FRASES CÉLEBRES DE SAN AGUSTÍN

 
- El amor del prójimo debe nacer del amor de Dios
y darlo por supuesto, pues por amor de Dios
ha de amarse  al prójimo
si se le quiere amar cristianamente
y de manera grata a Dios.
Esto supuesto, el que ama a Dios observa
los cuatro primeros mandamientos,
porque cree y espera en Dios, y le honra,
santifica los días consagrados al Señor
y reverencia a sus padres.


- Y como ama al prójimo guarda por igual manera
los otros mandamientos, pues este amor
le aparta de hacer mal a sus semejantes.

- Conociéndome a mi
os conoceré  a vos Dios mío.
 
- Vuestra prudencia sea siempre sin orgullo
y vuestra humildad esté siempre
acompañada de prudencia.
 
- Una lágrima por un muerto se evapora;
una flor sobre su tumba se marchita;

una oración por su alma la recoge Dios.

- Los buenos ejemplos son espejos
para que te mires en ellos,
y reprensiones mudas para que te corrijas.

- La penitencia sin mortificación es estéril.
Ganada el alma, aunque todo se pierda;
perdida el alma, aunque todo se gane,
¿qué importa?

- Dichoso el que se salva;
más dichoso el que salva a otros.

- Quien se niega a los gustos sucios, breves y torpes,
se dispone para los puros, eternos y espirituales.
A poco se niega para lo mucho que gana.

- El temor presente causa seguridad eterna.
 
- Cuando rezamos hablamos con Dios,
pero cuando leemos
es Dios quien habla con nosotros.
 
- Una cosa es haber andado más camino y otra,
haber caminado más despacio.
 
- Si dudo, si me alucino, vivo.
Si me engaño, existo.
¿Cómo engañarme al afirmar que existo,
si tengo que existir para engañarme?


San Agustín (354-430), argelino, nació de padre pagano, Patricius, y de madre cristiana, Mónica.
 
Fue educado en las ciudades del norte de África de Tagaste, Madaura y Cartago.
 
Ingresó a la Iglesia católica siendo bautizado en 387.  Ordenado sacerdote de Hipona en 391 y obispo de la misma ciudad en 395. El 24 de agosto del año 410, los soldados de Alarico entraron en la ciudad de Roma a las puertas de Salaria y pasaron a la ciudad por hierro y fuego. Esta calamidad inspiró a Agustín a predicar su "Sermón sobre la caída de Roma" y escribir la "Ciudad de Dios".
 
Dos décadas más tarde, el ejército de Genserico puso sitio a Hipona, donde murió su obispo en 430.
 
 

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