EL ÉNGEL QUE REPARTE BENDICIONES Y NOS LIBERA DE PESARES Y MALDICIONES


Poco antes de su muerte Jacob bendice a su hijo José y a sus nietos Efraín y Manases. Para ello pronuncia estas palabras: 

"Ángel que me has liberado del dolor terrenal, bendice a mis pequeños, puesto que mi nombre debe seguir viviendo con ellos" (Gen. 48, 16). 

Esta es una imagen muy hermosa. Cada persona tiene un Ángel que lo bendice y le ofrece lo mejor. Bendecir significa en latín y griego: decir lo bueno, pronunciar lo bueno sobre un hombre. El Ángel que bendice es al mismo tiempo quien nos libera de nuestros pesares y heridas. 

Hay niños que escuchan a menudo pocas buenas palabras. Se les dice, en cambio, siempre aquello que deben hacer o aquello que hicieron mal. Pero Peor aún son las palabras que son más maldiciones que bendiciones, como por ejemplo: "No deberías existir. Nos llevarás a la tumba. Ya verás adonde te llevará esto. Nunca llegarás a ser alguien. Eres una carga para nosotros. Deberás sufrir por siempre por lo que nos has hecho. Dios debe castigarte para siempre por lo malo que eres." 

Hay personas que creen vivir bajo un maleficio. Viven con la sensación de que nunca se sienten capaces de comulgar, no se creen lo suficientemente buenos como para poder integrar la comunidad cristiana como cualquier otro, o bien creen que jamás cumplirán con las expectativas de sus padres. 

Una maldición como ésta limita la fuerza vital de un hombre. Vivir bajo un maleficio significa vivir constantemente con miedo a que esta maldición se cumpla. El Ángel que bendice puede ser el padre o la madre, un vecino, la abuela o el abuelo, el maestro o el cura. Pero también puede ser el Ángel que vive en el interior del niño. Sólo hace falta escuchar las conversaciones que mantienen los niños con sus muñecos. Allí pronuncian a menudo bendiciones, en principio dirigidas a sus animalitos de peluche pero en realidad indirectamente a ellos mismos. 

Una vez, una pequeña hablaba con su pelota. Le deseó todo lo mejor, la consoló, ponderó y le contó de sí misma. Aquí nos referimos justamente a esa zona intermedia que describe Winnicott, en la cual el niño aprende a conectar su realidad interna y externa. En esta zona pronuncia palabras distintas a las que escucha de sus padres. Pronuncia allí aquello que sale de su corazón, aquello que en verdad necesita. 

La zona intermedia es también el lugar donde el niño se da cuenta de la existencia del Ángel que lo bendice, que le desea lo mejor. El Ángel habla a través de las propias palabras del niño y coloca su mano protectora sobre él para evitar que lo alcance la maldición de sus padres. Jacob denomina al Ángel que lo bendice "quien me ha liberado de los pesares terrenales". 

El Ángel libera al niño de su desgracia y corta las cadenas que lo atan sin permitirle vivir. A menudo el niño carece de oportunidades ya que está sumergido en atmósfera de peleas, caos emocional y brutalidad. Pero el Ángel que acompaña al pequeño construye una distancia saludable para que éste no deba absorber toda esa carga negativa. Rompe con las cadenas que lo atan a la realidad externa y lo conecta con una realidad interna en la cual la desgracia no puede ingresar. 

Cuando la realidad externa es terrible, el Ángel guía al niño hacia su mundo interior en el cual nadie puede lastimarlo. Por ello es que a veces los niños pueden sobrevivir sin grandes perjuicios a situaciones terribles. 

Pero no sólo en nuestra niñez deberíamos recurrir a nuestro Ángel. Nuestro Ángel nos acompaña siempre y nos bendice al hacernos notar lo bueno en nosotros. Nos libera de los lazos que nos unen a un ambiente enfermizo al conectarnos con nuestro mundo interior, donde tienen prohibida la entrada las personas que nos critican y lastiman. En este mundo interior mantiene el Ángel su mano protectora por sobre nosotros para que no nos puedan alcanzar las desgracias y fuerzas destructivas que nos rodean. 

La escritora judía Nelly Sachs habla del lugar bendecido que nos ofrecen los Ángeles: "Ángeles de las tierras primitivas cuántas millas de martirio debe retroceder la añoranza hacia su lugar bendecido". 

Nelly Sachs sabe que nos hemos apartado mucho de este lugar bendecido. La añoranza debe retroceder muchas millas, debe abandonar todo a lo que se aferra para acceder a este lugar interior en el cual somos bendecidos. Son los lugares primitivos que nos llevan a nuestro origen y nos conectan con la imagen primitiva que Dios se hizo de nosotros. 

Los Ángeles protegen el lugar bendecido en el cual Dios nos ofrece lo mejor para nosotros, en el cual estamos rodeados de la fuerza y misericordia de Dios.




0 comentarios:

Publicar un comentario

SÍGUEME EN FACEBOOK