EL ÁNGEL QUE RECONFORTA A LOS QUE TIENEN MIEDO


En la escena del Monte de los Olivos un Ángel se le presenta a Jesús y lo fortalece. Jesús tiene miedo, se pregunta si debe escapar o quedarse. Le pregunta a Dios si es su deseo que él deba morir. 

Él quería anunciarles a los hombres el mensaje de su Padre. Les quería mostrar la bondad y preocupación de Dios por los hombres y guiarlos por el camino de la paz y la vida. Pero de pronto se le enfrentan los representantes de los judíos. ¿Debe ser infiel a su tarea y salvarse sólo a sí mismo? ¿Puede ser que Dios permita que sufra una muerte violenta? 

En sus oraciones pide: 

"Padre, si tú quieres, aparta de mí esta copa, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya. Entonces, se le apareció un Ángel del cielo que lo fortaleció nuevamente"(Lc.22, 42). 

El Ángel lo acompaña en los momentos de miedo. Lucas describe de manera muy realista el miedo de Jesús: 

"Sumido en su agonía, insistía más en su oración. Su sudor parecía gotas espesas de sangre que caían en la Tierra"(Lc. 22, 44). 

La palabra griega para miedo es "agonía" que viene de agón, lucha. Agonía es el miedo a ganar, la última tensión de nuestras fuerzas previas a tomar decisiones importantes. Denomina el miedo a morir. En el caso de Jesús es el miedo a caer en la nada, el miedo a la lucha de vida o muerte, a una tortura que no soportará, el miedo al albedrío del poder al cual se encuentra expuesto. En este miedo lo acompaña a Jesús su Ángel, lo fortalece y transforma el miedo ya que después de esta lucha Jesús toma fuerzas y se dirige a los discípulos y les dice: 

"Levántense y oren para que no caigan en la tentación" (Le. 22 46). 

Rezar le ayuda a Jesús a encontrar nuevamente claridad y fuerzas para continuar su camino en medio de la confusión. Muchas personas deben luchar hoy en día con terribles miedos. Aunque muchas veces no lo exterioricen, el miedo es su acompañante constante. Cuando logran hablar abiertamente sobre su vida, resulta ser que el miedo es su principal preocupación. El miedo al fracaso, a sentirse avergonzado frente a otras personas. 

Otros les temen a personas poderosas. Sienten pánico cuando alguien los critica. Es el miedo a que hagan con ellos lo que quieran, a ser determinados por otros o bien a no ser más amados si cometen algún error. O bien es un miedo tan difuso que ya no se lo puede explicar. El miedo a la oscuridad, a lugares estrechos, a hospitales o robos. También puede ser el miedo existencial a enfermedades, a la muerte. 

Nuestros miedos se asemejan siempre a miedos primitivos que pertenecen necesariamente al ser humano. Son los miedos que se encuentran en el inconsciente colectivo y que son descriptos por todos los pueblos en sus leyendas y mitos: el miedo a la destrucción ya la derrota. Y el miedo que aparece frente a una situación concreta se fortalece aun más con distinta experiencias traumáticas de la niñez. Por ejemplo una mujer que ha debido pasar de niña mucho tiempo en el hospital sin recibir ninguna visita. Cada vez que de adulta va a un hospital teme visitar a los enfermos. En algunas situaciones sufre de miedos a pérdidas injustificados por las circunstancias extremas. Estos miedos primitivos aparecen una y otra vez y potencian los miedos producidos por situaciones concretas. Otra mujer tiene miedo a la autoridad ya que ésta le recuerda inmediatamente al padre que la ha golpeado siempre brutalmente. Ante cada uno que le hable en un tono de voz más elevado surge este miedo primitivo. 

Existen, aparentemente miedos que si bien pueden ser trabajados a través de la terapia, no pueden en cambio ser extinguidos. Permanecen siempre y sólo se puede intentar convivir con ellos. Si conocemos la raíz de nuestros miedos, entonces, ya no nos juzgamos mal cuando estos miedos aparecen sin una explicación racional. Los aceptamos y de esta manera podemos relativizarlos. No tiene ningún sentido luchar contra ellos ya que así sólo los potenciamos. 

Tenemos que hacernos amigos de nuestros miedos, comprenderlos y así comprendernos. Por ejemplo, puedo imaginar la situación de miedo al ridículo: temo tartamudear, no saber qué decir y comenzar a transpirar de nervios. Pero ¿entonces qué pasaría? ¿Es tan terrible como creo? ¿O acaso no me puedo perdonar cometer un error? Si me imagino que me acompaña un Ángel, que no estoy solo con mis miedos, logro convivir con ellos sin problemas; el miedo no desaparece pero ingresa una luz de esperanza. 

El miedo de Jesús no desapareció al instante cuando se le apareció el Ángel. Pero algo se modificó para él. No nos encontramos, librados totalmente a nuestros miedos, sino que a través de la ayuda del Ángel podemos llegar a sentir nuevamente confianza y tranquilidad.



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