DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN


Domingo de Pascua de la resurrección del Señor:

Vigilia Pascual

El pueblo hebreo celebraba todos los años como «memorial» con una vigilia nocturna el paso del Señor durante la noche para liberar a sus padres de la esclavitud del Faraón. La Iglesia ha visto siempre en este acontecimiento del pueblo hebreo una figura del paso del Señor, de la Pascua. Y desde tiempo inmemorial, teniendo como fondo la celebración del pueblo hebreo, ha celebrado con una vigilia nocturna la Pascua de su Señor.


Esta Vigilia ha sido siempre «la madre de todas las santas vigilias» (San Agustín), «la mayor de todas nuestras fiestas, la mayor de todas nuestras celebraciones» (San Gregorio Nacianceno).

Tiene cuatro partes: lucernario o solemne comienzo de la Vigilia, liturgia de la palabra, liturgia bautismal, liturgia eucarística.

- Primera parte: lucernario o solemne comienzo de la Vigilia.

En la antigüedad no era tan sencillo como ahora disponer, llegada la noche, de fuentes de luz. De ahí que la luz tuviese para ellos un sentido y un valor muy superior al que nosotros le concedemos.
 
Cuando los cristianos se disponían a pasar toda la noche en la iglesia en oración, su primera preocupación era disponer de luz. Luz en la que veían simbolizado a Cristo, que se había presentado a sí mismo como la luz del mundo: «Yo soy la luz del mundo».
 
Este simbolismo lo seguimos sintiendo nosotros, aun cuando dispongamos de otros medios de iluminación.

La Iglesia comenzó muy pronto a abrir la Vigilia de Pascua con un lucernario, muy bello y cargado de sentido «cristiano».

El traslado procesional del cirio de la puerta de la iglesia al presbiterio recuerda el largo caminar de los israelitas por el desierto hacia Tierra Santa guiados por una columna de fuego; y recuerda también nuestro caminar por la vida guiados por Cristo, luz del mundo.

La bendición del fuego y del cirio se han de hacer a ser posible en el exterior de la iglesia. Todas las luces han de estar apagadas.

No hay más luz que la del cirio. Durante la procesión hacia el presbiterio, el que lleva el cirio canta varias veces: "Luz de Cristo" a l0 que todos responden: "Demos gracias a Dios".
 
Colocado el cirio junto al ambón, el diácono, o el mismo sacerdote, entona el pregón pascual, pieza poética llena de lirismo y de teología que invita a todos a la alegría pascual, porque ha pasado la noche y brilla ya la luz que es Cristo resucitado.

- Segunda parte: Liturgia de la Palabra.
 
Parte fundamental de toda vigilia ha sido siempre la lectura de la Palabra de Dios, lectura a la que el pueblo correspondía meditando y orando. «En esta vigilia "Madre de todas las vigilias", se nos proponen nueve lecturas: siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo: "epístola y evangelio"» (Rúbrica del misal).

La tres primeras lecturas: dos del Génesis y una del Éxodo, narran tres intervenciones de Dios: creación, sacrificio de Abrahán y paso del mar Rojo. En ellas aparece el amor de Dios al hombre, amor que ha tenido en la resurrección de Jesús su más alta manifestación.

A éstas siguen otras cuatro lecturas también del Antiguo Testamento: dos de Isaías, una de Baruc y una de Ezequiel. Estos profetas animan al pueblo a ser fiel a Dios, a esperar en él. Espera que ha de animar la certeza de que Dios cumplirá lo que promete, sobre todo en el futuro mesiánico.
 
El salmo responsorial y la oración que sigue a cada lectura son la respuesta cristiana, animada por la resurrección del Señor, a cada una de las lecturas.

Antes de proclamar la Palabra del Nuevo Testamento la Iglesia crea un clima de alegría pascual que es el que ha de dominar en la asamblea durante las acciones litúrgicas que van a seguir: se encienden los cirios del altar, el sacerdote entona el himno Gloria a Dios en las alturas y mientras se canta este himno suenan las campanas que han estado mudas durante los días anteriores.

En la epístola el Apóstol les recuerda a los romanos -a nosotros- algo que era constante en su predicación: por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo para resucitar con él.

¡Cristo ya no muere! y antes de que uno de los tres sinópticos relaten el encuentro de María la Magdalena y sus compañeras con el sepulcro vacío y con el ángel que les anuncia ¡ha resucitado!, el sacerdote entona solemnemente el aleluya.
 
Durante toda la cuaresma había estado ausente de la liturgia; a partir de ahora, durante el tiempo pascual sobre todo, resonará continuamente en la liturgia.

- Tercera parte: Liturgia bautismal

Aunque la falta de testimonios no permite hacer afirmaciones categóricas hasta el siglo III, se puede dar por seguro que muy pronto se introdujo en todas partes la costumbre de celebrar en esta noche santa el bautismo.
 
Pascua y bautismo son dos realidades que van íntimamente unidas. Así lo dice por ejemplo Tertuliano: «Pascua es el día más conveniente para el bautismo, porque en ella se realizó la pasión del Señor en la que somos bautizados» (De baptismo, 19).
 
Por el bautismo, en efecto, nos incorporamos a Cristo y pasamos de la muerte del pecado a la vida de la gracia, de las tinieblas a la luz; morimos con Cristo y con él resucitamos.
 
Antiguamente durante la cuaresma se preparaba a los catecúmenos para ser bautizados hoy y participar por primera vez de la mesa del Señor. En esta noche recibió San Agustín el bautismo de manos de San Ambrosio.

Esta parte de la Vigilia es la que más ha ganado con la reforma litúrgica. En ella se contemplan varias posibilidades: la existencia o no de bautizandos, la existencia o no de pila bautismal. Después de cualquiera de estos casos, todos los presentes, de pie, con las velas encendidas en la mano, renuevan las promesas bautismales. Antes han renunciado a Satanás y han hecho profesión de su fe.


- Cuarta parte: Liturgia Eucarística.
 
«La celebración de la Eucaristía es la cuarta parte de la Vigilia, y su punto culminante, porque es el sacramento pascual por excelencia, memorial del sacrificio de la cruz, presencia de Cristo resucitado, consumación de la iniciación cristiana y pregustación de la Pascua eterna» (Circular sobre las fiestas pascuales, 90).

En efecto, la comunidad cristiana que ha cantado a Cristo verdadera luz del mundo, que ha sido instruida por la Palabra de Dios, que ha recibido, o renovado, la gracia bautismal, oyendo en su interior la invitación que el Señor le hizo en la última Cena y le hace continuamente: «Haced esto en memoria mía», lo hace al final de la Vigilia para luego sentarse a la mesa para el banquete que el Señor le ha preparado y recibir como comida el Cuerpo del Señor y como bebida su Sangre.

«Podéis ir en paz, aleluya, aleluya».

«Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya».



0 comentarios:

Publicar un comentario

SÍGUEME EN FACEBOOK