JUEVES SANTO: LA ÚLTIMA CENA

 
Jueves Santo: la Última Cena del Señor

«Al atardecer, en la hora más oportuna, se celebra la misa de la Cena del Señor, en la que participa plenamente toda la comunidad local y todos los sacerdotes y clérigos que ejercen su ministerio», dice el misal.

Como lo había hecho años anteriores, Jesús había subido con sus discípulos a Jerusalén para celebrar la Pascua. Subía muy consciente de que iba a ser su última celebración de la Pascua de sus padres.


El pueblo le había recibido como el esperado Mesías, lo que había exacerbado aún más el odio de sus enemigos.

El primer día de los ácimos envió a Pedro y a Juan a preparar el local y lo necesario. «y llegada la hora se puso a la mesa con los apóstoles» (Le 22,14).

Mateo, Marcos y Lucas centran su relato de la última Cena en la institución de la Eucaristía. San Juan, que, dándolo por sabido, no relata la Institución de la Eucaristía, se alarga recordando detalladamente los gestos y palabras del Señor en los que aparece el amor del Hijo de Dios al hombre y su exigencia de que éstos se amen unos a otros como Él los ama.

Pronto este día, lleno de recuerdos tan evocadores y en el que el Señor había instituido la Eucaristía, adquiere gran importancia en la Iglesia. Será el día dedicado a la admisión de los penitentes, a la consagración del santo crisma y de los óleos, y también y sobre todo a recordar y celebrar la institución de la Eucaristía.

La liturgia de esta santa tarde es una de las que más se han beneficiado de la reforma litúrgica. Se ha introducido el lavatorio de los pies y se ha enriquecido notablemente su liturgia. Y se introdujo la concelebración y la comunión bajo las dos especies.

De la misa vespertina dice el Ceremonial de los obispos:

«Con la misa que tiene lugar en las horas vespertinas del jueves de la Semana Santa comienza el Triduo Pascual y evoca aquella última Cena del Señor Jesús, en la que, en la noche en que iba a ser entregado, habiendo amado hasta el extremo a los suyos que estaban en el mundo, ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino y los entregó a los Apóstoles para que los sumiesen, mandándoles que ellos y sus sucesores en el sacerdocio también lo ofreciesen» (n.295).

La plegaria eucarística tiene hoy un valor añadido. Siempre durante ella se hace lo que el Señor mandó: «Haced esto en memoria mía». El Señor «hizo esto» y nos lo mandó hacer a nosotros durante la Cena que celebró hoy con sus discípulos en el Cenáculo.
 
Pone esto de relieve la liturgia de la misa de la Cena del Señor incluyendo palabras alusivas a que «esto» lo realizó el Señor precisamente hoy y a esta hora.

La oración colecta centra nuestra mirada en el misterio que hemos comenzado a celebrar: «Nos has convocado esta tarde para celebrar aquella misma Cena... el banquete de su amor, el sacrificio de la Alianza eterna..., te pedimos que la celebración de estos santos misterios nos lleve a alcanzar plenitud de amor y de vida». Todo esta tarde gira en torno al amor de Jesucristo que pide amor.

La primera lectura, tomada del Éxodo, relata la institución de la Pascua judía y de cómo la han de celebrar los israelitas. Jesús la celebró en el Cenáculo y en ella comieron el cordero degollado, cordero degollado que le simbolizaba a él que al día siguiente moriría clavado a la cruz como inocente cordero.


En la segunda lectura San Pablo les recuerda a los corintios la institución de la Eucaristía en la noche en que iba a ser entregado y las exigencias que lleva consigo participar de la Eucaristía.

Como lectura evangélica se lee el relato del lavatorio de los pies de sus discípulos por Jesús, ejemplo sublime de amor humilde que el divino Maestro «me llamáis Maestro, pues lo soy» nos dio «en la hora en que iba a pasar de este mundo al Padre».

A esta lectura, después de ser comentada por el sacerdote, sigue el mandato, el lavatorio de los pies, acertadamente introducido en la Eucaristía de este día. Es una escenificación de lo que el Señor hizo y de l0 que nosotros hemos de hacer para ser cristianos de verdad, cristianos comprometidos con nuestro Maestro, imitadores suyos: «Os he dado ejemplo».

La procesión de las ofrendas y del fruto de la caridad de los fieles tienen en esta eucaristía una razón añadida. Nuestra conciencia de cristianos ha de verse especialmente interpelada hoy: el amor de Jesús a los hombres, pobres pecadores, no fue un amor platónico: dio su vida por nosotros. Nuestro amor a nuestros hermanos necesitados ha de traducirse en hechos.

Antes de que la asamblea sea despedida y de que se retiren del altar la cruz, los candeleros y el mantel, se lleva procesionalmente el Santísimo Sacramento a una capilla. Esta reserva tiene dos fines: disponer de formas consagradas para la celebración del Viernes Santo y, si hubiere necesidad, administrar el viático; y hacer posible que los fieles oren y contemplen agradecidos la Eucaristía, cuya institución se acaba de celebrar.
 
 

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