LEYENDA DE LA VIRGEN DE ATOCHA


Corría el año 50 de la era de Jesucristo.

La doctrina que Jesús de Nazaret había comenzado a predicar en  Judea, iba a ser conocida de los gentiles que pronto sabrían apreciar todo lo grande y sublime que en ella se encerraba.

Los apóstoles encargados por el Espíritu Santo de ir a llevar la buena nueva por todas las partes del mundo habían dado principio a su misión, abandonando la ingrata Sion y dirigiéndose a apartados países.


La hermosa Iberia, que algunos años antes había ya sido favorecida con una visita de la Virgen cuando en carne mortal se le apareciera a Santiago y sus discípulos a orillas del caudaloso rio Ebro, recibía nuevamente del cielo otra singular gracia y especial privilegio, teniendo la dicha de ver en su suelo al Príncipe de los apóstoles.

Era una tarde del caluroso estío. El sol, al terminar su luminosa carrera, se dirigía con lento y perezoso paso a hundirse en el Occidente.

En el melancólico crepúsculo, una frágil nave llegaba a las playas de la península, dejando en ellas a algunos pocos hombres que, rodeando tan pronto como tocaran tierra al que por su edad parecía su jefe o guía, a una señal suya, descubrieron respetuosos sus cabezas, doblaron sus rodillas, y elevando su vista al cielo murmuraron una tierna plegaria.
 
Pocos días después de aquel en que arribaran a las costas españolas aquellos piadosos hombres, varios de éstos con su jefe o maestro, fabricaban en el valle de la antigua Mantua un humilde santuario de los primeros que en España oyeron los ruegos y súplicas de los nuevos convertidos al Evangelio.

Una imagen de María Santísima, obra del evangelista San Lucas, autor de otras muchas que con gran devoción se veneran en la península, tuvo su morada en aquella pobre ermita que, pasando los tiempos, había de verse trasformada en suntuosa basílica.

El apóstol San Pedro, pues no era otro el que llegó hasta la que es hoy capital de la España, con algunos de sus primeros discípulos, después de predicar con ellos a los mantuanos la nueva y regeneradora doctrina del crucificado, dejando a algunos de éstos encargados de continuar su predicación, les abandonó para dirigirse a la orgullosa Roma donde debía terminar su vida con la última prueba de adhesión al divino Maestro, siendo también como él clavado en una cruz.

Postrados de rodillas ante la imagen que adornaba el santuario por ellos fabricado en honor de la madre del Salvador, con lágrimas en los ojos, dirigían por última vez juntos el maestro y sus neófitos una ferviente plegaria al Todopoderoso, suplicándole fuese aquel humilde templo visitado por numerosos gentiles que escuchando la divina palabra, abjurasen sus errores convirtiéndose a la fe.

Uno a uno fue abrazando después San Pedro a sus nuevos y antiguos discípulos, y acompañado de algunos pocos de los que con él vinieran desde Oriente abandonaron el santuario encaminándose hacia la altiva ciudad de las siete colinas.

Respetada por los romanos, y después por los invasores bárbaros, continuó aquella ermita dedicada a la Virgen en la Vega de Madrid, siendo el lugar donde iban a hacer sus oraciones todos los primeros fieles del cristianismo en la ciudad, que después de la traición del infame conde D. Julián cayó como las demás de la península bajo la dominación musulmana.

Por aquel tiempo ya la semilla que aportaran el apóstol San Pedro y sus discípulos había fructificado de una manera maravillosa, teniendo Madrid dentro de sus muros cuando la conquista varios templos dedicados al verdadero Dios.

Tras de una heroica resistencia capituló, por fin, la antigua Mantua con los árabes, siendo entre otras de las condiciones que se estipularon entre los vencedores y vencidos, la de la conservación de las iglesias de San Martin y San Ginés en la población, y de las ermitas de Santa Cruz y de Nuestra Señora de Atocha.


