EL PADRE PIO, ALGUNOS DE SUS MILAGROS


Relato de Karl Wagner.
Austria.
 
Les voy a contar acerca de mis nueve visitas al Padre Pío. Puedo contar mucho, puesto que pasé nueve meses allí. Mi informe es tan sólo el de un testigo ocular y presencial. Todo aquel que tenga la oportunidad de ir allí podrá juzgar con sus propios ojos y convencerse de la verdad.
 
Para poder entenderme con exactitud, es necesario abandonar todo pensamiento mundano y ver tan sólo con los ojos de la mente. ¿Existen los milagros? ¡Oh, sí! Viajando con ojos abiertos alrededor del mundo podemos ver que los milagros sí existen. Pero somos demasiado cobardes para reconocerlos. Los atribuimos a la casualidad o a la buena suerte. Como dice el Padre Pío, ninguna de estas dos existe ante Dios.
 
¿Necesitamos maravillas? Sí, y muy urgentemente. El más grande mal en el mundo es la enorme falta de devoción. Y cuán severamente sufre la humanidad por sus innumerables enfermedades. Vemos, no obstante, que en Lourdes han ocurrido más de 5,000 curas milagrosas que han sido reconocidas (según el libro de Alfred Hoppe sobre Lourdes). Imaginémoslo: todo el dolor terrenal de 5,000 enfermos incurables se extinguió en un instante.
 
 
Cuántas lágrimas han sido enjugadas, cuántos corazones han encontrado consuelo; y si los confesionarios pudieran hablar, nos maravillaríamos de los milagros que Dios ha prodigado sobre sus almas. Una persona que tenga en su familia a alguien que haya sido curado repentinamente de una enfermedad incurable rechazará probablemente el dicho de que «no necesitamos milagros,» pero dará, sin embargo, gustosamente, gracias a Dios por ellos.
 
De todas formas hay personas, siento decirlo, en ocasiones, buenos católicos, que luchan contra estas maravillas diciendo: no las necesitamos. Deberían regocijarse por la recuperación de los incurables y por la salvación de esas almas que se han convertido por estos acontecimientos maravillosos, que es lo más importante. Porque Dios utiliza los milagros del cuerpo para la conversión, conmoción y estímulo de las almas.
 
Ya en tiempos del Antiguo Testamento, Dios enviaba a sus profetas según las circunstancias. Cuán malo debe ser nuestro tiempo, cuando por tres veces en Lourdes la Madre de Dios pidió a la humanidad cambiar. Pero su llamado no debió haber sido escuchado porque de nuevo se apareció en Fátima (Portugal), diciendo con tristeza que la gente debería dejar de ofender a Dios, quien estaba ya ofendido más allá de toda medida. Pero, de nuevo, sus niños no oímos su voz.
 
Si una madre advierte y pide a sus hijos ser buenos y honestos, resultando todo en vano, llorará silenciosamente. Eso hizo la Madre de Dios. En Syracusa (Italia), Nuestra Señora lloró por sus niños durante cuatro días con sus noches. Este es el lenguaje más duro, que finalmente llegará a conmover los corazones de los hombres.
 
El mismo Padre Pío dice que debemos orar mucho, pues de lo contrario no habrá espacio suficiente para nosotros en el infierno. Cuán duras estas palabras para la humanidad, considerando la infinita misericordia de Dios, especialmente en este tiempo, más lleno de maravillas que cualquier otro en la historia...
 
Debemos reconocer que Dios, sabiduría infinita, permite que todo esto ocurra; si la Iglesia ha reconocido ya las apariciones, ¿qué razón tenemos entonces para dudar de ellas? Después de todo, el mismo San Pablo se convirtió por un asombroso milagro. ¿Cómo puede uno decir que ama a Jesús y a su Madre mientras hace caso omiso de todos estos acontecimientos?
 
El Evangelio debería ser suficiente para nosotros pero desafortunadamente ya no es así. La fe es algo sobrenatural, y para el Padre Pío el cielo está más cerca de nosotros que cualquier otro lugar. En el ocaso del día, por lo tanto, Dios nos ofrece una oportunidad de encontrar nuevamente el camino hacia nuestra meta a la eternidad, al cielo, por medio de todos estos santuarios de apariciones. Aún personajes ilustrados y científicos, con largas trayectorias de estudio, llegaron donde el Padre Pío, en donde las leyes físicas quedaban invalidadas instantáneamente y donde prevalecían las maravillas de Dios. Allí donde la ciencia llega al final, allí comienza la fe porque la sabiduría de este mundo se rinde ante Dios.
 
