LA CAMPANILLA DEL AMANECER, LEYENDA


El hecho que vamos a relatar unos dicen que es pura leyenda y otros afirman que es histórico. Ciertamente está ignorado de la inmensa mayoría de los conquenses, salvo poquísimos doctos.

Reinaba en España el bondadoso y católico Rey Carlos III. Por causas que nunca se han sabido y que unos relacionan con el motín de Esquilache, el Monarca, influido por su nuevo Consejero, el Conde de Aranda, resolvió expulsar del Reino a todos los componentes de la Compañía de Jesús.
 
"No se puede comprender —dice el P. Luengo— que un Monarca tan piadoso, recto y benigno como Carlos causara tan gravísimos males a cinco mil religiosos verdaderamente inocentes, sino por habérsele sorprendido y engañado de tal modo, que los creyó reos de gravísimos delitos"

Corría el año 1767. Deseando causar la mayor sorpresa y que los Jesuitas no tuvieran tiempo ni de defenderse ni de salvar bienes ni objetos que les eran propios, se llevaron los trámites con tan riguroso secreto, que en todo el Reino (Península y posesiones de Ultramar) habiendo sido firmado por el Rey el 27 de febrero, se ejecutó el primero de abril, en toda la Nación, en todos los conventos a la vez y a la misma hora. De modo que, ni pudieron comunicarse, ni prevenir el golpe ni defenderla. Y una Orden, como es la Compañía de Jesús, que ha dado tantos sabios y tantos santos, fue calumniada y arrojada de España.
 
Mil calamidades y penas padecieron los tristes exiliados, a los que no se les permitió llevar sino lo puesto, su breviario y rosario.
 
Los Ministros y favoritos de Carlos III llegaron a convencerle de que era de todo punto imprescindible, para bien de España, expulsar a los Jesuitas. Las fuerzas ocultas anticristianas minaban los cimientos de la sociedad, no sólo en España, sino en otras naciones de Europa, entonces y hoy de todo el mundo.

Y con tal malicia y cautela se llevó a cabo este decreto de expulsión, que se cerraron todos los Conventos, Escuelas y Colegios en todo el Reino, el mismo día y a la misma hora. Como no les permitieron ni reunirse con sus familias, sin bienes, sin dinero y expulsados, pasaron innumerables trabajos y penas. Todos tuvieron que marchar al extranjero, a la ventura de Dios...

En Cuenca existía un convento recoleto, en el idílico paraje llamado Plazuela de las Angustias, el cual, cumpliendo lo ordenado, como los demás de España, sufrió su misma suerte. Los frailes salieron, las autoridades procedieron a cumplir los trámites legales de Inventario de muebles, enseres, etc., y se procedió a cerrar y sellar puertas y ventanas.
 
El convento quedó mudo y triste y ya en mucho tiempo nadie se volvió a ocupar del vacío edificio. Pero es el caso que, pasados algunos meses, por Cuenca corrió el rumor de que allá, por la madrugada, del cerrado y clausurado convento, salían unos misteriosos toques de campana.
 
La gente lo tomó a broma, pero los rumores fueron tan insistentes, que ya en la bella ciudad, "la novia del Júcar", no se hablaba de otra cosa.
 
Oigamos algunas conversaciones que al principio fueron habladas en secreto, pero después con la mayor naturalidad, sin esconderse:
 
—¿Has oído lo de la Campanilla de los frailes...?
 
—¿Y quién no lo ha oído en Cuenca... y su provincia?
 
—Si hasta me preguntan qué hay de eso mis primos de Toledo...
 
—Pues dicen que es cierto. Y... (bajó un poco la voz) esta noche, esta madrugada, vamos a ir mis vecinos y nosotros a ver si es verdad lo que dicen...

Lo que al principio era solamente un rumor, fue tomando cuerpo, hasta el extremo de que la mayoría de los conquenses quisieron comprobar qué había de fantasía o realidad en el hecho insólito de que en un edificio cerrado y sellado por la autoridad, hacía ya varios meses, todas las madrugadas, la campanita llamara a los fieles.
 
—Esta madrugada, iremos también nosotros —dijo un maduro varón a sus amigos.
 
—Personas que merecen completo crédito dicen que es verdad...
 
—Y es mayor aún lo que otros afirman: que además, unos minutos después de sonar la campana, pueden percibirse los acordes, aunque tenues, como si vinieran de lejos, de música religiosa...
 
—¡Ya que inventan, que sea completo...! ¿Con que también música?
 
—No lo tomen ustedes a broma; Me han asegurado que es cierto y ya me ha picado la curiosidad y esta misma noche, pienso, digo: pensamos comprobarlo varias personas...
 
—Pues ya nos dirá usted mañana lo que hay del caso...
 
—Así será...

Ante el hecho misterioso, comprobado por muchísimas personas, las autoridades se creyeron en la obligación de tomar parte en el suceso. Arreglados los trámites precisos, puesto que las puertas estaban cerradas y selladas, los dirigentes conquenses se dispusieron a ir y abrir el convento para ver qué era lo que sucedía, que tenía agitado a todo Cuenca. Como es natural, había para todos los gustos: Unos creían hechizo o brujería; otros castigo de Dios por la impiedad de echar a los pobres frailes que ningún mal y sí muchos beneficios habían hecho a Cuenca.
 
Ya no esperaron a que fuera la madrugada para entrar en el convento. A plena mañana, a pleno sol, se procedió a levantar los sellos de puertas y ventanas y abrir las cerraduras. ¿Qué ocurría en el Convento? ¿Cómo podría tocar sola una campanita... ni el órgano?

Inmenso gentío acompañó a las autoridades ansioso de saber el final de un hecho misterioso que tan preocupados les había tenido. Ahora, a la luz del día, iban a saber toda la verdad.
 
El convento fue abierto. Las autoridades entraron las primeras, dispuestos a mirarlo todo, hasta el último rincón. Ya llevaban registrado el edificio en lo que se dedicaba a celdas de los frailes y se dispusieron a ir a la iglesia.
 
En la misma entrada, vieron caído, casi exánime, al más anciano Padre, que formaba la Comunidad de Cuenca, que en vez de salir con sus compañeros, ya de edad muy avanzada, sin tener dónde cobijarse, sin familia y sin recursos, decidió, quedarse escondido en su querido convento, antes que ir peregrinando por el mundo, a morir sabe Dios dónde.
 
Lo condujeron con todas las precauciones al Hospital, donde vivió sólo unas horas. Un poco reanimado, explicó su calvario, encerrado solo en el desierto edificio. La escasez de alimentos (sólo lo que podía coger de la huertecita) y anciano y enfermo, perdió el sentido y ya, per debilidad e inanición, sin medir ni saber realmente la que hacia, siguió sus prácticas religiosas y como era el organista y sacristán del convento, cumplía su antiguo oficio, de tocar al amanecer la campanilla y ensayar algunos motetes en el órgano de la Iglesia.

El misterio quedó aclarado. Se volvieron a cerrar y sellar puertas y ventanas y al infeliz Padre se le dio cristiana sepultura al día siguiente, no sin sentir todos pena del pobrecito anciano, que antes que dejar a su convento y a Cuenca, prefirió morir de hambre y desamparo, en vez de ir a correr a su avanzada edad, aventuras por el mundo.
 
 
 

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