Siendo fieles a su religión y sometidos al yugo de los conquistadores con el nombre de mozárabes, siguieron dando culto a la amorosa madre de los cristianos los habitantes de Magerit, con cuyo nombre fue conocido Madrid durante todo el tiempo que se halló bajo el poder de los sectarios del falso Profeta.

Crueles en demasía los hijos de Mahoma con los moradores de la conquistada villa, obligaron a abandonarla a muchos cristianos que escandalizados de la impiedad de los enemigos de su religión y de su patria no quisieron habitar con ellos en Magerit, salieron y se esparcieron por los montes y lugares vecinos, donde como los indomables asturianos vivían con alguna independencia, siquiera fuese a fuerza de mil necesidades y privaciones.

¿La tan querida imagen de la Virgen Santísima seria también abandonada en su santuario y dejada en poder del sarraceno?

¿Aquel lugar tan venerado desde los primeros días del cristianismo, aquel humilde templo testigo de la ardiente piedad, del acrisolado amor de los que abrazaran la doctrina de Jesucristo, seria profanado por los fieles al Corán?

¿Serian tan ingratos los cristianos que salían de Magerit que nada les importase de la suerte que pudiera sufrir aquella pobre ermita construida en honor de la Madre del divino Maestro?

¡Oh, no!

Nunca se vio desierto aquel lugar santo, nunca faltaron en, él devotos de María que guardasen de toda profanación de la morisma impía aquella imagen que trajeran de Antioquia San Pedro y sus discípulos para que en ella adorasen los cristianos a la Reina de los Ángeles, la soberana de los cielos.

Y aunque llamaba la atención de los conquistadores aquel respetuoso afecto que tenían los cristianos para con la imagen de la Virgen Santísima, pocas veces se atrevían a molestarles en sus cultos y oraciones.

GARCIÁN RAMÍREZ DE VARGAS.

Situado a orillas del rio Jarama, se alzaba por los tiempos de esta historia, un feudal castillo que dominaba una pequeña aldea antigua, de todo señor, el valeroso y esforzado caballero cristiano Gracián Ramírez de Vargas.

Teniendo en mucho su libertad e independencia no quiso someterse al yugo de los nuevos conquistadores, y habiendo peleado contra ellos en cien y cien reñidas batallas, hallándose junto al infortunado D. Rodrigo, a orillas del Guadalete, después de la gran derrota que allí sufrieran los cristianos, fuese a ocultar su dolor por la desgracia de su amada patria en el feudal terreno que poseía cercano a Magerit.

Muy devoto, como buen cristiano, de la Santísima Virgen, acudía con frecuencia a la ermita donde se veneraba su preciosa imagen.

Allí puesto de hinojos oraba continuamente al cielo pidiendo libertase a su patria del furor de los sarracenos.

Salió una tarde de su castillo Gracián para dirigirse, según costumbre, hacia el santuario de la Virgen.

Solitario encontró este, y entrando en el con religioso respeto, se encaminó con mesurado paso hacia el altar santo donde tenia su asiento la venerada imagen de la que es madre de todos los cristianos.

Se postró humildemente en tierra y sin levantar la vista del suelo, sumergido en honda y triste meditación, empezó consigo mismo el siguiente razonamiento:

- ¡Cuán desgraciada es mi patria! ¡Cuán triste y desventurada su suerte! Empezaba a alumbrar la fe con vivísimos resplandores en este pueblo que por espacio de tantos siglos viviera atormentado por aquellos crueles gobernadores del César, que mandaban inmolar tantas y tantas víctimas por no adorar sus falsos ídolos. La sangre de infinitos mártires había regado con abundancia la semilla del cristianismo; empezaba a dar frutos de bendición en este suelo, cuando las liviandades e impurezas de un indigno monarca y de una mujer desenvuelta, atrajeron sobre esta tierra las iras del cielo.

