LEYENDA DE LA COVACHA DEL MORO


Cerca del antiguo castillo de Priego hay una cueva que llaman "La Covacha del Moro", a la que se atribuye esta fantástica leyenda.
 
En tiempos muy antiguos vivía cerca de dicho Castillo un moro, muy poderoso, llamado Muley Habas. Este, tenía una hija de extraordinaria belleza: Zobeya.
 
Aunque el barrio moro estaba un poco alejado del cristiano, en tiempos de paz o treguas guerreras, convivían moros y cristianos, si bien, cada uno conservando su religión y costumbres, con entera libertad.
 
Zobeya, además de muy bella, era también graciosa y simpática. Iba siempre elegante, porque su padre tenía puesto el orgullo en su hija y como era muy rico, no le importaba gastar en adornos y bellos trajes para ella. Muchos eran los jóvenes que aspiraban a la mano de la morita bella, tanto moros como cristianos, pero ella se enamoró de un aristócrata cristiano, hijo del dueño del Castillo, llamado Don Alvaro, al que amó apasionadamente.

Había en los alrededores de Priego unas misteriosas mujeres de las que nadie sabía sus edades y que eran consideradas como brujas o hechiceras. Muley Habas, en su desesperación se decidió a llamarlas. Acudieron a la llamada y, cuando estuvieron las cuatro reunidas, Muley Habas se expresó así:
 
—Os he llamado, amigas mías, para que me ayudéis a castigar debidamente a mi hija, que me ha ofendido y burlado mis órdenes.
 
—¿Cuál ha sido la ofensa que te ha hecho?
 
— Ama apasionadamente a un caballero cristiano, y es correspondida.
 
—¿Algo más?
 
—Si. Piensa casarse con él.
 
—Pero eso no es posible, siendo de religiones diferentes.
 
—Por eso proyecta hacerse cristiana.
 
—¿Estás seguro de cuanto afirmas? A ver si son habladurías...
 
—Yo mismo me he enterado y he vista a Zobeya y D. Alvaro, en amoroso coloquio. Por las palabras sueltas que oí, deduzco que trataban de la ceremonia del bautizo, sin duda, como tramite previo a la boda.
 
—¿Y qué piensas hacer?
 
—Impedir esa boda por todos los medios. Por eso y para eso os he llamado. Podéis creerme: Preferiría ver a mi hija convertida en serpiente, que esposa del cristiano.
 
—Pero eso es terrible. Perderás a tu hija. Y, además de lo hermosa que es, verla convertida en serpiente...

—Perderla, de todos modos la pierdo. Para matarla no tengo valor. Prefiero algo parecido a lo que os he dicho...

 
—Hemos de esperar tres días hasta que la Luna esté propicia, a nuestros intentos. Podemos quedarnos aquí si lo prefieres, hasta esa fecha, porque es muy peligroso el viaje de cada una de nosotras y retornar.
 
—Podéis quedares en el piso de arriba, hay una sala grande. Y si lo preferís, en el sótano también podéis alojaros. 
 
—Preferimos la sala de arriba —dijo la que mandar entre las otras—. Mientras nos preparas lo necesario, entre otras cosas dos calderos, uno mayor que otro, un hornillo con abundante leña, agua y azufre, dos redomas, un espejo, un búho, un gato negro, dos ranas...
 
—Es mejor darle una lista de todo. Y si algo no se encuentra, Gertri, que es la más joven y la que vive más cerca, que lo traiga de su casa.
 
—Me parece bien. Ya sabéis que seréis espléndidamente pagadas.
 
—Sobre todo que no se olvide una víbora, las tres palomas blancas y la pata de ciervo...
 
—Oíd, oíd... ¿Y dónde voy a ir yo a por tantas cosas?
 
—Donde quieras, pero sin eso, nada podemos hacer. Es muy difícil lo que deseas. Si es poco el tiempo, hemos de esperar entonces treinta y tres días.
 
