VIRGEN MARÍA, PODEROSA ORACIÓN DE PROTECCIÓN CONTRA TODO MAL Y PELIGRO

 
ORACIÓN
 
Santísima Madre de Dios,
Madre Divina de todos los hombres,
agradecemos a tu celestial Hijo,
que con su muerte consiguió que ya no hubiera
ni más llanto para vos ni más muerte eterna
para vuestros hijos espirituales.

¡Madre del vencedor glorioso!
que el pueblo redimido
se regocije y entone sus alabanzas.

Bienaventurada y bendita María,
entre todas las mujeres solo vuestro hijo
ha vencido a la muerte y rescatado al mundo.

Bendita Madre nuestra, Reina de la Gloria,
recordad a los pobres y a los pecadores,
y ayudadnos en nuestras miserias.
 

Dignaos escuchar María, Virgen Madre,
las plegarias que hoy elevamos al cielo
y siempre a la diestra de Dios padre,
Dios hijo y Dios Espíritu Santo,
se nuestra divina intercesora.

Rezar Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

Salve María, virgen purísima,
santa y bendita madre de Dios,
siempre virgen, madre castísima,
Virgen Inmaculada, ruega por nos.

Madre admirable, virgen prudente,
sabia y constante, virgen sin par,
tu sacra imagen, virgen clemente,
tiene en mi pecho, trono y altar.

Tú, la más digna de alta alabanza,
espejo límpido severo y fiel,
arca de nueva y firme alianza,
faro que muestra el puerto al infiel.

Virgen de vírgenes, tierna, amorosa,
del santo alcázar, luz celestial,
del alba estrella, mística rosa,
de los querubes, madre ideal.

¡Oh! venerable, consoladora,
modelo insigne de caridad,
que dulce brindas al que te implora
tu inagotable y santa piedad.

A los que sufren prestas consuelo,
a los enfermos das la salud,
tú de los huérfanos menguas el duelo
y eres del náufrago, auxilio y luz.

Reina de mártires y confesores,
Reina de apóstoles.

Gracias os doy, madre mía Santísima,
por vuestra protección a favor
del más humilde e indigno de los pecadores.

Amantísima y Dulce Señora,
vuestro auxilio poderoso
me alcanzará la divina misericordia
por vuestros dolores al pie de la cruz
y por el inmenso regocijo de la resurrección.

Amén.

María Virgen Santísima y Madre de nuestro Señor Jesucristo, fue hija de San Joaquín y Santa Ana, que la tuvo en una edad ya avanzada. Era de la tribu de Judá y de la familia de David.

Sus padres la dedicaron a Dios y permaneció en el templo empleada en el servicio divino, hasta que se desposó con San José, a quien Dios la confió como protector y guarda de su virginidad.

Estando en Nazaret envió Dios al ángel San Gabriel para que le anunciase que concebiría al Verbo eterno, cuya noticia sorprendió a la Virgen, y preguntó que cómo podía ser no conociendo varón. La aseguró el ángel que sería por obra del Espíritu Santo y sin menoscabo de su virginidad, a lo cual manifestó María su sumisión con estas palabras: Yo soy la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra, y en aquel mismo instante se encarnó el Hijo de Dios en sus purísimas entrañas.

Unos meses después, visitaría su prima Santa Isabel, que estaba embarazada de San Juan Bautista, el cual viendo acercarse a aquel de quien había de ser el precursor, comenzó a dar saltos de alegría en el vientre de su madre.


En el mismo año se dirigió la Virgen a Belén para inscribirse en el padrón general mandado formar por el emperador Augusto; y como eran tantas las gentes que habían acudido allí con el mismo objeto, no halló la Virgen ni su esposo un lugar donde pasar la noche, y se recogieron en un establo, en el cual le llegó el momento del parto y nació el Salvador del mundo, quedando María Santísima tan ilesa en su virginidad después del parto, como cuando salió del vientre de Santa Ana.

A los cuarenta días presentó su hijo en el templo en cumplimiento de la ley de la Purificación, aunque no estaba sujeta a ella.

Después pasó á Egipto con Jesús y San José, huyendo de la persecución de Herodes; y muerto este volvieron a Nazaret.

La Virgen santísima acompañó a Jesús a las bodas de Canaán, en cuya compañía pasó a Cafarnaúm.

También asistió a la muerte de Jesucristo, y es imposible describir los dolores y amarguras que padeció viendo sufrir tan crueles tormentos al Hijo de sus entrañas.

Se cree que después de la Ascensión de Jesucristo, marchó con San Juan a Éfeso, donde murió en una edad muy avanzada, y que asunta en cuerpo y alma fue al cielo llevada por los ángeles.



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