EL ÁNGEL QUE NOS DESPIERTA Y NOS ANIMA A SEGUIR ADELANTE


El más grande de los profetas del Antiguo Testamento pasaba por una crisis. Había vencido en una gran discusión a los profetas de Baal y los había mandado a matar a todos. Parecía encontrarse en el apogeo de su éxito pero la reina Jezabel lo enfrenta y quiere atentar contra su vida. 

Aquí siente este hombre tan valiente por primera vez miedo y huye al desierto para salvar su vida. Pero allí, en medio de la soledad, debe enfrentarse contra sus propias agresiones. Ha huido al desierto para salvar su vida pero ahora ya no quiere vivir más y desea la muerte ya que está cansado de luchar siempre. Ya no puede seguir así. 

Cuando luchó contra esos Profetas lo hizo con la seguridad de estar cumpliendo la voluntad de Dios. Pero ahora ya no tiene ninguna motivación para luchar. Siente que todo lo que hizo no tuvo ningún sentido para Dios y no ve otra salida que la muerte. Se recuesta bajo una retama y se duerme. La retama es un símbolo de los pecados del hombre. Al acostarse bajo ésta, se da cuenta de que él ha cometido tantos pecados como los profetas a los que combatió con tanto fervor. Entonces, se siente desilusionado de sí mismo. "Pero un Ángel lo roza y le dice: ¡Levántate y come! 

Cuando abre los ojos y mira alrededor puede ver pan y un jarro con agua. Come y bebe y se vuelve a recostar. Pero el Ángel del Señor vuelve a aparecer y le dice: Levántate y come, si no será el camino muy largo para ti. Finalmente se levanta come y comienza a caminar, fortalecido por la comida, durante cuarenta días y cuarenta noches" (I Re 19,5-8). 

Para Elías se ha resquebrajado toda su concepción de vida junto con el ideal que se había formado de él. Ya no puede continuar en medio de este camino sin salida. Ya no posee más fuerzas ni objetivos en su vida. Todo parece estar cerrado. Es entonces cuando se encuentra en su desolación con el Ángel. Él lo despierta y le muestra el pan y el agua para que se alimente. Le muestra una fuerza externa que no sale de él mismo. El pan que nos fortalece en nuestro camino es símbolo del alimento espiritual de aquello que realmente alimenta cuando las ilusiones se han acabado. El agua no sólo calma la sed sino que también es una promesa de que la vida fluye nuevamente, de que las ramas secas del árbol vuelven a florecer y a llenarse de vida. El agua es símbolo de la fertilidad y de la renovación. El pan y el agua hacen referencia a la transformación que experimenta Elías en el momento en que el Ángel lo despierta en medio de su desesperación. 

Nos consuela el hecho de que Elías primero escucha y entiende el mensaje del Ángel pero aun así continúa durmiendo. Toma lo que se le ofrece para recuperar sus fuerzas pero las utiliza para seguir durmiendo. Aparentemente no alcanza que el Ángel lo despierte sólo una vez. 

Muchas son las personas que se sienten identificadas con la experiencia de Elías. Ya están cansados de todo, carecen de fuerzas para seguir luchando pero momento en el cual se enfrentan con su propio límite. Fueron a parar a un callejón sin salida del cual ya no pueden escapar con sus propias fuerzas. Toda su vida se ha derrumbado, han intentado fundar una familia unida pero ésta también se ha resquebrajado. Sus hijos toman cada uno otro camino. El cónyuge también se ha ido. Ya no tienen más fuerzas para seguir, entonces, ingresan en una parroquia y luchan por ella pero ahora ya no los necesitan. Se han comprometido a luchar en su partido político por una sociedad más humanitaria o bien han dedicado toda su vida al trabajo, pero de pronto ya no son necesarios. Sus ideas, acciones y fuerzas ya no son consultadas. En estas situaciones necesitamos de un Ángel que nos despierte. 

A veces puede ser una persona que nos sacude y nos hace abrir los ojos o que nos regala algo que nos fortalece. Su preocupación, su amor, amistad y comprensión nos acercan. Nos demuestran que todavía existe un camino a seguir. Pero a veces volvemos a caer enseguida en las mismas trampas y entonces pensamos que todo no sirvió para nada. Pero entonces es cuando el Ángel nos vuelve a tocar y nos fortalece nuevamente. Nos abre los ojos para que podamos ver aquellos recursos que ya existían en nosotros y con los cuales podemos volver a crear. Y entonces sí podemos ponernos nuevamente en movimiento, a andar un camino que no será de ninguna manera un paseo agradable sino un camino que nos lleva cuarenta días y cuarenta noches por el desierto. 

