LEYENDA DE NUESTRA SEÑORA DE LA ALMUDENA


Testigo del marcado cariño que en todos tiempos nos ha mostrado la Virgen Santísima, es el infinito número de santuarios, y magníficos templos levantados en su honor en aquellos sitios donde nos ha distinguido con sus favores, y nos ha dispensado tantas y tantas gracias.

Testimonio, por último, tenemos de la protección de la Madre del Salvador hacia los hijos de este privilegiado suelo, en la historia de nuestra amada península durante la dominación musulmana.

Unas veces apareciéndoseles a los defensores de la Cruz en el fragor del combate, otras veces confundiendo a sus enemigos; muchas de las victorias de los cristianos eran solo debidas al favor que la amorosa Virgen les dispensaba. Si la crítica de los enemigos de nuestra religión se ensaña contra nosotros llamándonos hasta idólatras por el culto que tributamos a diversas imágenes de la Señora, sin duda que es porque no ha cuidado de revolver esos viejos y empolvados pergaminos que guardan los archivos de nuestras catedrales, donde podría estudiar y conocer la causa de nuestra gran devoción a María bajo diferentes advocaciones.



Con la de la Almudena se veneró y sigue venerándose en Madrid a la Virgen Santísima por los motivos que expondremos en esta leyenda que ahora la dedicamos.

Las huestes que capitanearon Muza y Tank iban conquistando con gran rapidez la península, posesionándose los conquistadores de sus mas importantes poblaciones.

Había ya llegado Muza hasta Toledo, y después de apoderarse de esta importante ciudad, pensó en venir sobre Madrid que fue también por él conquistada. Pero antes de caer bajo el yugo de los mahometanos, los madrileños que querían salvar los objetos que les eran mas queridos, se acordaron al momento de su tan venerada imagen de la Virgen, traída a Madrid por San Calocero en el año 38 de la era de Jesucristo.

Era San Calocero uno de los discípulos mas amados del apóstol Santiago, quien le envió, cuando vino a España desde Jerusalén a predicar el Evangelio, a esta parte de Castilla para procurar hacer en ella nuevas conversiones a la fe.

Tal vez en su origen una pequeña ermita o humilde santuario fue con el tiempo la morada de la imagen que trajera a Madrid el amado discípulo del santo apóstol, uno de los principales templos de la villa.

Ya en la época de la invasión sarracena lo era de importancia, habiendo sido trasformado en mezquita por los árabes.

Grande fue la consternación y el espanto de los cristianos, al saber que los enemigos de la Cruz habían ya conquistado Toledo y que pronto estarían a las puertas de la villa.

Bien sabían que era inútil toda resistencia contra aquellos fieros musulmanes, que se hacían en tan poco tiempo señores de toda la península.

También sabían que no había que esperar de ellos misericordia, y que si querían salvarse tendrían que guarecerse en lo áspero y quebrado de aquellas montañas, refugio de los españoles en tan críticos momentos, en tan terrible invasión.

Conocedores, pues, de la suerte que el destino les depara, se preparan para hostilizar cuanto puedan a los árabes, pero prevenidos para la derrota, procuran esconder sus alhajas y riquezas para que no sean rico botín de los vencedores.

Sueltos sus cabellos, con lágrimas en los ojos, y dando grandes voces y gritos recorren las calles de Madrid las mujeres, mientras sus padres, sus maridos y sus hijos van al templo de Santa María para librar a su imagen, por ellos tan venerada, de toda profanación.

Siguiendo a los ministros del Señor un inmenso gentío, se dirige hacia el sagrado altar donde tiene la imagen su asiento, y después de fervientes plegarias y de pedir a la Señora que interceda con el Dios de los ejércitos para que les alcance la victoria sobre sus contrarios, tratan de ocultarla en un lugar en el que no puedan sospechar los enemigos de la fe que dejan tan preciosa joya.