—Y conste que, aunque traemos aquí los viejos códices de las fórmulas mágicas, aún nos tiene Gertri que traer varias cosas que nos faltan, como la raíz de la mandrágora, las uñas del jabalí, el diente del lobo, etc., etc.
 
—Esto último podremos proporcionarlo nosotras, para ahorrar tiempo; pero te costará bastante más. Fíjate lo difícil que es reunir tantas cosas... Menos mal que nosotras estamos bien preparadas y lo que tú no encuentres, nosotras lo traeremos...
 
—Pedid cuanto queráis. Ya, ¿para qué quiero mis riquezas? Es mi hija única y todo lo quería para ella...
 
—Tomad la lista. Rápidamente procurad reunirlo todo. Lo que falte, esta misma noche, al apuntar el primer lucero, Gertri saldrá a por ello. Podrá volver mañana a la misma hora. Hay que poner sobre el tejado un paño encarnado para que no se equivoque de chimenea.
 
—¡Buen viaje, Gertri, y vuelve pronto...!

A la noche siguiente llegó la bruja que faltaba. Ya las cuatro reunidos ultimaron los detalles finales. Una enorme fogata despedía siniestros fulgores en la sala que ocupaban.
 
Muley Habas a nadie dio parte de estas tenebrosas gestiones. A Zobeya la tenía encerrada en una habitación, sin comunicación con nadie. Tras la violenta escena que con ella tuvo, la dejó prisionera, mientras preparaba su venganza.

—Ya ves, Muley Habas, que en cuanto nos has invocado, hemos respondido a tu llamada. Ya está todo preparado; pero antes hemos de puntualizar las condiciones...
 
—Os he dicho que no tendríais quejas. Así es. ¿Veis esta piel de cordero llena de oro? Pues vuestra será en cuanto me haya vengado.
 
—Es poca recompensa para tan gran trabajo.
 
—¿Y qué más deseáis?
 
—Que nos dejes esta sala por nuestra, con todas sus dependencias, para cuando queramos tener asamblea todas las hechiceras del contorno.
 
—Concedido. Desaparecida mi hija —que era mi única ilusión, orgullo y esperanza—, lo demás no me importa. Cuando yo desaparezca, podéis quedaos también con la casa y tierras.
 
—Además, ejerceremos sobre ti una acción benéfica si nos ayudas y nos tratas con cariño.
 
—Así será. No tendréis motivo de queja. Hemos de velar, los tres primeros años, al menos, para que el encantamiento sea efectivo y permanente. No sabemos qué armas religiosas puede tener tu hija. Y eso, contando con que no esté bautizada, que si estuviera, nada podríamos ya contra ella. Sobre todo si emplea la señal de la Cruz, el agua bendita o la imagen de la Virgen.
 
—No está bautizada. De eso estoy seguro. Y en cuanto a lo demás, no creo que tenga cruz, ni medalla, ni nada que hubiera podido delatarla. En el minucioso registro que he hecho de todo lo suyo, algo habría encontrado...
 
—Pues entonces, ¡adelante!

Aunque el Corán, libro sagrado de los árabes, prohíbe a los moros las bebidas alcohólicas, Muley Habas se dedicaba a la fabricación de licores y vinos selectos. Y con ellas había hecho una enorme fortuna. Tenía una gran bodega, precisamente debajo de los riscos, en cuya cima está asentado el castillo de Priego. Era amplia y muy profunda. Y así se podían conservar frescos los vinos y licores, sin estropearse, por largo tiempo.
 
Gozaban de mucha fama estas bebidas por todo el Reino y él las fabricaba mejor que nadie. Se decía que un célebre nigromante, a peso de oro, le había vendido la receta de cada elaboración. Y sólo él tenía el secreto. Los vendía carísimos y desde muy lejos venían a buscarlos. Decían que el que los probaba una vez ya no podía pasar sin ellos. Y que tenían un sabor tan delicioso que, al tomarlos, sentían un bienestar y un sopor que borraba las penas e inquietudes. Nunca se ha sabido si Muley Habas probaba o no sus licores. Lo cierto es que ponía en su elaboración los mayores cuidados que, como queda dicho, los vendía a precios fabulosos y su fama era muy grande.

