SABADO SANTO


Sábado Santo

Muerto Jesús y obtenidos los permisos necesarios, su cuerpo exánime fue descendido de la Cruz y depositado por José de Arimatea y Nicodemo en un sepulcro nuevo donde nadie había sido sepultado (Jn 19, 38-41).

«Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, y se abstiene del sacrificio de la Misa» (Rúbrica del Misal).


Pero sí se celebra la Liturgia de las horas, que son la mejor oración y meditación en este día santo.

La Iglesia, que brotó del costado de Cristo clavado a la Cruz, vela en silencio contemplativo.
 
Triste, porque su Señor ha muerto, alegre, porque ha resucitado.
 
Triste, porque la causa de la muerte de su Señor ha sido el pecado de sus hijos los hombre que siguen siendo pecadores, alegre, porque la pasión y la muerte de su Señor nos ha salvado.

Leamos como dicho a nosotros lo que San Pablo dice a los romanos:
 
«Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo seguir viviendo en él? ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte?
 
Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rom 6,2-4).
 
«Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que lo resucitó de entre los muertos» (Col 2,12).
 
 
 

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