El mas venerable de los sacerdotes, por su saber y sus años, impone con una señal silencio a las infinitas personas que llenan el templo: sube las gradas del altar, y dirigiendo su voz a los fieles con conmovido acento les dice:

—«Nuestras culpas y pecados tienen irritada la justicia del Omnipotente. Una monarquía acaba de hundirse, ¡quién sabe por cuanto tiempo! allí, a orillas del Guadalete, nuestro rey D. Rodrigo ha perecido en la batalla, y con él también sucumbieron los pocos nobles guerreros que han salido a combatir contra los fieros hijos del Corán!

¡Ah! ¡Y cuán desgraciada va a ser nuestra patria!

Ya veis como caen bajo su ominoso yugo todas las ciudades, villas y aldeas de España.

Inútil es la resistencia. ¡Dios lo quiere!



Pidamos al Señor perdón de nuestras muchas iniquidades, imploremos su infinita clemencia, y pelee todo aquel que aún tenga fuerza para manejar la espada hasta que derrame la última gota de su sangre por defender nuestra sacrosanta religión.

Que seremos vencidos no hay que dudarlo; hállase el cielo altamente ofendido, y pronto experimentaremos sus rigores.

Arrepiéntase el pecador de sus culpas; demandemos todos misericordia, porque terrible será la lucha con nuestros enemigos, y no hemos de encontrar compasión en sus duros corazones.


El que sobreviva después del combate, si ama la independencia del país donde ha nacido, que corra hacia las montañas donde se reúnen las huestes de los soldados de la Cruz, para hostigar cuanto puedan a los invasores, y trabajar sin cesar por la libertad de la patria. Muza está ya en Toledo, conquistada esta ciudad, pronto el infiel caudillo se hallará delante de nuestros muros. Antes de que esto suceda, antes de que Madrid caiga en sus manos, preciso es que pensemos en salvar los objetos que nos son mas queridos.

La Virgen Santísima, a quien tanto veneramos, que siempre ha sido nuestra abogada y protectora, que siempre ha oído clemente nuestras quejas, que siempre ha escuchado cuantas súplicas la hemos dirigido, no ha de caer en manos de nuestros enemigos, no hemos de permitir que su preciosa imagen sea profanada por los infieles.

Ocultémosla, mientras peleamos contra ellos, en el cubo de esa muralla contigua a este santo templo. Si vencemos, todos sabemos donde la hallaremos para darle gracias por la victoria, y si por desgracia somos vencidos, líbrese ahí del furor de los mahometanos...»

Se oyó con religioso silencio la breve plática del anciano sacerdote, y cuando hubo terminado todos aprobaron su proposición.

El mismo sacerdote tomó la sagrada imagen del altar donde se hallaba colocada, y después en procesión fue conducida al indicado cubo de la muralla, donde habiéndose hecho un nicho, se la colocó dentro de él, dejando dos luces para que la alumbrasen, y tapiando luego el nicho, se arregló el sitio de modo que quedara igual del resto del muro.

Mas de tres siglos y medio se halló Madrid bajo la tiranía de sus conquistadores.

Por fin llegaron mejores tiempos para los cristianos; la Cruz volvía a aparecer en las torres y castillos, desalojando de aquellos sitios a la Media luna que por espacio de tanto tiempo dominara en ellos con gran sentimiento de los guerreros defensores de la fe.

Era el año 1083.

Don Alfonso VI de Castilla había ya reconquistado Toledo, y se disponía a atacar a los musulmanes para tomarles también Madrid.

Auxiliado por el rey de Navarra, por algunos de los valientes caudillos de aquel monarca, por varios bravos capitanes de naciones extranjeras que habían prestado su apoyo en varias ocasiones al rey de Castilla, cercó la villa y logró al poco tiempo rendirla, posesionándose de ella las armas cristianas.

Grande fue el gozo de los castellanos cuando pudieron sustituir la Media luna con el estandarte glorioso de la Cruz, que ondeó triunfante en las torres y minaretes de los árabes.