En la bodega donde estaba Muley Habas, ocupado con sus licores, oyó un silbido sutil y prolongado, que venía como de lejos.
 
—Ellas me llaman —dijo Muley Habas para sí. Y cerrando cuidadosamente la puerta de su bodega y al llegar la de su casa, subió a la sala de las ensalmas. Llamó discretamente con los nudillos.
 
—Pasa Muley Habas —dijo Norema, la jefe de las brujas—. Ya te estábamos esperando.
 
—Oí vuestra llamada y he acudido al punto.
 
—Te necesitamos para que presencies las últimas invocaciones y fórmulas mágicas —dijo Gertri.
 
—Y para que des tu asentimiento —dijo Belini—. Piensa bien antes si deseas seguir hasta el final. Después de lo que ahora haremos ya, aunque quisieras, no podríamos volver atrás.
 
—Pienso igual y deseo seguir hasta verlo todo terminado.

—Ahora verás lo que piensa y siente Zobeya —añadió Norema.
 
—Es, además, necesario que determines dónde hemos de reunirnos con tu hija sin que sospeche lo que proyectamos. Si ella supiera algo de lo que preparamos, podría hacer a la vez sus invocaciones cristianas y todo se habría estropeado.
 
—Por última vez, Muley: Decide si quieres o no vengarte de Zobeya. Es tu última oportunidad de hacerlo o dejarlo...
 
—Os he dicho repetidas veces que sí —dijo Muley Habas tosiendo—, porque los humos picantes que había en la sala le molestaban mucho.
 
—Cierra las ventanas del todo, Gertri —ordenó Norema.
 
—Al instante.
 
—Acércate aquí, Muley Habas... No tengas miedo, que a ti nada te sucederá... Mira el caldero mayor. ¿Qué ves?
 
—No veo nada. Humo, humo y más humo, con llamaradas verdes... Y los ojos del búho que está ahí enfrente.
 
—Fíjate en la forma que toma el humo... ¿Qué ves ahora?
 
—Veo una columna espesa, entre verde y rojiza, que sube y se retuerce como una serpiente...
 
—Eso es: lo que en breve será tu hija, de seguir los ensalmos. Pasados unos instantes, tras mirar el agua mágica reflejada en el espejo de metal, mezclaremos lo que tienen los dos calderos, y tu hija quedará convertida para siempre en serpiente. ¿Lo quieres así, Muley?
 
—Así lo quiero.
 
—Te ratificas en lo dicho?
 
—Me ratifico.
 
—Has de contestar por tres veces, según yo vaya leyendo los ensalmos. Ya te lo diré cuando lleguemos a las fórmulas mágicas...
 
—Así lo haré.
 
—Ahora, Gertri, abre las ventanas. Y tu, Muley Habas, ven a mirar de nuevo en el agua mágica, mejor dicho: en el espejo de metal.
 
Muley se dirigió hacia donde Norema le indicaba, que era precisamente junto a donde estaba el gato negro que, sujeto de una cadenilla, lanzaba unos maullidos terribles, mientras el búho graznaba agoreramente.
 
Norema echó unos polvos negros que dejaron el agua igual que el betún. Un hervor se inició al instante de poner otros polvos verdosos y dándole un espejito a Muley, le dijo:
 
—Mira el espejo. No mires el brebaje del caldero, que sus vapores podrían dejarte ciego.
 
—Miraré como dices.
 
Nora sostuvo el espejito formando ángulo obtuso con la superficie de la masa en ebullición, aunque sin llegar a ella, y dijo:
 
—Acércate con cuidado, Muley, y mira. ¿Qué ves?
 
—Veo una hermosa joven que está sentada frente a un espejo, peinando su hermosa trenza oscura.
 