Una inicua y miserable traición abre las puertas de la península a los infieles, y toda ella es luego víctima del mahometano alfanje. Las iglesias y templos levantados en honor de Jesucristo, profanados por la morisma, son convertidos en mezquitas, y donde recibía adoración el Dios único y verdadero, donde se enseñaba el Evangelio de Jesucristo, hoy se tributa culto a Mahoma, y se ven sustituidos por el Corán los libros santos. Y ha de permitirse que esto así siga mucho tiempo? ¿No se aplacarán con nuestras súplicas las iras del Dios de Israel? ¿No ha de encender en nuestros pechos la llama del patriotismo que abrase esas impías mezquitas, que anonade a los sectarios de esa falsa religión? ¿Y vos, imagen sacratísima de la Santísima Reina de los cielos, habéis de permitir que os ofendan por tanto tiempo los crueles enemigos de la doctrina de vuestro amado Hijo, del divino y sabio Maestro? Oíd, Señora, nuestras humildes plegarias, condoleos de nuestra horrible suerte.

LA VIRGEN

Alzó la vista del suelo el piadoso Gracián, y en medio de sus súplicas, queriendo encontrar sus ojos la imagen de la Virgen, notó con gran sorpresa que estaba el nicho vacío, habiendo desaparecido la venerada imagen.

Buscó afanoso a ésta per toda la ermita no hallándola en ella, trémulo al principio, ardiendo después en ira, salió presuroso de la ermita, encaminándose hacia el castillo para contar a sus gentes lo sucedido, y procurar encontrar el tesoro que acababa de perder, la joya que tal vez les habían robado los infieles.

Mas no hubo andado muchos pasos, cuando al cruzar un montecillo entre unas matas de bellico vio la venerada imagen, y llenándose su corazón de júbilo, la tomó entre sus brazos, y con muestras de respetuoso cariño la adoró reverente; marchó al castillo, contó a todos como la había encontrado fuera de su ermita, y cuando reunido con sus deudos y vasallos, llegó al sitio donde la había encontrado, exclamó dirigiéndose a los suyos:

—Los traidores hijos de Mahoma que han conquistado nuestro país, ya veis que no se contentan con querernos arrebatar nuestra independencia, sino que burlándose impíos de nuestras creencias, profanan nuestros templos, y se atreven con nuestras más veneradas imágenes. Si nuestros muchos pecados nos han hecho indignos de ser libres, seamos arrepentidos de nuestras culpas, religiosos, y ya que no hemos sabido defender bien nuestra patria, sepamos morir si es necesario por la fe, por la religión de nuestros mayores, no permitiendo que esa soez canalla se atreva con nuestras imágenes y con nuestros templos.

—Mueran, mueran los impíos! al combate! gritaron los cristianos interrumpiendo al valeroso Gracián.

—Si, guerra, guerra interminable, guerra hasta morir o acabar con los infieles; pero antes fabriquemos aquí, donde hemos hallado la imagen preciosa de la amabilísima madre de los cristianos otra nueva ermita, otro santuario donde pueda oír nuestras plegarias y escuchar nuestras súplicas en las adversidades y peligros..


Pronto empezaron los cristianos su obra, y acampando en aquel sitio, trabajando de día y de noche, consiguieron adelantar los trabajos de tal modo, que creyendo los árabes se construía por sus enemigos alguna gran fortaleza para hacerles desde ella la guerra, corrían alarmados por Magerit dando voces y alaridos, incitando a toda la morisma para que salieran a interrumpir en su obra a los cristianos.

Luego que tuvieron noticia del suceso Gracián y los suyos, y armados todos y dispuestos a pelear contra los sarracenos, los esperaron ardiendo en deseos de dar cuanto antes la batalla.

El noble Ramírez quiso antes visitar su castillo, donde temía se atentara contra el honor de su muy amada esposa y de sus dos queridas hijas.
 