El primer cuidado de D. Alfonso, así que entraron los cristianos en la villa, fue el de purificar el hermoso templo de la Virgen que habían profanado los infieles convirtiéndolo en mezquita.

Sabedor también de como se había procurado librar la imagen de la Virgen para que no cayera en manos de los árabes, mandó inmediatamente buscarla por todas partes, pues aunque se sabía que se hallaba oculta, ignoraba como todos donde había sido colocada.

Mientras se inician continuas pesquisas para indagar el paradero de la sagrada imagen, ordenó el piadoso rey que se pintara en la pared del altar mayor una imagen de la Virgen.

Vivísimos eran los deseos de D. Alfonso por saber el paradero de la preciosa imagen, y reuniendo a toda su corte, expuso su parecer de que convenía excitar al cielo con rogativas públicas y varios ayunos para que, escuchando los ruegos de los fieles, les concediese el tesoro que sabían tenían oculto en la villa, pero ignorando en que lugar.

Se hicieron, pues, estas rogativas por espacio de nueve días, y el 9 de Noviembre del año 1083, último de la novena, en una solemne procesión que se hizo después de la misa en el mismo santo templo de Santa María, se fue por todos los sitios de la villa donde se suponía podría encontrarse la imagen.

Esta se había conservado en el derruido templo de Santa María, y tenia debajo una inscripción que, aunque desgastadas algunas palabras, podía leerse bien lo siguiente:

«Esta sagrada imagen de Nuestra Señora de la Flor, (el pintor no sabemos si por orden del rey o por su gusto, pintó la Virgen llevando en la mano una flor de lis) estuvo pintada en la misma pared, y oculta detrás del retablo del altar mayor. Se descubrió con una gustosa novedad el año 1623, con ocasión de trasladar a él, a Nuestra Señora de la Almudena. Después, el año de 1638, se trasladó y colocó en este sitio, aseándose entero de la pared el espacio de ladrillo y yeso en que estaba pintada...
 
Su antigüedad es del tiempo de D. Alfonso VI, que conquistó la última vez Madrid: se pintó en ausencia de Nuestra Señora cuando estuvo encerrada en el muro, y el rey mandó consagrar esta iglesia y dedicarla a Nuestra Señora con esta santa imagen.»

Según cuentan las crónicas, en esta procesión iban además de D. Alfonso VI de Castilla, el rey D. Sancho de Aragón y de Navarra, con los infantes D. Fernando, cardenal, y D. Martín, varios prelados, y numerosos caballeros castellanos, aragoneses, navarros y extranjeros. Entre los nobles, iba también el famoso Cid Campeador D. Rodrigo de Vivar.

Un prodigio obrado por Dios, que quiso manifestar a los fieles que veía gustoso las súplicas que todos le dirigían para hallar la imagen de la Virgen, hizo que al fin fuese encontrada.

Llegaba ya la procesión al sitio que es hoy conocido con el nombre de Cuesta de la Vega, y al pasar por delante del trozo de muralla que por allí había, abrióse por si mismo el cubo de aquella, donde había sido colocada la imagen de la Virgen, que aun conservaba encendidas las dos velas que la dejaron para alumbrada. Asombrados todos con aquel portentoso milagro de los cielos, se postraron primero reverentes ante la sagrada imagen, y después con gran gozo en el día siguiente, se la trasladó a su primitiva mansión.

Aquí continuó venerada por todos los madrileños, que acudían a ella en todas ocasiones que necesitaban de su favor divino.

Con el titulo de la Virgen de la Almudena, por haber estado oculta su imagen en el cubo de la muralla cerca del almudi alhodi o alhóndiga de los moros, fue declarada Patrona de Madrid, y siempre ha manifestado serlo la Señora, protegiendo a este religioso pueblo y dispensándole infinitos beneficios.

Los milagros obrados por intercesión de la Virgen con los devotos que han ido a postrarse a sus pies, elevando hasta Ella sus súplicas, son muchos, como los que han obrado casi todas las imágenes que veneramos en nuestros templos católicos.

