SANTÍSIMA VIRGEN REFUGIO DE PECADORES CONTRA DEMONIOS, MAGIAS Y HECHIZOS



La Santísima Virgen Refugio de Pecadores, es Abogada, Auxiliadora y Mediadora ante Cristo Nuestro Señor. 

Sfiesta se celebra el 4 de julio, ya que fue el 4 de julio de 1719 cuando fue coronada con ese nombre. Su Santidad el Papa Clemente XI, Sumo Pontífice en los primeros 21 años del siglo XVIII (de 1700 a 1721), fue quien le concedió la coronación pontificia bajo ese título: Nuestra Señora del Refugio de Pecadores. Eran aquellos tiempos de los errores cismáticos de los jansenistas que tanto enfriaron la piedad y devoción de los fieles, y tiempos también de grandes pestes que dejaron muchas muertes en Europa; más en Italia y Francia.


ORACIÓN

¡Dulcísima María, consuelo, abogada y Refugio de los pobres pecadores! 

Muéstrame, Madre mía, que de este pecador hijo tuyo que confía y se vale de ti para verse libre del pecado y del demonio, mi cruel enemigo. 

No permitas, Virgen del Refugio, que tienda sus lazos para capturarme maliciosamente, que no tengo otro refugio ni otro amparo que el de tu piedad. 

No desmerezca, Señora, este favor con mis pecados e ingratitudes, con mis olvidos, con mis tibiezas en amarte como debo; muévete a compasión, amorosísima reina, al ver las llagas de mis pecados, que son infinitos, para que las sanes con el bálsamo de tu caridad. 

Mira, Virgen del Refugio, los monstruos y sombras de la muerte que me rodean y provocan a desesperación: atiende a que las fieras que despedazan el interior de mi alma, y la tienen tan envenenada, son tantas, que cualquiera de ellas era bastante para destruidla y arruinarla enteramente, si la esperanza en tu benignísima piedad no alentara mis enflaquecidas fuerzas. 

No permitas, Bien mío, que sea tanta mi desgracia, que, desatendiendo a mis gemidos, mis ingratitudes me liaban indigno de merecer, por tu intercesión, el perdón de mis pecados, cuando muchos subieron por tu mano a ver a Dios en su celestial Paraíso, que sin ti hubieran sido pasto de las voraces llamas del infierno. 

¿Pues cómo será posible, Señora y Madre mía, el que sea tanta mi desdicha, que yo merezca la suerte buena de aquellos que hubieran sido crueles despojos de los demonios, ¿o haberlos librado tu indecible piedad? ¿Cómo he de ser yo solo, Señora, el desgraciado entretantos felices pecadores, ¿que por ti son y serán siempre astros lucidísimos en la gloria? 

¿Cabe esto dulcísima María, en tu imponderable clemencia? ¿Sufrirá tu grande caridad y amor que se condene un pecador que a ti clama y en ti pone todas sus esperanzas de su salvación eterna? 

Ya se ve, Madre mía, que no, porque tú eres la ciudad de Refugio, dentro de cuyos muros y a la sombra de sus almenas, se aseguran y se ven libres de la espada de la Justicia divina, los más perdidos y delincuentes pecadores. ¿Pues qué no he de esperar yo por más que mis culpas excedan a las arenas del mar, y aunque mis pecados sean tantos, que por su multitud no se puedan numerar? 

¿Cómo he de desconfiar de mi remedio teniendo en vos, Virgen del Refugio, una caritativa Madre, que no porque vea los pecados de sus ingratos hijos, los desampara; una abogada tan poderosa que a tus eficaces ruegos nada se niega, ¿y un Refugio que me defienda de las iras divinas? 

Pues, Madre, Abogada y Refugio, que sea mi mérito esta confianza que en vos tengo, para que jamás ceses de rogar por mí a Dios, para que cesen sus enojos. 

Virgen del Refugio, alcanzáme de tu santísimo Hijo eficaces auxilios, para que llorando con lágrimas verdaderas de una perfecta contrición mis pecados, me hagas participante de tus admirables virtudes, con las que merezca por tu intercesión, una sentencia favorable cuando me vea en su severo Tribunal, que siendo anuncio feliz de mi bienaventuranza, ésta la continúe por toda la eternidad, gozando de su vista, en tu apreciable compañía en la gloria. 

Amén.

Se rezan cinco Ave Marías y cinco glorias.



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