HISTORIA Y LEYENDA DE NUESTRA SEÑORA DE LA ANTIGUA


En Sevilla, se tiene una gran devoción a la Virgen María y en especial a la sagrada imagen conocida con el nombre de La Antigua.

Como sucede en otras célebres imágenes de la Virgen María a las que se tributa culto en la península, se atribuye la de la Antigua de Sevilla a algún discípulo del evangelista San Lucas o incluso a el mismo, pues las facciones tienen una gran semejanza con las de otras imágenes de Roma que también, al decir de las gentes, son obra de San Lucas.

No falta, sin embargo, quien sostenga que debió ejecutarse por un ángel, y halle fundamento su opinión en la gran maestría y perfección con que se halla pintada en el muro o pared.

Este muro o pared, según algunas opiniones debió pertenecer a la casa de algún devoto de la Virgen que se utilizara como templo de los fieles en el primer año de cristianismo.


De esta manera podría explicarse la gran antigüedad de esta preciosa imagen que se remonta hasta mucho antes de la dominación de los godos.

Invadida la península por los árabes, gracias a la traición de D. Julián, aquel antiguo templo fue convertido en mezquita, y donde antes se adoraba humildemente el signo de la Cruz, ondeó triunfante el pendón de la Media luna.

Furiosos los seguidores de Mahoma al observar aquella hermosa imagen de la Madre de los cristianos en la pared del templo, se apresuraron a borrarla rayando el muro para hacerla desaparecer.

Por tres veces tuvieron que empezar los musulmanes su trabajo, pues inútilmente se esforzaban en borrarla ya que a cada intento aparecían con mas brillo los colores, cada vez se veía mas marcada la imagen.

Enterado el califa Abdulaziz de que ningún resultado obtenían sus súbditos en su destructora obra, ordenó que se levantase un tabique o segunda pared que ocultara la otra donde se hallaba aquella milagrosa imagen.

Ni aun así consiguieron su objeto los hijos del Profeta.

El nuevo muro edificado por los moros, como si fuera límpido cristal, deja entrever a la excelsa imagen, y confundido y lleno de rabia el rey Abdulaziz, prohíbe terminantemente que nadie se acerque a aquel sitio del antiguo templo trasformado en mezquita.

Pero los cristianos que llegan a saber el prodigio piden a sus conquistadores que les permitan tener una pequeña iglesia donde celebrar sus ritos y ceremonias, y obtenido el permiso, la edifican cerca de la antigua catedral para hallarse siempre próximos a aquel sitio en el que se conservaba el divino retrato de su Madre y protectora.


Los valientes cristianos que se habían refugiado en las montañas cuando la invasión sarracena, prefiriendo vivir en ellas independientes, aunque tuvieran que sufrir mil incomodidades, a habitar esclavos de los conquistadores en las ciudades, volvían otra vez a apoderarse de algunas de éstas después de continuas y reñidas luchas con los árabes.

Era el año 1248.

El santo rey D. Fernando III, que mereció por su piedad y virtudes el alto honor de ser adorado en los altares, se había propuesto conquistar Sevilla.

Todos los días postrado ante una imagen de María la invocaba con fervor pidiéndole sus auxilios para conseguir su tan ansiada conquista.

—¡Haced, Virgen Santa, le decía con frecuencia, que pueda apoderarme de Sevilla para que en ella estéis como lo merecéis, bendecida y reverenciada por vuestros devotos fieles, que desean vivamente liberar vuestro antiguo templo de la profanación de esos fieros enemigos de nuestra religión e independencia!

La poderosa Señora escuchó los ruegos de su amado siervo y le otorgó lo que pedía.

Sevilla cayó en poder de las tropas de D. Fernando, quien guiado por un hermoso mancebo, un ángel sin duda enviado de los cielos para protegerle, había ya entrado en la ciudad antes que ésta se rindiera, y había también en ella adorado a la sagrada imagen de Nuestra Señora de la Antigua.

Algunos días antes de abandonar los musulmanes la hermosa Sevilla, por milagro de los cielos, la pared tabique que mandara construir Abdulaziz para ocultar la otra donde se veía pintado el divino retrato de María, se había desplomado descubriéndolo con todo su esplendor de otros tiempos.

¡Triste suceso de fatal augurio para los sitiados, venturoso presagio de futuras dichas para los sitiadores!

Y lo fue, en efecto, para estos últimos que así como sus enemigos se habían llenado de pavor cuando supieron aquel extraño y prodigioso acontecimiento, cobrando los cristianos nuevos bríos para el combate, tuvieron ya la ciudad por suya viendo la ostensible protección que les dispensaba la Soberana de los cielos.

Había tenido lugar, además, un hecho que les fortificaba en sus esperanzas de apoderarse pronto de Sevilla.

