EL PODER DE UNA MENTIRA (LEYENDA INFANTIL)


Sergio tenia ya diez años y jamás babia mentido. Nada hacia mal, así no tenia motivo de ocultar la verdad. Cuando alguna desgracia le acontecía, como romper un cristal o mancharse la ropa, en seguida iba a decírselo a su padre. Este tenia la bondad de perdonarle, y se contentaba con advertirle que en adelante hiciera mas caso.

Cierto día, su vecinito Roberto vino a buscarle.

Roberto era un bribonzuelo. Sergio, tratando de divertir a su amigo le propuso una partida de dominó. Aceptó Roberto la proposición pero a condición de que cada partida valdría diez céntimos, Sergio rehusó desde luego, porque su padre le había prohibido que jugase dinero. Al poco tiempo se dejó seducir por su amigo, y en un cuarto de hora perdió todo el dinero que tenia y babia economizado durante algunas semanas privándose de comprar golosinas. Sergio se desconsoló con semejante pérdida y se metió en un rincón para llorar. Roberto se burló de él y se largó triunfante con su botín.

El padre de Sergio, no tardó mucho en entrar en casa. Como quería entrañablemente a su hijo, le envió a buscar para abrazarlo.

- ¿Qué ha sucedido en mí ausencia? le dijo al verle abatido por la tristeza.

-Es que Roberto ha venido a obligarme a jugar con él al dominó.

- Nada malo hay en eso, hijo mío, es una diversión que siempre te he permitido. ¿Pero supongo que no habrás jugado dinero?

-No, papá.

-¿De que pues tienes los ojos encendidos?

- Es que yo quería hacer ver a Roberto el dinero que he ahorrado para comprarme un bonito libro, y yo por precaución lo babia puesto detrás de la gran piedra que hay detrás de nuestra puerta. Cuando he ido a buscarlo no lo he encontrado. Alguien me lo habrá cogido.

El padre de Gaspar consideró esta relación como poco verídica, pero encubrió su descontento; en seguida pasó a casa del vecino. En cuanto vio a Roberto le miró sonriéndose, y le dijo: ¡Vaya! amiguito, has sido afortunado hoy al dominó ¿no es verdad?

-Si, señor, le respondió Roberto, he jugado con muy buena suerte.

¿Y cuánto le has ganado a Sergio?  Un franco y veinte céntimos.

- ¿Te los ha pagado?

- ¡Claro! nada tengo que pedirle.

Por mas que Sergio merecía ser castigado severamente, su padre se inclinó a perdonarle por ser esta la primera vez que mentía. Se contentó con decirle desdeñosamente:
 
- Ahora sé que hay un mentiroso en mi casa, y voy a advertir a todo el mundo, que no hay que prestar fe a sus palabras.

Algunos días después, Sergio fue a ver a Roberto y le enseñó un hermoso lapicero que su tío le había regalado. Roberto lo encontró tan lindo que empleó cuantos medios le ocurrieron para obtenerlo. Propuso dar en cambio, pelotas, trompos, y hasta sus raquetas y volante; pero vio que Sergio no trataba de aceptar cambio alguno, y hundiéndole el sombrero hasta los ojos, le dijo descaradamente:
 
- El lapicero es mío. Yo lo he perdido en tu casa y tu te lo has apropiado.
 
Sergio protestó inútilmente que era un regalo que su tío le había hecho; Roberto se propuso quitárselo y como Sergio lo tenia sólidamente en sus manos, le agarró por los cabellos, le echo al suelo, le puso sus rodillas sobre el pecho, le dio de puñetazos en las narices, hasta que no le entregase el lapicero; lo cual tuvo que hacer al poco rato.

Sergio volvió a casa todo ensangrentado y con los cabellos y el traje en desorden.

- ¡Ah! papá, exclamó así que lo vio a cierta distancia, ven a vengarme. Ese pícaro Roberto me ha quitado mi lapicero, y me ha maltratado como puedes ver.

Pero, en lugar de tenerle compasión, el padre le dijo:
 
- Anda, mentiroso, sin duda que has jugado al dominó. Te has untado la cara con zumo de moras y te has descompuesto el cabello para engañarme. En vano Sergio juró y perjuró que era cierto lo que decía.
 
-Jamás creeré, le dijo su padre, al que una vez me ha engañado.

Sergio, confundido y humillado, se retiró a su cuarto, y lloró amargamente las consecuencias de su primera mentira. Al día siguiente entró a ver a su padre y a pedirle perdón.

- Reconozco, le dijo, lo mal que hice en mentirte una vez. No volverá a sucederme mas mientras viva; pero te ruego que en adelante no vuelvas a desconfiar de mis palabras.

Su padre ha asegurado mas de una vez a sus amigos que desde aquel momento Sergio no había vuelto a decir la mas leve mentira, y que por su parte le recompensaba por semejante conducta, concediéndole la mas completa confianza.

No le exigía ya ni promesa ni juramento. Le bastaba que Sergio le dijera una cosa para creerla con la misma seguridad que si la hubiese visto.

¡Qué satisfacción tan grata para un padre honrado y para un hijo digno de su amistad y afecto!

 
 
 

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