-No tembléis, señor, dijo la noble esposa cuando llegó el caballero; no tembléis por mí y mis hijas: id, id, al campo y pelead contra los enemigos de la cruz, no temáis por vuestro honor que vos sabréis estimarlo en lo que vale, dando fin a nuestra existencia con esa espada que lleváis en la diestra

- ¡Horror! -exclamó Ramírez-

- Hiere, hiere padre y señor, le dijeron sus hijas. ¿Aprecias en más nuestras vidas que nuestro honor?

- Sea -dijo el padre, y apartando la vista con horror, consumó el terrible sacrificio.

Reñido fue el combate que tuvo después lugar entre moros y cristianos; grande fue la algazara con que llegaron los primeros al lugar donde se edificaba el nuevo santuario a la Virgen.

Por todas partes se veían brillar los alfanjes y cimitarras, pronto la sangre de ambos combatientes tiñó de rojo el campo. La noche puso término a aquellos horrores, quedando el campo para los cristianos, que hasta llegaron a penetrar en Magerit, llevando la consternación a la infiel morisma que lo abandonó en precipitada fuga.

Los mismos árabes en medio de su confusión y espanto se herían unos a otros; y rotas sus huestes, acosados por los cristianos, no opusieron la menor resistencia a los cristianos a su entrada en Madrid.

El valiente caudillo, el piadoso caballero Gracián Ramírez, deseoso de no desperdiciar aquella favorable ocasión de reconquistar a Madrid, dejó aquí a algunas de sus gentes, y con las demás se volvió al castillo, donde de admiraron todos el más raro prodigio que cuentan las historias; pues por milagro de la amorosa Madre de los cristianos, además de haber dado a estos la victoria contra los moros, devolvió la vida a la esposa e hijas de Gracián, que las encontró orando a los píes de la su sagrada imagen.

Luego llegó a noticia de todos el prodigioso milagro, y ansiando Gracián y los suyos dar gracias a la Virgen Santísima por sus especiales favores, se ordenó una piadosa procesión, llevando en triunfo a la Imagen a la Iglesia de Santa María la Mayor.

El santuario humilde que dedicaran los deudos de Gracián a la Virgen, fue tenido desde aquella época en gran estima y veneración por todos los habitantes de Madrid.

No es posible detenerse a referir los infinitos milagros que cuentan las historias obrados por el Señor, y todos ellos por intercesión de Nuestra Señora de Atocha.

La piedad de los fieles ha trasformado la humilde mansión donde primeramente se albergara la Abogada y Protectora de los madrileños en la actual Basílica.
 
Antes de su reedificación, el santuario era una gran iglesia de tres naves con arcos y pilastras de ladrillo.

La capilla principal ó altar mayor, estaba adornado de una imagen de Dios Padre, teniendo a los lados los cuatro Evangelistas. Debajo estaba colocada Nuestra Señora de la Antigua. La Virgen de Atocha se hallaba en otra capilla contigua de bóveda junto al altar mayor, en el mismo sitio donde la encontrara Gracián Ramírez.

Comprendía este santuario otras cuatro ermitas dedicadas a San Juan Evangelista, Santa Columba, Santa Catalina y Santa Polonia.

En tiempos muy remotos se daba hospedaje a los peregrinos, y bajo la invocación de Nuestra Señora de Atocha, se fundó una asociación o cofradía, a la que pertenecían principales personas.

Varias son las vicisitudes por las que ha tenido que atravesar este célebre santuario, y sería más propio de una extensa historia, que no de una ligera leyenda el dar cuenta minuciosa de todas ellas, por lo que nos limitaremos a  decir, que siendo emperador Carlos I, se cedió la ermita de Nuestra Señora de Atocha a la orden de Santo Domingo, para que edificase un monasterio, reedificándose otra vez el santuario y recibiendo grandes mejoras.

Cuando la guerra de la Independencia, los franceses convirtieron el convento e iglesia en cuarteles y caballerizas, destruyéndolos además de incendiarlo.