Cuarenta es el número de la transformación. Tras cuarenta días resurge nuevamente la vida. Después de cuarenta años alcanza Israel la Tierra Prometida donde puede ser realmente como es. El Ángel que nos despierta de nuestro sueño letal puede ser tan sólo una palabra que escuchamos o leemos en algún lado. Quizás ya la hemos leído muchas veces pero de pronto la releemos y nos impacta de otra manera. Puede ser una experiencia de paz interior que de repente llegamos a sentir. 

El Ángel puede estar en nosotros mismos y nos puede mostrar distintas posibilidades que hemos ignorado. O bien deja en nosotros una sensación especial que nos hace salir de ese sueño permanente en que nos encontramos. A menudo no sabemos de dónde viene el Ángel. De repente sentimos su presencia y nos despertamos. O bien es una experiencia espiritual con la que nos topamos en medio de largas meditaciones, un paseo en soledad o mientras contemplamos un atardecer. De pronto todo nos resulta claro y podemos levantarnos y comenzar nuestro camino. 

Si analizamos nuestras historias de vida teniendo como base la historia de Elías, descubriremos la presencia de Ángeles que nos han despertado a largo de nuestra existencia. Cuanto más luchamos por algo, es mayor la experiencia de callejón sin salida que experimentamos. No podemos vencer aun con nuestras fuerzas más agresivas todo lo malo del mundo. Cuanto más luchemos contra algo, tanto mayor será la resistencia que se nos presente. Aquello contra lo que luchamos pretende ser integrado en nuestras vidas. 

En nuestra desesperación tenemos que admitir que no somos mejor que los otros, que nuestros padres, tampoco son mejores que los otros a los cuales siempre criticamo. Muchos creyeron poder hacer todo mejor que sus padres. Querían educar mejor a sus hijos, poder comunicarse mejor y más con sus cónyuges de como lo hacían sus propios padres. Pero llega un momento en el cual deben reconocer que no han sido mejores que sus padres, que han cometido los mismos errores, que han lastimado a sus hijos de la misma manera que ellos fueron lastimados de pequeños. 

Se necesita de un Ángel para que los libere de este círculo vicioso. Y este Ángel existe, sólo debemos saber observar bien y entonces descubriremos a ese Ángel que nos despierta del sueño de nuestras ilusiones en algún momento de nuestras vidas. El Ángel nos abre los ojos para que podamos ver a nuestro alrededor aquello que nos acerca a personas que nos aman. 

Aun en el desierto donde todo parece despojado y vacío hay pan y agua, amor y cuidados, amistad y protección, para nosotros. Y aun cuando no experimentemos el amor de las personas, siempre nos queda el amor propio; esa cualidad de amar interior en cada uno que nos permite conectarnos con nosotros mismos. El Ángel nos permite ponernos en contacto con el amor que ya se encuentra en nosotros. Nos libera de las permanentes quejas de que nadie nos quiere. El Ángel nos quiere y nos lleva a los lugares en nosotros donde nos queremos y aceptamos. 

La enseñanza del Ángel para Elías no termina en el momento en que éste se levanta y comienza nuevamente su viaje. Recién después de cuarenta días llega a la montaña de Dios. Allí se refugia en una cueva para pasar la noche. La cueva representa el seno materno. Tras la travesía por el desierto extraña la protección maternal. Pero Dios lo hace llamar y lo manda a subir la montaña donde sopla un viento terrible. Allí le demuestra Dios que es distinto a como Elías lo imaginaba. Dios no es aquel que nos libera de todos los obstáculos de nuestro camino. Dios no se encuentra en los terremotos que cambian todo en una persona. 

Nosotros pretendemos a menudo que Dios provoque cambios profundos en nosotros y en todo lo que nos rodea. Pero a Dios no lo encontraremos primero en la fuerza que destruye todo lo contrario a él. Dios no está en el fuego. El fuego purifica todo. A Dios tampoco lo encontraremos en el perfeccionismo que pretende borrar todos nuestros errores. Dios se me aparece en "un silencioso y suave silbido"(Martín Lutero), en "la voz del interminable silencio" (Martín Buber) o en "la voz de un suave silencio". Dios se presenta ante nosotros silencioso y suave, como suave silencio o con una respiración tranquila. 

El Ángel que guía a Elías una experiencia divina, también quiere hacerlo con cada uno de nosotros. Cada crisis en la que nos encontremos pondrá en duda nuestra imagen de Dios. Entonces, necesitaremos un Ángel que nos acompaña fiel cuando se resquebrajen las imágenes de nuestro Dios. Un Ángel que nos permita acceder al secreto de aquel otro Dios que sólo podemos presentir cuando escuchamos los sonidos silenciosos y dulces de nuestros corazones, cuando igual que Elías nos internamos en nosotros mismos y resguardados del exterior logramos escuchar al Dios que presentimos y que sólo se acercará en medio del silencio.


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