ORACIÓN A LA VIRGEN DE LOS DOLORES

 

ORACIÓN
 
Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas;

clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.

Quiero ir contigo en la impía tarde
negra y amarilla.

Aquí, en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.


¿Dónde está ya el mediodía
luminoso en que Gabriel,
desde el marco del dintel,
te saludó: "Ave, María"?
 
Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.

Déjame hacer junto a ti
este augusto itinerario.

Para ir al monte Calvario
cítame en Getsemaní.

A ti doncella graciosa,
hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores,
nido en que el alma reposa,
a ti te ofrezco, pulcra rosa,
las jornadas de esta vía.

A ti, Madre, a quién quería
cumplir mi humilde promesa.

A ti, celestial princesa,
Virgen sagrada María.
 
Amén.
 

La Virgen de los Dolores, Nuestra Señora en sus misterios dolorosos, es una de las más antiguas devociones marianas de España. En todos los pueblos y casi en todos los templos existe la sagrada imagen de la Virgen enlutada y llorosa, exhibiendo en su corazón atravesado de puñales los títulos de corredentora del linaje humano.
 
Hay, con todo, una ciudad española en la que el sentimiento de los dolores de María ha llegado a tan alto grado, que ha refundido o unificado todas las advocaciones y todas las variantes de la devoción a la Santísima Virgen en la devoción de la Mater dolorosa. Nos referimos a Sevilla.
 
Aparte de las dos devociones generales, la devoción concepcionista, de tan antigua tradición sevillana, y la devoción a la Virgen de los Reyes, hoy canónicamente declarada patrona de Sevilla, cada barrio, parroquia, cofradía, capilla u oratorio profesa especial culto a la Virgen de los Dolores, bajo los más diversos títulos.
 

Primeramente, Sevilla ha agotado para sus imágenes dolorosas todas las advocaciones ordinarias relativas a la sagrada Pasión, y aun ha creado alguna que no hay en ninguna otra parte.

Existen, pues, varias imágenes de la Virgen de los Dolores, y, además, del Mayor Dolor y Traspaso y del Mayor Dolor en su Soledad; existe la Virgen de la Piedad, de las Angustias, de la Angustia y de la Quinta Angustia; la Virgen de las Lágrimas, de las Penas, de la Luz en el Sagrado Misterio de sus Tres Necesidades (escalas, mortaja y sepulcro), de la Amargura, de las Tristezas, del Rosario en sus misterios dolorosos y de la Soledad.

En segundo lugar, y esto es lo que más llama la atención, en Sevilla se venera en efigie y hábito de Dolorosa a la Santísima Virgen en casi todos los misterios de su vida. Hay María Santísima de la Concepción, del Dulce Nombre, de la Presentación, de la Encarnación, de la Esperanza, de Gracia y Esperanza, de la O y de la Candelaria.

Sigue después la prolongada fila de advocaciones que se llaman en Sevilla «Vírgenes de Gloria», porque se celebra su festividad en tiempo pascual y se las representa con el Niño Jesús en brazos; pero en la semana mayor de Pasión reciben culto en forma de Dolorosa, y son la Santísima Virgen de la Salud, del Socorro, del Patrocinio, del Refugio, de los Ángeles, de las Aguas, de Guía, de la Estrella, de la Iniesta, del Buen Fin, de la Paz y de Loreto.

Por último, Sevilla ha convertido en Dolorosas las advocaciones de las Patronas más renombradas de las regiones españolas:

la Virgen de la Merced (Barcelona), la de Montserrat (Cataluña), la de los Desamparados (Valencia), la de la Regla (León), la de los Remedios (Mondoñedo), la de la Victoria (Málaga), la de Villaviciosa (Córdoba), la del Subterráneo (Santa María de Nieva), y así mismo las advocaciones de las Patronas más sonadas de la misma región sevillana: Nuestra Señora del Valle (Écija), de la Palma (Algeciras), de la Caridad (Sanlúcar de Barrameda).

Todas estas advocaciones, a veces repetidas y aun triplicadas, forman una galería escultórica tan rica como difícilmente se hallará otra en el mundo. Cada santa imagen es el núcleo de un movimiento social que polariza a su alrededor a numerosas familias de la parroquia o del barrio, integradas en Cofradías que rinden constantes cultos a su Virgen y desenvuelven su vida entera en torno a ella.
 
