VIERNES SANTO: LA PASIÓN DEL SEÑOR


Viernes Santo: Celebración de la pasión del Señor

«Y, cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos», dice el Evangelio de San Mateo (Mt 26,3).
 
Y el de San Juan: «Dicho esto, pasó Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón donde había un huerto» (Jn 18,1).
 
Jesús comenzaba a recorrer su Viacrucis:
 
Getsemaní, ante Anás, ante Caifás, en el Pretorio ante Pilato, ante Herodes, de nuevo ante Pilato, cargando con la cruz camino del Calvario, hasta que, clavado a la cruz, «reclinando la cabeza, entregó el espíritu» (Jn 19,30).


La Pascua del nuevo y eterno Testamento era ya una realidad.

Pasados casi dos mil años, nosotros, discípulos del Señor, lo recordamos y celebramos todos los años. Lo hacemos en el Oficio de lecturas y Laudes que no todos pueden celebrar. Y lo hacemos, sobre todo, en la solemne celebración de la pasión del Señor.

Es probable que durante bastante tiempo ni el Viernes Santo ni el Sábado Santo hubiese celebración especial. Estos días formaban un todo con la Vigilia Pascual, eran una sola fiesta: Pascua.
 
No eran, sin embargo, días vacíos. Por de pronto eran días de riguroso ayuno, con el que se unían a Cristo muerto y sepultado esperando su resurrección. Y eran días de silencio orante.

A no tardar mucho se organizaron oficios litúrgicos. Por Egeria sabemos que en el siglo IV se vivían estos días en Jerusalén intensamente con una liturgia apropiada. En los siglos VI y VII la celebración litúrgica es ya muy parecida a la actual. Una liturgia sin Eucaristía.

La celebración de la pasión del Señor nos introduce en el misterio insondable de la muerte del justo para redimir a los pecadores. Cristo es el servidor de Yahvé, anunciado por los profetas.

Es el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo. Es el sacerdote de la Nueva Alianza, que se ofreció a sí mismo una vez para siempre como víctima, único sacerdote capaz de convertir la muerte en vida, los sufrimientos en causa de salvación.
 
San Pablo es el teólogo por excelencia de este misterio, sobre él vuelve una y otra vez:
 
«Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo por su Cuerpo que es la Iglesia» (Col 1,24). «Lo único que deseo es conocerle a él y participar en sus padecimientos, conformándome a él en la muerte» (Flp 3,10).

La liturgia de este día tiene tres partes: liturgia de la Palabra; adoración de la santa Cruz; sagrada comunión.

- Liturgia de la Palabra.

Como primera lectura se lee el «Cántico del siervo de Dios», impresionante figura profética de Jesús paciente. El siervo de Dios a quien Isaías contempla sufre física y moralmente.


Sufre «porque el Señor cargó sobre él todos nuestros pecados». Es «como un cordero llevado al matadero...».
 
Sufre «porque tomó el pecado de muchos, cargando con los crímenes de ellos». «Por eso tendrá una parte entre los grandes».
 
A esta primera lectura el pueblo se une cantando como salmo responsorial parte del Salmo 30, un salmo que, puesto en labios de Jesús muriendo clavado a la Cruz, adquiere todo su sentido. De hecho según San Lucas las últimas palabras de Jesús antes de expirar fueron: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu», que son el versículo 6 de este salmo.

La segunda lectura es parte de la Carta a los Hebreos. Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, un sacerdote capaz de compadecerse de nosotros porque ha sido probado en todo como nosotros, excepto el pecado. Por eso «se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna».

El canto antes del Evangelio es la mejor presentación del misterio que se celebra hoy: «Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre-sobre-todo-nombre».

El punto culminante de la liturgia de la Palabra del Viernes Santo es la proclamación de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Juan, «el discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,20). San Juan es testigo de excepción de la larga pasión de Jesús desde el huerto cercano al Torrente Cedrón hasta que el Señor, clavado a la Cruz, expiró. El mismo apóstol pone esto bien de relieve.

La oración universal tiene hoy una relevancia especial. Hasta la reforma de la liturgia la oración universal de este día era la única que la Iglesia romana conservaba. Esta oración, sobre todo si se hace en la forma tradicional, es de un gran efecto. En ella se pide al Padre que los frutos de la muerte redentora de Cristo se apliquen a la Iglesia y a todo el mundo.

- Adoración de la Cruz.

El emotivo rito de la presentación y adoración de la Cruz se viene haciendo desde muy antiguo. La peregrina Egeria cuenta con todo detalle cómo se hacía en Jerusalén en el siglo IV: el obispo y los diáconos sostienen el sagrado madero de la vera Cruz y todo el pueblo se acerca y la besa. Poco a poco lo que se hace en Jerusalén es imitado por las demás iglesias.

- Sagrada comunión.

Aunque hoy no se celebra la santa misa, desde hace ya mucho tiempo, hoy se comulga con el pan consagrado en la misa de la Cena del Señor.
 
La comunión en el día de la muerte del Señor ha de hacernos sentir con viveza lo que es siempre la comunión. San Pablo lo dice con estas palabras: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva» (1 Cor 11,26).

Terminada la acción litúrgica, la Cruz queda bien visible como centro del templo. Los fieles pueden acercarse a ella, y agradecidos, besarla, y orar ante ella.
 
Ningún día mejor que éste para recorrer las estaciones del Vía Crucis.
 
 
 
 
 

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