Ante la imagen o estampa de la Santísima Virgen del Carmen, con toda atención dirás:
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo.
Amén.
¡Oh buena y divina Madre!
¿quién podrá expresar los beneficios que por conducto de esa nueva e inagotable fuente de gracias nos habéis comunicado? ¡Oh! son innumerables, Señora, son inconcebibles, son inestimables...!
En todos tiempos, lugares y ocasiones, en todos los apuros, necesidades y conflictos, siempre, oh amable y amada Virgen, siempre os habéis mostrado solícita por la salud de vuestros hijos. ¡Ah! desde la hermosa cumbre del Carmelo, que repetidas veces santificasteis con vuestras plantas, efluisteis y continuaréis siendo nuestra Madre, nuestra Madre de misericordia; allí sois y seréis nuestra Reina, la Reina del Carmelo; allí sois y seréis nuestra vida, nuestra dulzura, nuestra esperanza, la esperanza de todos los que nos preciamos de ser hijos vuestros. A Vos suspiraremos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas, y Vos nos las enjugaréis cariñosa calmando con ternura nuestras penas hasta que nos sea dado trocarlas con las alegrías de la gloria.
Amén.
Amor tierno y maternal
Tiene María al Carmelo,
Y con el mayor desvelo
Le consuela en todo mal.
Tal es el santo e inviolable Refugio donde todos podemos guarecernos; tal es la incorruptible y sagrada Arca a cuya sombra seremos invulnerables; tal es la Davídica y divina Torre en cuyo recinto seremos inexpugnables.
Madre universal de los hombres, María a todos los ama, a todos los ampara y protege; Madre especial de los que visten devotamente su santo y sagrado Escapulario, a estos los ama, ampara y protege especialmente. ¡Oh! no hay que dudarlo.
Hijos especiales de María, María se mostrará siempre nuestra Madre especial. Será y será siempre nuestro especial refugio, nuestro asilo, nuestro apoyo...
Será y será siempre nuestro consuelo en las penas que nos afligen, nuestro consejo en las dudas que nos atribulan, nuestra esperanza en los temores que nos alarman, nuestro refrigerio en los tormentos que tal vez merezcamos en expiación de nuestras faltas en el Purgatorio.
«Cuando mis hijos salgan de este siglo, dijo la Virgen Carmelitana al papa Juan XXII, y sean precipitados en el Purgatorio, yo, su Madre, bajaré graciosamente el sábado después de su muerte, y cuantos encontraré allí los libraré y llevaré conmigo al monte santo de la eterna vida».
En esto, o poderosisima y piadosísima Madre, ¡nos habéis dado la última y mayor prueba de vuestro maternal amor...! Bien podéis pues decir, oh generosa y divina Señora, que no contenta con protegernos en vida y ayudarnos en la hora de la muerte, nos salváis después de ella. ¡Oh! abrasad nuestros corazones, oh Virgen santa, en vuestro amor, para que, ardiendo siempre en vuestra presencia, puedan seros dignamente ofrecidos como una débil correspondencia a vuestro cariño.
Os amamos, Señora, y os amaremos siempre como buenos hijos vuestros. Os veneramos y veneraremos siempre como a Madre que sois de nuestro divino Redentor, y escudados ahora y siempre con vuestro celestial Escapulario, fuente especial de vuestros maternales favores, nada temeremos de nuestros enemigos, todo lo esperaremos de vuestras muníficas manos, prometiéndonos de ellas el último y eterno complemento de todas las gracias, la inmarcesible gloria del cielo.
Amén.
Dulce Madre del Carmelo,
Haced que cuando espiremos
Desde luego entrar logremos
En nuestra patria del cielo.
DESPEDIDA
De alejarme llegó el momento
De la Madre del Redentor,
Mas antes yo dejar intento
A sus plantas todo mi amor:
Me voy; adiós, Madre querida,
Mi gozo y mi sostén sois Vos:
Adiós, dicha mía y mi vida, Adiós.
Los ojos en llanto arrasados
Al ir a Ti tenía yo;
Y al punto por Ti serenados,
Tu mirar mi llanto calmó.
Mi temor en grande esperanza
Se trocó por verme ante Ti,
Pues redobló mi confianza
Tu tierno ruego a Dios por mí.
Mi plegaria atenta acogiste
Con una mirada de amor...
«Tu Madre yo soy,» me dijiste...
Tú, mi Madre... ¿hay dicha mayor?
«Soy tu Madre, exclamaste, y te amo,
«Y en el cielo tú me amarás.»
Yo, pues, hijo tuyo me llamo
Para honrarte y amarte más.
El Carmelo y tu Escapulario
Prendas son que de Ti logré,
Y en mi pecho cual relicario
Entrambas las tengo y tendré.
A tus pies quedarme quisiera,
Y siempre contigo vivir;
¡A tus pies morir quién me diera…!
¡Cuán dulce es en ellos morir!...
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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