¡Oh, Nuestra Señora del Buen Encuentro,
mi madre y mi soberana,
fervoroso me inclino ante tus pies!
Nadie puede contar,
todos los prodigios
que nos muestras todos los días
a quienes te invocamos,
tampoco se puede medir
la confianza, protección y el amor
que nos das a tus hijos.
Oh, Virgen de los milagros,
como siempre te han llamado nuestros padres:
sana los que sufren,
consuela a los que lloran,
cuida de las familias,
protege a los niños,
vela por el sustento de los justos,
por la conversión de los pecadores,
fortifica a los sacerdotes
para que puedan ser apoyo y ayuda
de los fieles a los que adoctrinan.
Oh, amable Madre,
llena de bondad,
ten compasión de un alma
que se enorgullece de pertenecerte.
Protégeme de los peligros
a los que me expongo cada día;
aleja mis enemigos,
fortaléceme en mis debilidades,
asísteme en todo momento de mi vida,
guíame hasta el final de la carrera
en el mar tempestuoso de este mundo,
que me llevará al puerto de la felicidad eterna,
donde espero que verte,
y que me permitas disfrutar
con todos elegidos
por los siglos de los siglos.
Así sea. Amén
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