No queremos dejar de referir el que se obró en esta corte, cuando apurados los madrileños con el asedio que les pusiera Aben Jucet Miramolin, hubieran perecido de hambre o hubieran tenido que entregarse otra vez a la infiel morisma, de no haber venido en su favor la Señora.

Terriblemente preocupados los ánimos de todos los habitantes de la villa por la gran escasez de víveres que en ella se advertía, no sabían como hacer frente a los horrores del hambre que les amenazaba, cuando jugando unos niños en la iglesia de Nuestra Señora, hicieron un agujero en uno de sus pilares. Uno de los muchachos notó que había allí alguna cosa, y dio parte a los demás, que ahondando el agujero encontraron un filón de trigo.

Informando a sus padres de tan agradable noticia, fueron varias personas a la iglesia, y echando a tierra un trozo de pared, descubrieron un gran local lleno de trigo.

Y era tanto el que allí había almacenado, que no solo remedió las apremiantes necesidades de los sitiados, sino que estos, cobrando bríos con el milagro obrado por el Señor, sin duda por intercesión de la Virgen María, quisieron hacer ver a sus enemigos que no se morían de hambre, arrojándoles a puñados el trigo desde las murallas.

Los sitiadores, que esperaban hacerles capitular por hambre, al ver que se hallaban tan provistos de alimentos, levantaron sus tiendas, quitaron el cerco, y dejaron libre a la villa que se apresuró a dar gracias a su protectora la Virgen de la Almudena por el prodigio que a su favor había obrado.

En varias obras que se ocupan de esta venerada imagen, se lee el caso particular sucedido a la infanta doña Isabel Clara, hija del rey D. Felipe II el Prudente, que teniendo gran devoción a la Patrona de Madrid, y habiendo de partir con su esposo el archiduque Alberto a los Países Bajos, quiso se le sacara un retrato de la Virgen, no habiéndolo conseguido hacer fiel y exacto ningún pintor entre muchos que se presentaron.

Se llevó la infanta todos los cuadros a los estados de su esposo, pues no viéndose satisfecha con ninguno de los retratos, quiso conservarlos todos, colocándolos en las paredes de sus habitaciones en su palacio de Flandes.

Disgustada de oír a todos cuantos veían estos cuadros que ninguno retrataba bien la sagrada imagen, se atrevió a pedir a su padre el original, aunque bien sabia que se negaría a privar a los madrileños de su tan querida Virgen.

A la negativa de D. Felipe, su hija, con nuevas ansias de poseer un perfecto retrato de la tan venerada imagen, envió a Madrid a un famoso pintor flamenco para que la trajera una exacta copia.

Llegó a la corte el célebre artista, y habiendo dado orden el rey D. Felipe de que se llevara la imagen de la Virgen al pórtico de la iglesia, a fin de que con todas luces y con la mayor comodidad pudiera retratarla, se hizo así empezando el pintor su obra, que le salió perfecta, imitando con gran propiedad el ropaje; pero hubo de arrojar desanimado los pinceles, cuando queriendo copiar el divino rostro de la Señora, vio que no acertaba, por mas que hacia, a sacarlo semejante al de la imagen.


El día 4 de abril de 1883, el rey Alfonso XII ponía la primera piedra de la Catedral de la Almudena, cuya construcción había comenzado el año 1879 y finalizó en el 1993. Está construida en el emplazamiento de la antigua mezquita, frente al Palacio Real de Madrid, a pocos metros de donde estaba la pequeña iglesia de Santa María de la Almudena.

La Virgen de la Almudena, patrona de la ciudad, tiene su altar en el crucero de la nave derecha, frente a la entrada por la calle de Bailén. Es un altar elevado, al que se accede por dos escaleras laterales con barandilla de bronce. La escultura original, representando a la Virgen con el Niño en sus brazos, es una imagen de madera tallada y policromada, de estilo gótico; está colocada en la hornacina central de un valioso retablo, realizado por Juan de Borgoña a finales del siglo XV.
 
 

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