Ante su Virgen se bautizan, reciben la primera comunión, se casan, juran sus hijos las «Reglas» de la Cofradía, hacen su comunión pascual y se entierran amortajados con la túnica de nazarenos que año tras año han vestido por Semana Santa en procesión de penitencia. ¡Qué fenómeno religioso-social tan vivo, tan auténtico y tan fecundo el de las Cofradías sevillanas! ¡Qué mal comprendido y deformado por la «leyenda negra», que se ceba en todo lo bello de España, empezando por ella misma!

Las imágenes antedichas, que en Sevilla llaman «de Pasión» por contraste a las llamadas «de Gloria», son todas imágenes de vestir, y en este aspecto no hay palabras para encarecer el lujo que en sayas, mantos y tocas derrochan las Cofradías, sin pujas ni emulación entre ellas, cada una atenida a sus recursos propios, sabiendo perfectamente que una «Cofradía de barrio» no puede competir con otra situada en lo mejor de la ciudad, y gozándose la Cofradía que es pobre en la suntuosidad de las que son ricas.
 
Hay, sí, la emulación de mejorar cada año y enriquecer el patrimonio de la Hermandad, que, además de sus imágenes, consiste en estandartes, banderas, ciriales, incensarios, varas, bocinas, canastillas y cruz de guía.
 
Como signo de devoción mariana hay que hacer notar que, además del estandarte representativo de la Cofradía, luce cada una varias insignias, en forma de bandera o lábaro, que significa la devoción jurada de la Hermandad al misterio de la Inmaculada Concepción, al de la Asunción en cuerpo y alma a los cielos, y ya son muchas las que ostentan «el Mediatrix», la bandera significativa de que la Hermandad ha jurado defender el dogma de María medianera de todas las gracias.

Los cultos solemnísimos que a través de toda la Cuaresma celebran las Cofradías en honor de sus santas imágenes son indescriptibles por el derroche de cera, el esplendor de la música, el desfile de los oradores sagrados más famosos de España y el concurso de cofrades, que el último día, al ofertorio de la misa, juran uno por uno la Santa Regla de la Hermandad y sellan su juramento recibiendo la sagrada comunión.

Un acto emocionante por su intimidad y sencillez es el traslado de las santas imágenes desde su capilla propia a las andas procesionales. Fijémonos en el traslado de la Virgen del Valle, una de las Dolorosas más bellas que ha producido el arte de la imaginería española.
 
Viernes de Dolores. Doce de la noche. Cofrades y devotos han ido entrando a la deshilada en el templo del Santo Ángel, por una puerta particular, pues los «traslados» son a puerta cerrada. El templo está matizado de gente.
 
Al dar el reloj la primera campanada, la muchedumbre se arrodilla, y, en un silencio escalofriante, aquella imagen de la Virgen, que está en su trono de plata, alta, alta, donde ha sido honrada con un solemnísimo septenario, siente un ligero estremecimiento y comienza a descender lentamente, por acción de un torno invisible, como una estrella que se desprende del cielo.
 
Cuando descansa sobre los hombros de sus cofrades, entre luces e incienso, es conducida procesionalmente a su capilla.
 
Actos como éste, con diferencia de horas o detalles, son comunes a muchas Cofradías.

Por último, dos palabras sobre la apoteosis de María Dolorosa, el «Paso de Virgen». Se llama así en Sevilla a las andas en cuyo centro se coloca la sagrada imagen, cubierta con un palio que sostienen doce varales de plata.
 
El «Paso de Virgen» es una concepción artística en que se funden armoniosamente el oro, la plata, la seda, la luz, las flores, las piedras preciosas, el arte escultórico, la orfebrería, el bordado..., y todo se aúna y confluye en gloria y honor de la Santísima Virgen agobiada por sus dolores.

Un «Paso de Virgen» es algo incomprensible, algo inexplicable, si no se le ve realmente en la noche primaveral de Sevilla.

Es el triunfo de la devoción a la Madre de Dios de los Dolores.
 

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