Frecuentemente escuchamos rumores de que los hombres buscan maravillas: no es así; se han vuelto temerosos de ellas. Los hombres niegan estas maravillas tan sólo porque no quieren cambiar su modo de vida. Si admitieran la verdad detrás de ellas, tendrían también que admitir aquella verdad que las realiza Dios. Cada maravilla está impregnada con la sangre de nuestro Salvador. Para terminar, quiero decir: para aquel que cree que no se necesita ninguna explicación y para aquel que no cree, no hay explicación posible.


VIDA

En nuestra imaginación viajaremos al sur de Italia El Padre Pío nació el 2 de mayo de 1887 en Pietrelcina. Aún de niño, fue favorecido con extraordinarios regalos. Su nombre de pila era Francisco. Ya desde los primeros años de su niñez, hacía voluntariamente grandes penitencias al igual que los niños de Fátima. Nunca jugó con un juguete, mientras que sus hermanos y hermanas lo hacían, él rezaba en algún rincón. En el colegio estudiaba diligentemente y era muy piadoso. Su más grande apetito era Jesús en la Eucaristía.
 
Ya a los 13 años de edad le ocurrían cosas maravillosas, como lo mostrará el siguiente ejemplo:
 
Una mujer (cuya hermana conozco personalmente) vino a visitarle. El Padre Pío le preguntó:
 
- «Dígame, ¿me conoció usted primero, o fui yo?»
 
Ella contestó:
 
- «Fui yo, padre.»
 
El sonrió y le dijo modestamente:
 
- «No, yo la conocí a usted primero. Verá, para cuando cumplí los 13 años, Dios ya me había mostrado a todas las almas que eventualmente vendrían a verme. Entre ellas estaba usted también.»
 
El era de alguna manera responsable ante Dios por todas esas almas. Los seis libros sobre el Padre Pío, escritos en alemán, dan prueba de este testimonio, al igual que de otros muchos acontecimientos de los cuales he sido testigo. Oigamos otro informe de ese mismo año:
 
Una mujer solía enviarle pequeños regalos. Una vez le envió una bolsa con castañas. Al recibir de regreso la bolsa vacía, se hizo el propósito de nunca lavarla, anticipando que podría convertirse en una futura reliquia. Un sábado en la noche entró al establo donde tenía algo que hacer, y con una vela encendida en la mano pasó junto a un barril de pólvora que su esposo, un albañil, guardaba allí. Una chispa cayó sobre la pólvora produciéndose una terrible explosión. La mujer se desmayó. La casa se encontraba en una región aislada y la mujer se encontraba sola.
 
Después de un tiempo, habiendo recuperado la conciencia logró reunir fuerzas suficientes para arrastrarse hasta la cocina, bañada en sangre y sufriendo terribles dolores. Allí recordó que tenia la bolsa. En un último esfuerzo la buscó, y encontrándola la aplicó a la herida quedando instantáneamente curada. Este fue el primer milagro ocurrido por la intercesión del Padre Pío, cuando era tan sólo un niño de 13 años. No se sabe si él mismo supo acerca de ello o no.
 
A los 15 años, el Padre Pío ingresó en el convento de los Capuchinos. Hizo este gran sacrificio aún a pesar de su mala salud. Frecuentemente oraba durante la mitad de la noche porque no conocía ni la cruz ni la corona: todo lo grande ha surgido de la negación de sí mismo. Más aún, el Señor dice: «Todo aquel que desee ser discípulo mío deberá tomar la cruz de cada día.» Pero esto no era suficiente para él. El Padre Pío se sacrificó aún más.
 
Era generoso, pero Dios no permite que nadie le exceda. El demonio lo acosaba también (al igual que ocurrió con el santo Cura de Ars), como consta en varios libros. Pero, para fortalecer su mente y poder resistir los ataques, era favorecido con apariciones celestiales. Un día escuchó una voz proveniente del tabernáculo:
 
- «Serás afligido, coronado con espinas y clavado en la cruz como San Francisco» (tomado de un libro sobre el Padre Pío).
 
Un día en que padecía de una fuerte fiebre, hubo necesidad de llamar al médico. Al tomarle la temperatura, el termómetro se rompió. Horrorizado, el médico tomó otro termómetro, pero también se rompió. Consternado, tomó el termómetro del baño: marcaba 48.5º C. Esto ha ocurrido frecuentemente después durante su vida. Los mejores científicos no le han hallado explicación alguna. En su modestia, el Padre Pío no ha dicho una palabra sobre ello. Pero ahora debemos conocer la razón. En ese momento sufría misteriosamente, por primera vez, los dolores de la crucifixión con Cristo.
 