Vuelto a España Fernando el Deseado, el templo de Atocha fue restaurado dejándolo tal como hoy se halla.

Bajo sus hermosas bóvedas descansan los héroes de nuestra independencia Castaños y Palafox, cuyos nombres, unidos a los de Bailen y Zaragoza, los ha hecho ya inmortales la historia contemporánea.
 
Grande ha sido en todas épocas la devoción a esta Imagen milagrosa conocida bajo la advocación de Nuestra Señora de Atocha; según unos, por haber degenerado en esta palabra la de Antioquía, de donde la trajeran el apóstol San Pedro y sus primeros discípulos; según otros, por venir de la palabra griega Theotoca, que significa Madre de Dios, y por último, por la de los Atochares ó de Atocha por haber encontrado Gracián a la Virgen junto a un montecillo en un prado en que se criaba la yerba Tocha o Atocha.

La imagen, que como ya creemos haber dicho se atribuye su construcción a San Lucas Evangelista, según otros, este santo no hizo más que pintarla, siendo Nicodemus quien la fabricara. Tiene cerca de vara y media de altura y se halla sentada en una silla de la misma madera con que está fabricada la imagen.

Como la Virgen del Pilar y casi todas las demás imágenes que veneramos en España, tiene en el brazo izquierdo el Niño Jesús y con la diestra un libro y una manzana. 
 
De las cornisas del templo penden banderas y estandartes que han llevado nuestros guerreros y soldados a las más célebres batallas, y posteriormente se ven también junto a esos estandartes de nuestros tercios, junto a esas banderas de nuestros bravos batallones, las enseñas arrebatadas a los moros en la guerra que hace tiempo hicimos al imperio de Marruecos.

De la antigua iglesia no existe hoy más que la antecámara y camarín, de tiempo de Felipe V, que sirve para sacristía.

Resto de las bellezas artísticas que adornaban aquel suntuoso templo, aun pueden admirarse varias pinturas debidas a Ricci y Carreño.

En 1837, deseando la Reina gobernadora librar a este venerado santuario de la demoledora piqueta de la revolución que echaba a tierra tantos conventos y monasterios, por una ley propuesta a las Cortes, que fue sancionada el 6 de Noviembre del citado año, se convirtió en cuartel de inválidos, por lo que se trasladó a la veneranda imagen desde la magnífica iglesia de Santo Tomás, donde provisionalmente estuviera, hasta su antiguo templo.

En diferentes ocasiones se ha sacado la imagen en procesión para invocar su auxilio en varias desgracias y calamidades.

Los reyes que han gobernado España, teniendo gran devoción a tan milagrosa imagen, han dispuesto se celebraran en su santuario grandes solemnidades, a las que han asistido con su corte, y todos los sábados por la tarde, según costumbre introducida por el piadoso Rey Felipe III, han asistido a la salve que se cantaba para implorar la protección de la Virgen.

Al advenimiento al trono, a la salida y entrada en Madrid, los reyes concurren al venerado santuario, y lo mismo a presentar el heredero de la corona a la Virgen.

Doña Isabel de Borbón, entonces Reina de España, hizo a la Virgen el 2 de Febrero de 1852, una ofrenda, dejando en el ara santa de la Señora el vestido, manto y corona real que llevaba el día que atentara contra su existencia el célebre cura Merino.

Los infinitos votos y ofrendas que se ven colgar de las paredes del santuario son pruebas de la universal devoción que siempre han tenido los madrileños y los españoles todos, a la Santísima Virgen de Atocha.
 
 



 

2 comentarios:

  1. Buenos días
    Muy interesante la leyenda.. ¿de qué fuente ha sido obtenida? ¿viene en algún libro? ¡Gracias!

    ResponderEliminar
  2. EL caballero de quien se habla, ¿es Gracián Ramírez de Vargas o Gracían Ramírez del Castillo?

    ResponderEliminar

SÍGUEME EN FACEBOOK