LEYENDA DE NUESTRA SEÑORA DE LAS LUCES


A corta distancia de la capital del vecino reino Lusitano, encuentra el viajero una preciosa iglesia erigida en honor de la Santísima Virgen María, cuyo origen encontramos en la siguiente leyenda.
 
La adoración y culto de la Madre del Divino Salvador, se iba extendiendo de una manera prodigiosa por todo el mundo católico.
 
Ya por medio de una revelación en sueños a varones justos y piadosos, ya haciendo se descubrieran algunas de las imágenes que ocultaron los cristianos cuando las terribles persecuciones que contra ellos se hicieran por los emperadores de Roma, y cuando las invasiones de los bárbaros, cada día se encontraba ocasión para edificar un nuevo santuario, aunque fuera una humilde ermita donde la Reina de los Ángeles, la Soberana de los cielos, recibiera en la tierra las adoraciones de los discípulos de la doctrina que viniera a predicar al mundo su divino Hijo.


La iglesia de Nuestra Señora de las Luces, en Portugal, debe también su fundación a un caso extraño y maravilloso, del que se valió el Señor para que su amantísima Madre fuera adorada y glorificada como se merecía en aquellas tierras.
 
Todas las noches, a hora ya avanzada, aparecía en el firmamento una antorcha cuyos resplandores iluminaban con una brillante claridad el lugar sombrío y solitario por donde acostumbraba a dejarse ver.
 
Aunque el vulgo ignorante comentó a su gusto el particular fenómeno que observaba, nadie en realidad sabia a qué atribuirlo.
 
Por fin, un día un prisionero pudo explicar a las gentes la causa de aquel prodigio.
 
La Santísima Virgen María, a la que el prisionero profesaba gran devoción, se había aparecido a éste en su calabozo, y prometiéndole su tan ansiada libertad, le encargó que en pago del gran beneficio que recibía edificase luego un templo en aquel paraje retirado donde hubiera visto brillar la antorcha.
 
Adoró reverente el prisionero a la Madre de los pecadores, y ofreció cumplir inmediatamente que se viera libre su sagrado encargo.
 
Y así lo hizo; pues, que dejándole de sujetar las fuertes cadenas con que le tenían encarcelado, agradecido al favor que la Señora le dispensaba, se apresuró a realizar sus deseos.

Se empezó a edificar el templo a los pocos días con las cuantiosas limosnas que el prisionero recogía, y en consideración a la antorcha que todas las noches señalaba con su luz resplandeciente el sitio donde debía construirse la iglesia, la venerada imagen de la Virgen que se colocó en su principal altar, recibe desde aquel tiempo fervoroso culto de los portugueses bajo la advocación de Nuestra Señora de las Luces. 
 

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