SANTA MARÍA. ORACIÓN DEL PEREGRINO PARA PEDIR PROTECCIÓN Y UNA NECESIDAD URGENTE


Oh, Santa María, Madre de Dios,
Auxilio de los cristianos,
hoy me ofrezco a tu servicio.

Te ofrezco mi mente,
mi corazón y mi cuerpo
y ayudar siempre que me sea posible
a las personas que necesiten de mi.

Proteger a los jóvenes,
ayudar a las personas de edad,
consolar a los enfermos
y dar de comer al hambriento,
ayúdame a hacer el bien.

Tú eres mi esperanza, María,
Madre de Misericordia y Puerta del Cielo.

Ora a tu Hijo por mi,
para que me infunda
humildad y buenos deseos
hacia quienes lo necesiten.

Ruega a Jesús
para que me ayude en mis necesidades,
por las cosas que no puedo obtener
a través de mis propias acciones
y especialmente que me ayude
en esta necesidad urgente.

(hacer la petición)

Que siempre vea la Voluntad del Padre
en mi nuestra vida.
Te lo pido, dulce Esposa del Espíritu,
para que pueda encontrar a su Hijo
en la gracia y gloria de Dios.

Amén


Si nos honramos con el título de hijos de María, forzosamente tendremos que apreciar la maternidad de la que nos viene este título. De ahí que la honremos como a la verdadera Madre nuestra que es. 

Fue hecha Madre de Cristo cuando, al saludo del ángel, respondió dando su humilde consentimiento: Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho (Le 1, 38). 

Nos fue dada como Madre nuestra entre las angustias del Calvario, al decirle Jesús desde la cruz: Mujer, ése es tu hijo; y al decirle a Juan: Ésa es tu madre (Jn 19, 26-27). 

Estas palabras se dirigieron a todos los escogidos, representados allí por Juan; y María, cooperando plenamente a la Redención con su consentimiento y sus dolores, fue hecha entonces Madre nuestra, en el sentido más profundo de la palabra Madre. 

Somos verdaderos hijos de María, luego hemos de portarnos como tales: como hijos pequeños, dependientes de Ella en todo. A Ella debemos acudir para que nos alimente, nos guíe, nos instruya, cure nuestras dolencias, nos consuele en nuestros pesares, nos aconseje en nuestras dudas, y nos conduzca al buen camino cuando nos extraviemos, a fin de que, entregados totalmente a su cuidado, crezcamos en la semejanza de nuestro Hermano Mayor, Jesús, y compartamos con El su misión de combatir el pecado y vencerlo.

María es Madre de la Iglesia, y no sólo porque es la Madre de Cristo y su más íntima colaboradora para que el Hijo de Dios tomara de Ella una naturaleza humana, pudiendo así, a través del misterio de su carne, liberar al hombre del pecado; sino, también, porque brilla ante la comunidad entera de los elegidos como modelo de virtudes. Ninguna madre humana puede limitar su misión de madre al sólo engendramiento de un nuevo ser. Deberá, además, criar y educar a su prole. En este sentido, la bienaventurada Virgen María participó en el sacrificio redentor de su Hijo, y de un modo tan íntimo, que mereció ser proclamada por Él Madre, no sólo de su discípulo Juan, sino -permítasenos afirmarlo- del género humano que éste simbolizaba; y continúa ahora realizando desde el cielo su función maternal, como cooperadora en el nacimiento y desarrollo de la vida divina en las almas de cada uno de los redimidos. 

Ésta es una verdad en extremo consoladora, que, por libre voluntad del sapientísimo Dios, forma parte integrante del misterio de la salvación humana; por tanto debe ser considerada de fe por todos los cristianos.



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