EL CRISTO DE LA AZUCENA, LEYENDA


 
Hay una bella tradición en Valverde de Júcar sobre la imagen del Cristo, que llaman de la Azucena. Es como sigue:

Mandaron tallar dos Cristos, uno para Alarcón y otro para Valverde. Los confundieron y los mandaron cambiados. Al comprobarlo, decidieron subsanar el error (uno era muerto y otro expirante).

En aquel tiempo aún no se habla inventado el automóvil, por lo que los habitantes de Valverde, en un carro, bien acondicionado para que no sufriera deterioro, colocaron al Cristo y uncieron a la carreta una pareja de bueyes. El carro partió sin dificultad alguna, mientras anduvo por el término de Valverde.

Pasando el puente nuevo, los bueyes se pararon y no hubo medio de hacerles andar. Entonces uncieron otra pareja, con el mismo resultado, añadiendo cada vez un par de bueyes, hasta que fueron tres yuntas. La carreta ni se movió.

Entonces comprendieron que algo extraordinario, sucedía, porque no era lógico que tres parejas de bueyes no pudieran mover una carreta con tan poco peso.

Supusieron que sería que el Cristo no querría marcharse de Valverde. Lo cogieron entre dos y tranquilamente lo llevaron a Valverde. Sin el Cristo, los bueyes marcharon tranquilamente, no las tres yuntas, sino los primeros solamente.

Ya, ni en un pueblo ni en otro intentaron más cambios. Es una imagen tan milagrosa, que se, cuentan cosas que son verdaderos prodigios. Veamos dos de ellos.

EL FUEGO EN LA IGLESIA

Un día, después de terminarse los cultos, el sacristán se disponía a cerrar las puertas del templo, cuando oyó una voz potentísima que gritaba:

— Juan de Mata: ¡que arde el altar..!

Corrió el sacristán y pudo comprobar que habían dejado por descuido una vela encendida y se había prendido fuego. Las llamas eran bastante grandes y como pudo se dispuso a apagarlas. Pero a nadie vio ni nadie vino a ayudarle.

Cuando ya había apagado por completo el fuego, dijo en voz alta:

—¡Vamos, que si llega a arder esta preciosa imagen de Cristo...! Entonces pensó: "Se ve que el que me ha avisado, ha tenido miedo de las llamas."

—Ven, hombre, que ya he apagado el fuego... —dijo llamándolo. Pero ni apareció nadie ni a nadie vio.

Entonces, creyendo que estaría escondido el que lo había llamado con voz tan potente (sin duda para gastarle alguna broma o que el sacristán se la gastase a él), miró cuidadosamente por todos los sitios: ¡Nadie...! 

No contento con esto, a unos chicos que jugaban en la plaza que es donde está la puerta principal (la otra estaba cerrada), les preguntó intrigado:

—¿Habéis visto salir un hombre hace diez minutos escasos...?

—No, señor. Estamos aquí desde hace más de una hora, y la última que salió fue la señora Eduvigis y ya nadie más.

—¿Estáis seguros...?

—Pues, ¿no ve usted que estamos jugando aquí mismo, a la rayuela, frente a la misma puerta? ¿Cómo no lo íbamos a ver...?

Todo el pueblo pensó: el que ha avisado ha sido el mismo Cristo.

LA PERTINAZ SEQUIA

En la época de la Dictadura, hubo una sequía tan grande, que los campos estaban asolados y mustios, temiendo fundadamente que se perdiera la cosecha. Entonces decidieron sacar a su Cristo en rogativas. No había nube alguna. El cielo azul intenso y ni una nubecilla siquiera se divisaba por parte alguna. Terminada la procesión, de pronto, se formaron nubes y aquella misma tarde llovió, con lo que se salvaron las cosechas.

Muchos milagros se cuentan de la milagrosa imagen del Cristo de la Azucena. Pero el que más admiró al pueblo fue el sucedido durante la Guerra de Liberación del año treinta y seis.

Llegaron los milicianos desde Cuenca, dispuestos a destruir todas las imágenes. Uno de ellos estaba casado con una mujer de Valverde. Este, descolgó al Cristo y tuvo la osadía sacrílega, de cortarle brazos y piernas. Y no contento con esto, después le dio una bofetada, gritando cínicamente:
 
—Has terminado de hacer milagros...! A los pocos meses le nació un hijo sin brazos y sin piernas.

Y a temporadas, sobre la misma mejilla, donde él puso sus sacrílegas manos en la mejilla del Señor, su hijo llevaba señalada en morado, una mano. Aunque el marido era comunista y descreído, la mujer era creyente y cuando supo lo que su marido había hecho, lloró y rezó para que Dios lo perdonara.

Esta noticia corrió por Valverde y los pueblos cercanos como la pólvora. Y llegó también a oídos de los jefes rojos de Cuenca. Fueron sigilosamente para comprobarlo y vieron lo que ellos llamaban "casualidad" y lo que los creyentes tuvieron por "justo castigo": el niño, perfectamente normal en lo demás, era un tronco viviente, sin brazos y sin piernas... Y sobre su mejilla, en rojo oscuro, como la huella de los dedos de una mano...

El padre, avergonzado, quiso matar al niño:

—¿Para qué puede valer un ser sin piernas y sin brazos...?

Para vergüenza y que esos "fascistas" crean que el Cristo, después de mutilado, todavía ha hecho un milagro... ¡Que muera, que muera...!

Pero la pobre madre, apretando al niño contra su pecho, dijo:

—No, eso no os lo consentiré. Para matar a mi hijo, tiene que ser a los dos: ¡morirá EN LOS BRAZOS DE SU MADRE...!

Tuvieron miedo de llevar a cabo tal atrocidad. La pobre madre pedía a Dios que dispusiera de aquel ser inocente e inservible para la vida, que... había pagado, sin culpa, el delito de su padre.

2 comentarios:

  1. La fé mueve montañas y los milagros existen 🙏

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  2. Muy bueno, son de esas lecturas que le dejan a uno el corazón lleno de gozo .. claro que los milagros existen... He tenido la gran bendición de que Papito Dios me halla regalado muchos de ellos.. mil gracias Dios los bendiga

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