Cuando el rey San Fernando entraba en la ciudad, como ya hemos dicho, sin otro acompañamiento que el de un ángel, antes de llegar a sus puertas, se le cayó la espada sin que él lo notara y cuando la echo de menos, se encontró vacío el lugar del cinturón en donde ella debía estar.

¡Señal segura de que por su gran fe y verdadera piedad, no había de necesitar de otras fuerzas y auxilios mas que aquellos que el Señor Todopoderoso envía en ocasiones apuradas y difíciles a sus hijos predilectos!

Ondeó por fin en los altos minaretes de la mezquita musulmana el signo glorioso de la Cruz.

Yacía abatida y pisoteada la enseña de la Media luna que tantos años izaran altivos los hijos de Ismael en la encantadora Sevilla, y solo se veía triunfante en ella la Cruz que en tantas batallas diera la victoria a los discípulos de la verdadera fe.

Sin atender a que pisaban un templo del falso Profeta, entraron los vencedores con apresuramiento en la mezquita, descubriendo ante su vista el sagrado muro donde se halla pintada la imagen de Nuestra Señora, y postrados allí de hinojos la saludaban con ardiente devoción, dándole gracias por su generosa protección, y la alabándola y bendiciéndola como Reina y Señora de los cielos y Madre del Dios omnipotente.

La antigua iglesia dedicada en tiempos mas remotos a su divino Hijo, se hallaba profanada por los impíos musulmanes, era pues, necesario que cuanto antes se purificase la mezquita y volviera otra vez a recibir en su recinto como templo católico los cultos que los cristianos ofrecen reverentes a su Dios único.

El rey Don Fernando que tan especiales dones consiguiera de la Virgen, agradecido, se apresuró también a mandar edificar un precioso altar ante la imagen milagrosa de Nuestra Señora de la Antigua.

En 1432 el cabildo de la catedral de Sevilla obtuvo licencia del monarca castellano D. Juan I, para la construcción de una magnífica capilla, donde con mayor lucimiento y esplendor admitiese la celestial Señora la humilde adoración de sus devotos.

Al mismo tiempo se ensanchó aquel antiguo y venerado templo, transformándose en una bellísima basílica que hoy mismo es aun admiración de propios y extraños. Mas adelante, en la nueva capilla, se hicieron varias notables obras dándole mayor capacidad, para que así en su sagrado recinto, pudiera orar el gran número de cristianos que a todas horas iban a ella para implorar con la poderosa intercesión de María los favores del Señor.

Este fue el principal objeto de las obras, pero también se hicieron para que el piadoso prelado de aquella catedral, el cardenal don Diego Hurtado de Mendoza, tuviera dentro de la capilla donde se hallaba aquella preciosa imagen, de la que había sido tan devoto durante toda su vida, un artístico sepulcro en el cual descansara su cuerpo después de su muerte. Este suntuoso mausoleo es todo de mármol blanco, y se halla edificado a la derecha de la venerada imagen.

El gran emperador Carlos V, aquel famoso capitán que por todas partes paseó triunfantes las armas de Castilla, abandonaba el mundo, y hastiado de sus glorias y laureles, se encerraba en el Monasterio de Yuste, cambiando su brillante armadura por el tosco sayal del penitente. Felipe II el Prudente, heredaba de su padre la corona de España y de sus Indias. En su glorioso reinado tuvieron lugar las nuevas obras de la catedral de Sevilla, obras que pudieron solamente llevarse a cabo con la especial y decidida protección de la Virgen María.

Se trataba nada menos que de trasladar el muro sobre el que se halla pintada la imagen sagrada de la Virgen a una grande y espaciosa capilla, a la fachada, frente al sur, donde hoy se venera.

Reunidos los más renombrados arquitectos que en aquella época se conocían en Europa, todos expusieron las gravísimas dificultades que hallaría tan gigantesco proyecto.

Se oyó por último, al Maestro Alonso de Maeda y se le encomendó tan difícil empresa, pues confió el cabildo en sus planes que hacían presagiar un feliz resultado.

Era la tarde del viernes 7 de Noviembre del año de gracia de 1578.

Ante un gran concurso de fieles, de los piadosos señores duque de Medina Sidonia, D. Alonso de Guzmán, el asistente de Sevilla D. Francisco Zapata y Cisneros, conde de Barajas, el marqués de Villamanrique, y en presencia de todo el ilustrísimo Cabildo, se verificó este traslado casi maravilloso por el peligro que corría el muro de dividirse y estropearse.

Las campanas de la catedral anunciaron a los habitantes de Sevilla el satisfactorio término de la obra, y todos acudieron gozosos a adorar y bendecir a su patrona y abogada en la nueva capilla recién fabricada y adornada como convenía a tan celebrada imagen.

De arquitectura romana se hallaba construida con preciosos mármoles y jaspes, habiéndose utilizado en la obra  profusión de oro, plata y bronce.