Un día, el Padre Pío dejó de comer. Sus superiores esperaban que muriera en cualquier momento; después de 36 días decidieron avisar a sus padres, pidiéndoles que fueran a verlo pues su hijo estaba muriendo. Al llegar su padre, viéndolo en ese estado dijo:
 
- «No quiero que mi hijo muera aquí; si ha de morir, que sea en casa. Me lo llevaré conmigo.»
 
El Padre Guardián se rehusó a ello puesto que el Padre Pío era miembro de la orden, pero finalmente el Padre Superior accedió. Padre e hijo regresaron a casa en tren. Al llegar al pueblo de Benevento tuvieron que cambiar trenes. En la espera, el Padre Pío dijo a su padre inesperadamente:
 
- «Padre, por favor cómprame una limonada, pues tengo sed.»
 
 
El padre lo hizo, y el Padre Pío apuró el vaso, diciendo luego:
 
- «Ahora me siento fuerte y saludable de nuevo; por favor cómprame una tarjeta postal; debo escribir al Padre Superior y contarle que estoy curado.»
 
El Padre Pío continuó comiendo tan poco que ni siquiera un bebé de un año hubiera podido subsistir con tan poco. En una ocasión olvidó comer durante cuatro días.
 
En 1910, el Padre Pío fue ordenado sacerdote. Estuvo también en el ejército, donde sufrió mucho. El 20 de septiembre de 1915 recibió las llagas de Cristo, invisibles. Exactamente tres años después, en 1918, recibió las llagas visibles. Había sido siempre el primero en llegar a la iglesia y el último en salir. En ese día, mientras que oraba ante la cruz del coro con los brazos estirados, el tabernáculo se iluminó súbitamente con una luz maravillosa. Cristo, mostrándose como un joven radiante de infinita belleza, se acercó al Padre Pío. Rayos de luz maravillosa que emanaban de las heridas del Salvador se posaron sobre el Padre Pío.
 
Sus hermanos lo encontraron más tarde sobre el piso del coro. Al trasladarlo a su celda notaron las grandes heridas en sus manos, pies y costado izquierdo. Uno de los frailes trató de inspeccionar más de cerca las heridas, cuando una mirada del Padre Pío le imploró respetar su secreto. No obstante, la noticia del acontecimiento maravilloso cundió por todo el país como reguero de pólvora; hoy, el mundo entero conoce el hecho. De cerca y lejos, los fieles corrieron a ver al padre y hablar con él. Desde entonces, las heridas del Padre Pío nunca dejaron de sangrar ni sufrieron cambio alguno. Mirémoslas más de cerca.
 
Las de sus manos y pies tenían más de dos centímetros de diámetro, lo suficiente para poder introducir el pulgar en ellas. La herida del costado era de 7 cm por 5 cm, con la forma de una cruz invertida, perforando todos los tejidos y llegando hasta el corazón.
 
Uno de los más famosos doctores, el Dr. Festa, quien en esa época era aún un librepensador, dijo después de un minucioso examen:
 
- «Las heridas de este sacerdote son exactamente como las crueles heridas de nuestro Divino Salvador. No pueden ser explicadas naturalmente puesto que contradicen todas las leyes naturales: ninguna herida se inflama o sana.»
 
Con el Padre Pío, ninguna de las dos cosas ocurrió nunca, a pesar de los grandes esfuerzos de los científicos. Desde el punto de vista de la ciencia, no hay explicación para el hecho de que una herida ni se sane ni se expanda. Aunque los puntos delicados de las manos eran bañados regularmente con jabón de baja calidad y agua corriente y que estaban en constante contacto con los guantes de lana, nunca se infectaron; tampoco se curaron.
 
Por otro lado, el Padre Pío fue operado del pecho en 1925. La herida de la operación sanó normalmente, sin ninguna complicación, pero los estigmas de la cruz continuaron sangrando incesantemente. Por las noches, el Padre Pío usaba guantes de lana blanca. En la mañana aparecían bañados en sangre, que él mismo lavaba en su habitación. La herida del costado también sangraba profusamente. La cantidad de sangre derramada al día equivalía al contenido de una taza de té.
 
El Padre Pío siempre llevaba una tira de lino enrollada alrededor de su pecho. En una ocasión, una mujer preguntó al Padre Pío si las heridas dolían. La contestación fue:
 
- «¿Crees que el Señor me las dio como decoración?».
 
