SAN ANTONIO, PROTECTOR DE DONCELLAS Y NOVIAZGOS

 
Existe, en Cuenca un santuario llamado San Antonio "El Largo", que tiene una bonita leyenda. Es muy antigua, sin que podamos fijar la fecha exacta a que el suceso se refiere, si bien fue algunos años antes de la edificación de dicha ermita, extramuros de la ciudad. Dice así:

Tenía el Corregidor una hija joven y bonita, vivaracha y menuda, llamada Petra, a quienes los familiares y amigos cariñosamente llamaban Petrilla. Vivía esta familia en una casa situada a la espalda de San Andrés.
 
Petrilla era como un pajarillo, siempre alegre y decidida, con un corazón hermoso y una firmeza de carácter que nadie hubiera podido adivinar viendo aquella graciosa "pimienta en grano", como su madre la llamaba muchas veces.
 
¿Hemos dicho que era joven y bonita...? Pues la consecuencia lógica es que se habla enamorado de un joven guapo y de buena familia, que estaba loquito por las gracias de la encantadora Petrilla. Ambas familias veían con agrado estas relaciones, que deberían desembocar en boda a no tardar mucho. Pero la chica no estaba aún pedida.

El novio, como todos los enamorados de la tierra, rondaba a su novia y cuando podía hablaba (según era entonces costumbre) por el balcón de la salita contigua a la habitación de Petrilla. Los padres se hacían los desentendidos hasta que llegara la hora de formalizar debidamente unas relaciones que tan a gusto de todos se desarrollaban.
 
Bajo el balcón había una reja, que daba a una sala del piso bajo que los novios no utilizaban nunca para hablar de sus amores; pero en ella, sigilosamente y a oscuras, la vigilante madre velaba, mientras su hija sostenía las triviales conversaciones que suelen tener los enamorados, sobre todo, si han de hablar desde un balcón.
 
Por nada del mundo dejaba el enamorado galán de rondar a su novia, hiciera frío o calor, pasara lo que pasara. Petrilla esperaba impaciente, mirando a través de los visillos, hasta que lo veía aparecer frente a su balcón, abriendo prontamente, porque ella tampoco sentía el excesivo calor del verano ni el frío en el invierno. A los enamorados los protege un Hada maravillosa, que las cubre con su manto de gasa de seda de color de rosa y no les afectan las variaciones del tiempo, porque viven pendientes únicamente de su cariño.
 
Pero aquella noche, fue excepcional. Ya llevaban un ratito en amoroso coloquio, cuando se armó una tormenta terrible. Las tormentas fuertes son algo pavoroso en Cuenca. Con tantas rocas, pecipicios y cerros, hay infinitos ecos y resonancias, que parece que van a desgarrarse los riscos y a precipitarse sobre la ciudad.
 
—Márchate (le dijo Petrilla) porque la tormenta arrecia y da miedo estar en la calle.
 
—Al lado de ti no le temo yo a nada en el mundo...
 
—La lluvia empieza a caer a torrentes...
 
—Nada me importa (contestó el galán).
 
—Dentro de un momento los dos estaremos empapados... Debes marcharte y mañana será otro día...
 
—¿Marcharme estando tú...? ¡Ni lo sueñes...!
 
—A la fuerza te irás. Porque yo, antes que ver que coges una pulmonía, me entro y en la calle, ¿qué has de hacer tú solito...?
 
Esta conversación sostenida a intervalos, cuando los truenos les dejaban entenderse, era iluminada por los cegadores relámpagos que surcaban el encapotado cielo,

En este amoroso forcejeo siguieron algunos instantes hasta que Petrilla, decidida, le dijo:
 
—¿No te vas...? Pues me iré yo...
 
—No lo consiento, Petrilla. No te permito que te vayas: Hemos de aguantar la lluvia los dos. Es nuestra hora y tenemos que hablar...
 
—Me voy. Hasta mañana...
 
—Petrilla, no me pongas en el disparadero...
 
—Me voy he dicho...
 
—¿Que te vas has dicho...?
 
En esto, un relámpago cegador iluminó la calle como si fuera de día. Entonces, al mirar el balcón y la reja que había debajo, cruzó por su mente un rápido pensamiento. Y sin más pensarlo, le dijo:
 
—¿Te vas, dices...? Y yo tras de tí.
 
En un instante, haciendo de la reja escalera, subió al balcón. La amorosa madre, que había oído toda la conversación, subió escalera arriba a las habitaciones de su hija, quedando, sin saber por qué, un momento tras la puerta, sin pasar a la sala.

En la sala habla sobre una consola, en su urna, una pequeña imagen de talla de San Antonio, de la que toda la familia era muy devota. Si todos tenían fe y cariño a aquella imagen, Petrilla muchísimo más.
 