Cuadros de gran mérito artístico adornan también sus paredes, y en toda la capilla se ostenta la gran devoción de los sevillanos hacia Nuestra Señora, quienes no han reparado nunca en lo costoso de los trabajos de la misma, con tal que la venerada efigie la Reina de los cielos tenga un tabernáculo digno donde todos los fieles puedan cotidianamente bendecirla y alabarla.

Y existen, en verdad, motivos para esta tan ferviente devoción, para este tan acendrado amor, para este tan especial cariño a la Madre de Dios.

Ella, auxilió al rey Don Fernando para la conquista de la hermosa ciudad. Ella, con continuos y asombrosos milagros ha manifestado bien claramente que aquel que con sincera piedad se postra ante sus divinas plantas, y la suplica con la gloriosa advocación de Nuestra Señora de la Antigua, puede tener seguridad de alcanzar su divina protección.

Si a narrar fuéramos los prodigios que la mano del Dios Todopoderoso ha obrado por intercesión de esta venerada imagen nunca cesaríamos en nuestro trabajo.

¡Cuántos enfermos fueron curados por Mano de San Diego de Alcalá, con solo ungir a los pacientes con el aceite de la lámpara que alumbraba a Nuestra Señora!.

Las crónicas e historias que se ocupan de esta milagrosa imagen, refieren también con gran minuciosidad la solemne procesión de romería que hicieran en 1521 los habitantes de Carmona, viniendo desde esta población hasta Sevilla para implorar los auxilios del cielo, en una gran calamidad, poniendo por intercesora a Nuestra Señora de la Antigua.

Entre hombres, mujeres y niños, vendrían en esta procesión al menos mil quinientas personas. Llevaban siete cruces y dos crucifijos, e iban cantando alabanzas a María más de cuarenta clérigos.

El cabildo de la catedral de Sevilla se mostró generoso con los peregrinos, dándoles de comer mientras permanecieron en la ciudad, y socorriéndoles además con cuantiosas limosnas.

La Virgen Santísima se compadeció de aquellas piadosas gentes, y les otorgó lo que la suplicaban.

Solo por adorarla en su hermosa capilla, han visitado la capital de Andalucía numerosos monarcas, príncipes y poderosos de la tierra, que al mismo tiempo que imploraban, la ofrecían como humildes presentes ricas alhajes y valiosas joyas.

D. Fernando de Antequera fue tan fiel devoto de Nuestra Señora que deseoso da tenerla siempre en su presencia, ordenó se sacara una copia de su imagen, que llevó consigo a la villa de Medina del Campo.

El mismo monarca, en honor de la Virgen de la Antigua fundó con este nombre una orden de la que se armaron caballeros D. Fernando y varios nobles en el año 1407.

Prelados piadosos, ilustres príncipes y nobles caballeros, siempre confiando en los divinos auxilios de la augusta Soberana de los cielos, han ido también a poner a sus pies ofrendas de gran valía, y han contribuido con considerables limosnas al mejor ornato de su capilla, y a la mayor solemnidad de los cultos que en su honor se celebran.

El pobre menestral y el rico propietario, ambos adoran con igual fervor, ambos alaban a Nuestra Señora en Sevilla por las gracias y favores que continuamente hace que caigan del cielo sobre ellos, corno lluvia benéfica que reverdece y alegra los campos. Desde aquel venturoso día para los cristianos, en que el piadoso Don Fernando, apoderándose de la ciudad de Sevilla, volvía a tributar culto a tan milagrosa imagen, hasta nuestros días, siempre ha sido muy crecido el número de fieles que se ven orando en su capilla.

A todas horas encontrareis mirando con ansiedad en la sagrada capilla el divino rostro de la venerada imagen, como si esperase que aparezca en él amable sonrisa, a la madre cariñosa que va a pedir a la Virgen por su hijo enfermo, ó corriendo tal vez mil peligros en alta mar ó en alguna cruda guerra.

El anciano que ve próximo el día de su existencia, que cuenta ya cercano el momento de partida de este valle de lágrimas, derrama con abundancia las suyas en la capilla consagrada a María, para que con arrepentimiento, lavando sus culpas por intercesión de la que es Madre de los pecadores, pueda alcanzar el perdón de los mismos y gozar en el cielo de las dichas inefables que el Señor ofrece misericordioso a sus hijos.

Todos los que han vivido, siquiera haya sido por breve tiempo a orillas del Guadalquivir, han tornado tal cariño, profesan tan ardiente devoción a Nuestra Señora que en cuantas plegarias dirigen al Eterno Padre, la ponen por medianera e intercesora en sus súplicas.

El emperador Carlos V, Felipe II su hijo, Felipe III, Felipe IV, y Felipe V, con todos sus sucesores en la dinastía de Borbón, han manifestado en diferentes ocasiones la gran devoción que profesan a tan querida y venerada imagen.


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