—Fíjate bien en ella... ¿La conoces?
 
—Si. Es mi hija. Parece distraída.
 
—¿Quieres saber lo que piensa? ¿Quieres leer en su mente, como en un libro abierto?
 
—Si, quiero.
 
—Pues mira otra vez cuando yo acabe de leer estas fórmulas mágicas.
 
La bruja leyó unas cosas incomprensibles para él. Deberían estar en idioma diferente del castellano y del árabe, porque él no entendió nada. Hizo unos cuantos signos cabalísticos con las manos y unas invocaciones, a lo que acompañaban las otras dos brujas, en un ensalmo ininteligible y, terminado éste, dijo:
 
—Ya puedes mirar, Muley Habas.
 
—Veo una iglesia cristiana... Ahora sale el sacerdote con sus ornamentos blancos... Zobeya, con otras personas, se dirige a una gran pila...
 
—Y qué más?
 
—D. Alvaro y otros caballeros, van en la misma dirección...
 
—Es que piensa en la ceremonia del bautizo, como previa a hacerse cristiana, para celebrar la boda... Sin duda, eso es.
 
—¡Mala hija, pérfida, traidora...! Ya no quiero ver más. Os dije que estaba seguro, que lo vi yo mismo, y por las palabras que oí... ¿Será que ya la han bautizado?
 
—No. Si la hubieran bautizado, ya no sería un sueño. Entonces soñaría con la boda... Y todo estaría perdido. Porque al estar bautizada, su Angel de la Guarda, con su espada de fuego, la resguardaría y no podríamos acercarnos a ella .
 
—Terminemos cuanto antes, ¿Qué falta ahora?

—Transformarla en serpiente.
 
—¿Y por cuánto tiempo? Este requisito es esencial.
 
—Hasta que el Cristianismo muera en España.
 
—Largo me parece el plazo. Estos cristianos son muy tenaces.
 
—¿Deseas alguna condición especial, con la que pueda ser desencantada?
 
—Esa solamente. Y, ¡ah!, otra cosa: Para que nadie pueda acudir en su auxilio, que viva en perpetuas tinieblas y todos huyan de ella cuantos ahora la agasajan y asedian. Y, demás, quiero...
 
—¿Qué?
 
—Que si alguna doncella, por piedad, curiosidad o compasión, quisiera verla, quede en lugar de Zobeya convertida en serpiente... Aunque ella siga encantada en forma de piedra... hasta el mismo plazo.
 
—Como deseas, así será.
 
Las tres brujas hicieron nuevos signos cabalísticos, continuaron pos otro poco tiempo sus ensalmos misteriosos, donde varias veces sonó el nombre de Zobeya, serpiente y piedra grande —única cosa que entendió Muley Habas— y Norema dijo:
 
—Ahora es necesario que estemos los cuatro reunidos con tu hija, en el sitio donde destines dejarla encantada...

Muley le habló así a su hija:
 
—Aunque no debía ni mirarte a la cara, es preciso que cumplamos una obligación de cortesía: Te presentaré a unas parientes lejanas, que han tenido la atención de venir a visitarnos.
 
Las tres brujas esperaban en una salita del piso bajo.
 
—Aquí tenéis a mi hija Zobeya, que desea conoceros y saludaros.
 
La joven hizo una reverencia, si bien en la furtiva mirada que dirigió a las tres "damas" —que se hablan vestido con elegancia— notó una instintiva repulsión, por lo que ni despegó los labios.
 
—Quiero obsequiaros, queridas primas, como lo mejor que tenernos es los licores de que os he hablado y que tienen tan justa fama por todos sitios, vayamos a la bodega y allí, a placer, podréis probarlos todos.
 
Acto seguido se trasladaron los cinco a la bodega, llevando unos vasos y una a modo de pipeta para sacar los licores, sin abrir las espitas.
 