Cómo se sabe, a este Santo le hacen protector de los amores y noviajes decentes y honestos. Petrilla, que estaba muy enamorada de su novio, desde el primer momento puso en manos del Santo la marcha de sus amores. Ante la imagen rezaba y ante la imagen pedía diariamente por el que tanto amaba. Las últimas palabras del galán llegaron lejanamente a sus oídos, porque ella, tal como lo había dicho, entró en la habitación. Esperaba verlo marcharse tranquilamente; pero no le dio tiempo ni a pensarlo.
 
Cuando quiso recordar, su novio habla saltado el balcón, al tiempo que llegaba la madre a la puerta de la sala. Como ella deseaba vigilar sin que su hija lo notara, en vez de abrir se limitó a mirar por la cerradura... antes de entrar.

Ver Petrilla a su novio dentro de su habitación y volverse hacia la urna del Santo, tan ligera como los relámpagos que surcaban el cielo, fue todo uno.
 
—¡San Antonio, amparador de doncellas, ayudadme y defendedme... ! La pobre Petrilla, con las manos cruzadas en súplica, acudió al Santo de su mayor devoción.
 
El novio quedó un momento parado ante la actitud de su novia.
 
No tuvo que repetir ésta le súplica: San Antonio, saliendo de la urna, ante los ojos del atónito galán y la sorprendida doncella (y presenciado por su madre desde la cerradura) creció hasta tomar forma natural de un gallardo y apuesto joven que, enfrentándose con el novio de Petrilla, le dijo con firmeza:
 
—¡Largo, largo de aqui ahora mismo...!
 
Con tal energía, con tan decidido gesto amenazó al novio, que éste, amedrentado ante el portento que había presenciado, por el mismo balcón que había subido se bajó inmediatamente...
 
En el mismo instante entraba la madre en la habitación y pudo ver admirablemente el final de este hecho portentoso.
 
Al instante, cuando el peligro había desaparecido, al perderse de vista al novio y entrar la madre, San Antonio, achicándose milagrosamente, igual que antes había crecido, volvió a colocarse tranquilamente en su urna, antes de que pudieran ni darse perfecta cuenta de lo sucedido. Todo fue cuestión de unos instantes, que más pareció un sueño rápido que una realidad...

Abrazadas lloraban madre e hija, únicas que con el novio habían presenciado el portento, y de rodillas dieron gracias al
Santo milagroso que de tal forma velaba por el honor de una doncella.

El novio entró religioso en el Monasterio de Lupiana, renunciando al mundo y llevando durante toda su existencia, según cuentan viejos pergaminos, vida de austeridad y penitencia. De avanzada edad, murió santamente, en olor de santidad.
 
Petrilla, la piadosa doncella, tampoco quiso conocer más amores. Entró monja en las Petras, siendo modelo de religiosas, de vida santa como su muerte. Pero antes de entrar en la clausura, en una de sus fincas, mandó edificar la Ermita a San Antonio, legándole la milagrosa imagen, que llaman San Antonio el Largo... y que debería llamarse San Antonio ¡Largo...!, en recuerdo de la expresión que empleó el Santo para alejar al joven enamorado de Petrilla, que sin medir las consecuencias, en vez de volver tranquilamente a su casa (al otro extremo de la ciudad, teniendo que atravesar huertas, hasta llegar al jardinillo a espaldas de donde está San Andrés) prefirió saltar por la reja al balcón de su novia, mancillando su buena fama, a no haber sido atendida la hija del Corregidor por el bendito San Antonio.

Anualmente se celebra una animada romería al santuario, que todos veneran, especialmente los jóvenes. (Pero que pocos saben esta bella historia). Creen que San Antonio protegerá sus amores si son buenos y honestos.
 
Hace años salía una procesión la noche del 12 de júnio, sobre las diez o las once, que se llamaba "de las espigas". Una vez terminada la procesión, los romeros se divertían hasta la madrugada, en que se tomaba junto al santuario, chocolate con bollos, tal vez los que por estas tierras llaman "dormidos", por su dificil elaboración y que son exquisitos.
 
Los contornos de la Ermita estaban plagados de puestos de dulces y refrescos y se danzaba y bailaba al son de cítaras y guitarras, acompañadas de castañuelas, jotas aragonesas y danzas típicas del país.
 
También hay una tradición parecida a la de Toledo, con la Virgen de los alfileritos. Si algún romero encuentra en el santuario un alfiler y éste lo ha dejado alguna chica soltera, el Santo les hace que en algún sitio se encuentren y se hagan novios...

A partir de los sucesos que dejamos reseñados, corría por todas partes este cantar:

"En Cuenca existe una ermita
y en la ermita un San Antonio
amparador de doncellas
que aman a Dios más que al novio."

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