SAN ATANASIO, ORACIÓN PARA CONSEVAR LA FE


ORACIÓN A SAN ATANASIO

Tus trabajos, oh gran doctor,
ahogaron el arrianismo; pero todavía hoy
quedan momentos desesperados
en los que es difícil mantener la fe
por las distintas catástrofes,
desastres naturales,
sufrimiento de los más débiles,
enfermedades crueles, hambre...
 
Conserva en nosotros,
por tus méritos y oraciones,
el don precioso de la fe
que el Señor se dignó confiarnos.
 
 
Alcánzanos que confesemos y adoremos
siempre a Jesucristo
como a nuestro Dios eterno e infinito,
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado y no hecho,
que se dignó tomar carne de María
por nosotros los hombres
y por nuestra salvación.
 
Revélanos sus grandezas
hasta el día en que podamos
contemplarlas contigo en la gloria.
 
Entretanto conversaremos con El
por la fe sobre esta tierra
testigo de los esplendores de su resurrección.

Amaste a este Hijo de Dios,
Creador y Salvador nuestro.
 
Su amor fue el alma de tu vida,
el móvil de tu consagración heroica a su servicio.
 
Ese amor te sostuvo en las luchas
en que el mundo entero
parecía conspirado contra ti.
 
Te hizo más fuerte que todas las tribulaciones;
alcanza para nosotros ese amor
que nada teme porque es fiel,
ese amor que debemos a Jesús,
que siendo el esplendor eterno del Padre,
su sabiduría infinita, se dignó humillarse
hasta tomar la forma de esclavo,
y hacerse por nosotros obediente hasta la muerte
y muerte de Cruz.
 
¡Cómo pagaríamos su entrega por nosotros
sino dándole todo nuestro amor a ejemplo tuyo,
y celebrando tanto más sus grandezas,
cuanto más El se humilló por nosotros!
 
Amen

Utilizando la elocuencia, que es el arte de convencer por medio de la palabra, se pueden expresar pensamientos verdaderos o equivocados. Por eso es frecuente que un orador logre ganar el ánimo de un auditorio haciendo uso de las galas de la elocuencia, aun cuando sus ideas estén equivocadas.
 
Todo esto lo decimos a propósito de la historia de San Atanasio, pues este varón ejemplar tuvo que luchar en el campo de las ideas contra el error que predicaba un hombre ingenioso y elocuentísimo, llamado Arrio.


Apenas acababa la Iglesia de salir victoriosa de tres siglos de persecución por parte de los emperadores romanos, cuando, reinando Constantino, se vio turbada por la doctrina de Arrio, quien negaba la divinidad de Jesucristo.
 
Durante los años de persecución no había sido posible organizar un Concilio Universal que deliberase sobre asuntos tan graves, pero desde que Constantino dio plena libertad a los católicos, ya nada se oponía a que el papa convocara a todos los obispos para reunirse en asamblea extraordinaria. Así se efectuó el Primer Concilio Universal de Nicea, durante el cual se declaró hereje a Arrio, autor de la mencionada doctrina.
 
Numerosos y notables obispos acudieron a la deliberación, y entre ellos destacaba Atanasio, llamado con razón el Grande por su virtud, ciencia y habilidad para sostener la verdad de la Iglesia en aquellos momentos de prueba.
 
El dirigente o jefe de los oposicionistas era el propio Arrio, hombre de edad venerable, instruido en las letras y la filosofía de los griegos, que sabía usar como pocos el arte de la persuasión, empleando para ello un lenguaje elegante y seductor. Reforzaba sus frases y bellos períodos con una presencia agradable, y adoptaba un aire de santidad y dulzura, todo lo cual hacía de él un orador tan formidable como peligroso.
 
Pero los obispos católicos no le fueron en zaga, como puede verse por el resultado final del Concilio de Nicea. Y entre todos, destacó en forma notable y brillantísima Atanasio, que en aquel tiempo contaba solamente treinta años.
 
Su palabra resplandeció con la luz de la fe verdadera, y tuvo la fuerza necesaria para desbaratar lo que la deslumbrante elocuencia de Arrio había levantado. Esta victoria de la verdad contra la elocuencia, de la razón y la fe contra las astucias de la inteligencia equivocada, costó a San Atanasio una tenaz persecución por parte de los arrianos.
 
Muerto Constantino, los emperadores que le sucedieron, sin poseer ni las cualidades ni la instrucción de él, se aliaron contra Arrio. No obstante Atanasio fue blanco constante de sus ataques, pero jamás lograron debilitar al ilustre defensor de la fe, cuya palabra de luz se convirtió en una barrera infranqueable frente a los errores tremendos de aquella época.
 
San Atanasio tuvo una vida llena de incidentes, sufriendo alternativas de gran contraste, pues lo mismo se hallaba rodeado del respeto y la veneración generales, como tenía que andar fugitivo o desterrado, ocultándose de sus enemigos.
 
Por último, es conveniente recordar que la vida de Atanasio ocurrió en el siglo cuarto de nuestra Era, siglo pródigo en luchas espirituales pues lo mismo había hombres de admirable religiosidad como paganos recalcitrantes, afectos sólo a sus placeres y comodidades.
 
 

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