LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA EN LA ANTIGÜEDAD


En tiempo de Jesús el pueblo israelita seguía celebrando con gran solemnidad la fiesta de Pascua, instituida por Moisés antes de la salida de Egipto. Era esta fiesta, por una parte, memorial del éxodo liberador de la opresión de los egipcios y, por otra, espera de los tiempos mesiánicos.
 
Como israelitas temerosos de Dios, José y María subían todos los años a Jerusalén a la fiesta de Pascua, como dice San Lucas (Lc 2,41).Y sin la menor duda Jesús subió a Jerusalén todos los años durante su vida oculta.
 

Los evangelistas ponen muy de relieve que así lo hizo durante su vida pública.
 

La esperada salvación mesiánica había comenzado a ser realidad cuando «la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros» (Jn 1,14). Y fue plena realidad, cuando Jesús, durante la celebración de la Pascua de su pueblo, se ofreció al Padre por la salvación del hombre, pasando por la pasión y la muerte a la resurrección, convirtiéndose él en la Pascua del nuevo y eterno Testamento.

 

Antes, «la víspera de su pasión», había celebrado ya esta Pascua en el Cenáculo con sus discípulos y había mandado a éstos que la celebrasen ellos en su nombre: «Haced esto en memoria mía».
 
Los apóstoles comenzaron a hacerlo una vez que el Espíritu Santo descendió sobre ellos el día de Pentecostés. El día elegido para celebrar la Pascua del nuevo y eterno Testamento, para la «fracción del pan» -éste será el nombre que los primeros cristianos darán a la celebración de la eucaristía-, fue el primer día de la semana, es decir, el día en que el Señor resucitó.
 
Muy pronto este primer día de la semana recibirá el nombre de «día del Señor» (kriaké hemera = dies dominica = domingo).
 
En los escritos del Nuevo Testamento son bastantes las alusiones a la celebración de la fracción del pan los domingos. Bien significativo es en este sentido lo que el libro Hechos de los Apóstoles dice hablando de San Pablo:
 
«El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo...».

¿Celebraban también de algún modo todos los años los primeros cristianos la Pascua del Señor? Se puede dar por seguro, pero no ha llegado a nosotros ninguna referencia explícita de que lo hicieran. Seguirían celebrando la Pascua de sus padres -la mayoría eran judíos, pero desde el primer momento la fueron cristianizando.

Las primeras noticias claras que tenemos de una celebración anual de la Pascua son de mediados del siglo II. En esta época, por lo que dicen, entre otros, Melitón de Sardes y el Pseudo Hipólito, el pueblo cristiano se reunía y pasaba la noche del sábado al domingo leyendo los pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento relacionados con la Pascua y orando.

 
Pronto se generalizó la costumbre de ayunar el viernes y el sábado y de celebrar durante la Vigilia de esa santa noche los sacramentos de la iniciación.

En el siglo IV el Triduo es ya lo que, más o menos, seguirá siendo una celebración más y más viva y sentida contribuyeron las exposiciones que de este misterio fueron haciendo los Padres tanto de oriente como de occidente. Lo hicieron de modo especial como sencillas catequesis a los catecúmenos que se preparaban para recibir los sacramentos de la iniciación durante la Vigilia Pascual.

La celebración del Triduo Santo seguirá siendo en la Iglesia el tiempo más fuerte del año litúrgico.

Pero pronto se introducen costumbres que desvirtúan un tanto la fisonomía de estas celebraciones.


Pero es sobre todo durante la Edad Media cuando se introducen cambios en la liturgia, que pretendiendo enriquecerla la desvirtuaron no poco, distorsionando con frecuencia el esquema inicial y desviando la atención de los fieles del misterio celebrado.

De lo más llamativo en este sentido fue el desajuste de las horas en que tuvieron lugar los acontecimientos de la pasión del Señor, y que la liturgia seguía suponiendo y evocando, y las horas en que de hecho se celebraban. El problema de la lengua ha sido causa no pequeña de este desvío de la devoción.

Mérito del movimiento litúrgico fue redescubrir la centralidad de la liturgia pascual. Dom Guéranger (1875), sobre todo en su obra L'année Liturgique, puso muy de relieve la importancia del misterio pascual y la centralidad de su celebración.
 
Los escritos del benedictino de Maria Laach, Odo Casel (1948), bajo el aspecto teológico, y los de Pius Parsch, bajo el aspecto pastoral, entre otros muchos liturgistas y teólogos, hicieron sentir en ambos sectores de la Iglesia la necesidad de una reforma que devolviese al Triduo Santo su auténtica fisonomía.

Durante el pontificado de Pío XII estas ideas y estas ilusiones comenzaron a hacerse realidad. Y después del Concilio Vaticano II, siguiendo las normas dadas en éste, durante los años 1969, 1970 y 1971, fueron publicándose los libros litúrgicos en los que aparecía el Triduo Pascual tal como hoy tenemos el gozo de celebrarlo.

La carta circular de la Congregación para el Culto divino del 10 de enero de 1988 presenta así el Triduo Pascual tal como hoy lo celebramos:

«La Iglesia celebra cada año los grandes misterios de la redención de los hombres desde la misa vespertina del Jueves Santo en la Cena del Señor hasta las Vísperas del domingo de resurrección. Este periodo de tiempo se denomina justamente el Triduo del crucificado, sepultado y resucitado, se llama también Triduo Pascual porque con su celebración se hace presente y se realiza el misterio de la Pascua, es decir, el transito del Señor de este mundo al Padre. En esta celebración del misterio, por medio de los signos litúrgicos y sacramentales, la Iglesia se une en íntima comunión con Cristo, su Esposo»

Triduo Pascual del que San Ambrosio, a finales del Siglo IV, dice que es el «Triduo sagrado dentro del cual Cristo padeció, descanso y resucitó» (Ep 23,13). Y algo más tarde San Agustín lo llama «Sacratísimo Triduo de Cristo crucificado, sepultado y resucitado» (Ep 55,14).

Durante este Triduo Pascual la Iglesia celebra como un todo la Pascua del Señor, su paso de la muerte a la resurrección, teniendo muy presente que, como dice San Pablo, «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, la muerte no tiene señorío sobre él» (Rom 6,9).
 
 Y con el paso de nuestro Señor celebramos nosotros nuestro paso.
 
 

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