—Tanto mi hija como yo —dijo Muley, presentando los licores— queremos obsequiaros con los productos de nuestra industria.
 
—Nunca me había hablado mi padre de ustedes, señoras, ni sabía que tuviera estas parientes...
 
—¡Claro, se explica! ¡Vivimos tan lejos y es tan difícil el viaje!
 
Sin saber por qué, la bella Zobeya sentía cada vez más repulsión hacia aquellas parientes que veía por primera vez.
 
—Bebe tú también, Zobeya —dijo el padre—. En esta prodigiosa bodega, los licores se conservan frescos y puros con toda su esencia.
 
Los cinco fueron recorriendo la amplia bodega del subterráneo del Castillo y probando un poco de cada clase de los diferentes envases. Antes hablan preparado otro especial —que estaba embotellado— y era el que Zobeya debía beber para quedar encantada.
 
Las señoras brujas alabaron y elogiaron todos los licores, los que Zobeya iba también probando.
 
—¡Jesús, qué buenos están! —dijo la joven que desconocía su sabor, porque nunca los había bebido.
 
—¿Qué os sucede, señoras, que parece que os mareáis? —dijo Muley.
 
—Nada. Ya ha pasado. Ahora, trae ese licor incomparable del que nos has hablado. Descorcharemos esa botella maravillosa, en honor de tu hermosa hija Zobeya.
 
Norema y sus compañeras se asustaron un poco al oír el nombre de Jesús, que sin darse cuenta Zobeya había pronunciado. Y temerosas de que pronunciara algún otro nombre cristiano o repitiera ese, querían apresurarse a terminar cuanto antes.
 
La joven bebió la copa que le presentaba Belini, la más astuta y ceremoniosa de las tres brujas.
 
—Bébelo entero, Zobeya, verás qué rico está y qué maravillosos efectos causa.
 
En este momento, en que por obedecer la joven habla apurado el contenido del vaso, sintió como un vértigo, empezó a dar vueltas y más vueltas, girando con prodigiosa rapidez. Un doloroso gemido se escapó de su garganta y al cabo de unos minutos se convirtió en silbido. Su gentil figura se fue alargando y tomando la figura de una gigantesca y verdosa serpiente.
 
—¡Cuidado, Muley...! ¡Todos fuera inmediatamente...! Si a alguno le llegara un coletazo, quedaría inmediatamente como ella: convertido en serpiente...
 
Inmediatamente salieron todos, cerrando la puerta de la bodega o sótano. Esperaron unos instantes, absorto el padre ante lo que vela y las brujas riendo sarcásticamente, mientras decían:
 
—Quedas complacido, Muley Habas. Ahora a cumplir lo prometido.
 
Los silbidos y el ruido infernal que hacia la gigantesca serpiente, se oían, con un estruendo, como si hubiera una legión de demonios en la bodega.
 
Después ocurrió un hundimiento, quedando todo reducido a escombros y convertido en pavorosa cueva. La misma que hoy existe donde sitúan esta pavorosa y fantástica historia, de la bella musulmana que, por amor a un caballero cristiano, su padre, antes que verla, casada con el que consideraba un enemigo de su religión y de su raza, prefirió verla convertida en horrorosa serpiente.

Y cuentan los antiguos, que allá en las madrugadas del invierno, sobre todo en las noches de novilunio, a la vez que el aullido de los lobos de aquellas ásperas montañas, oían ayes lastimosos, que salían de La Covacha del Moro, mezclados con silbidos de serpientes y dulces cánticos de amor... Sin duda emitidos por la joven mora que, por amor al cristiano, se hallaba convertida en serpiente.
 
NOTA.
 
—En la llamada, "Covacha del Moro", es verdad que hay muchas serpientes. Y en Priego hay un miedo supersticioso a pasar a ella, por temor de que la joven que entre y vea a la serpiente, se convierta en enorme reptil y quede encantada en lugar de la mora, mientras ella, se transforme en piedra... por los siglos de los siglos.
 


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