ante Ella por la salud del príncipe.

La madre había ofrecido a su tierno hijo a Nuestra Señora, y Ésta, queriendo premiar la fe que tuviera en su divina protección, salvó al augusto niño.

Todavía se conserva en la capilla el traje que usaba el príncipe, el cual mandó colocar en el sagrado recinto la madre de D. Fernando en acción de gracias.

Desde aquella fecha puede decirse que data la gran devoción que tienen los madrileños hacia la Virgen de la Paloma.

Todos, enterados del beneficio que había dispensado al heredero de la corona, acudieron a adorar a aquel bello simulacro de la Emperatriz de cielos y tierra que tan compasiva y generosa se mostraba con sus devotos siervos.

El oratorio donde gracias al conde de las Torres se expusiera a la veneración y culto público, era ya también pequeño para contener tantos y tantos fieles que sin cesar iban a postrarse de hinojos ante la Virgen Santísima y a demandar sus poderosos auxilios.

Isabel Tintero, contando con la gran piedad y ardiente devoción de los madrileños para su precioso cuadro, se presentó al arzobispo de Toledo y al Supremo Consejo de Castilla pidiendo autorización para fabricar en honor de la Virgen una capilla más espaciosa que el reducido oratorio donde entonces se hallaba.
 
Concediose el permiso que solicitaba aquella piadosa mujer, y con las limosnas y ofrendas de los fieles se pudo comprar el terreno que sirviera para matadero, en el cual encontrara el tratante en ganados el milagroso lienzo.

El célebre arquitecto D. Francisco Sánchez, sin retribución de ningún género, y solo deseoso de mostrar su devoción a la divina Señora, trazó los planos del nuevo edificio, y pronto los madrileños pudieron adorar a su especial protectora en la magnifica capilla que con sus donativos y limosnas se la construyera.

El día 9 de Octubre de 1706, en procesión solemne y devotísima, se trasladó por fin el bello simulacro de María a un sitio más digno y capaz del que hasta entonces había ocupado.

Isabel Tintero en recompensa de su piedad fue nombrada administradora de todo cuanto se recaudase para el culto de la santa imagen, con amplias facultades para reservarse de las limosnas que necesitase para su manutención y otras obligaciones, dándole además habitación decente en un cuarto inmediato a la nueva capilla.

Muchos años estuvo esta buena mujer cuidando del culto de la divina Señora, cuando en la famosa guerra de la Independencia de España quisieron los franceses arrebatarle las joyas, pero ella supo ocultarlas de tal manera que no pudieron dar con ellas aquellos miserables que tan impunemente quisieron posesionarse de nuestro privilegio del cielo.

Al fallecimiento de la Beata, que ocurrió el 30 de Octubre de 1813, encargóse del cuidado de la capilla a un capellán rector que es siempre nombrado por párroco de S. Andrés, y la Visita eclesiástica.

Desde que sale el sol hasta las doce del medio día, de media en media hora se celebra el santo sacrificio de la Misa en el único altar que existe en este religioso santuario sobre el que se halla la venerada efigie de María en su amarga y triste soledad.

El precioso cuadro que la representa hallase siempre iluminado por infinitas velas y cirios que llevan los fieles para merecer la divina protección de la Misericordiosa Madre de Dios omnipotente.
 
 

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