Otra mujer preguntó:
 
- «Padre Pío, ¿cómo duelen?»
 
El contestó:
 
- «Sólo como si tomaras un clavo, lo pasaras por entre la mano, y lo movieras para un lado y para el otro».
 
De esto podemos inferir cuánto sufría el Padre Pío. Pero durante la Misa y la cuaresma sus sufrimientos eran aún mayores.
 
¿Qué significaban estas heridas para el Padre Pío? Para él eran la más alta distinción que Dios da al hombre, y debemos recordar que él era un sacerdote. ¿Qué significan esas heridas para nosotros? Son una amorosa exhortación y una advertencia de Cristo, nuestro Salvador. Porque los hombres han olvidado a Jesús crucificado, Cristo se hizo visible de nuevo en su siervo el Padre Pío, para que así entendiéramos el alto precio de nuestra redención a través de El.
 
El Padre Pío podría haber dicho como San Pablo:
 
- «No soy yo quien vive, sino Cristo vive en mí».

¿Qué decía el Padre Pío sobre su gran sufrimiento diario? Una vez utilizó estas hermosas palabras, cuyo significado no alcanzamos a comprender:
 
- «Estas son llamas de amor divino: sufro gustosamente.»
 
Sabía que podía salvar muchas almas con su sufrimiento. Llevaba a los pecadores en su corazón. El Padre Pío sufría mucho por la conversión de los pecadores. Fue también un gran devoto de la Madre de Dios. Con sus oraciones obtenía cada día innumerables favores de Ella.
 
El, por otro lado, fue siempre un modelo de modestia y humildad. Su carácter era sencillo y cándido, y siempre trataba de evitar cualquier cosa sensacional. El hecho de que las personas anhelaran ir a él en sus penas y dificultades, especialmente con sus enfermedades y preocupaciones, se demuestra por el número interminable de peregrinos que encontraron refugio en el Padre Pío, favorito de Dios e intercesor para todos nosotros. Conoció el dolor humano, y su compasivo corazón frecuentemente intercedió ante el del Divino Maestro, como bien lo demuestran las muchísimas manifestaciones de agradecimiento. No debe pues sorprendernos el que recibiera entre 800 y 1,000 cartas diariamente en el correo. Las cartas que llevaban los peregrinos ascendían en ocasiones a las 10,000 en un solo día. Naturalmente, el Padre Pío no podía leerlas todas, pero frecuentemente sabía lo que había en ellas, como lo demuestran los hechos. Se le podía escribir en el idioma de cada uno, con la seguridad de recibir respuesta en ese mismo idioma había secretarias que traducían esas cartas a los diferentes idiomas. Las más importantes eran llevadas inmediatamente donde el Padre Pío, quien las contestaba sin tardanza. Las de menor importancia le eran llevadas a su celda, donde en ocasiones se amontonaban hasta formar grandes fardos. El Padre Pío oraba ante ellas por las noches, leyéndolas frecuentemente. Todo el mundo recibía respuesta.
 
El viaje a San Giovanni Rotondo parte de Viena via Villach-Tarvis-Venecia-Bolonia-Ancona (sobre el Mar Adriático)-Escara-Foggia. Desde esta última, el pueblo está aún a unos 40 km (25 millas). San Giovanni Rotondo está situado en la espuela de Italia, a 600 ni sobre el nivel del mar. En un tiempo fue el lugar más solitario del mundo, tal como lo fueron un día Lourdes y Fátima. Hoy día se ha convertido en lugar de peregrinación para millares de peregrinos.
 
El pueblo de 22,000 habitantes está rodeado de almendros, olivos, grandes cactus y otras plantas que no se encuentran en otras regiones. El claustro donde habitaba el Padre Pío era sencillo y ordinario como todos los claustros capuchinos. Echemos una ojeada a la iglesia.
 
Tiene una maravillosa imagen de la Virgen de la Gracia (Madonna della Grazia), con cuatro altares a los lados. No existe ninguna obra de arte en esa iglesia, donde habitaba un santo sacerdote. La vieja iglesia se quedó pequeña, así que se construyó una más grande y espaciosa. Desde la primavera hasta el otoño, el Padre Pío celebraba Misa al aire libre para permitir a las grandes masas de peregrinos tomar parte de ella. A la derecha del convento se yergue el trabajo de toda una vida del Padre Pío: el más hermoso y moderno hospital de Italia hoy en día, la Casa Alivio del Sufrimiento. Alrededor del convento hay muchos hoteles, restaurantes, casas privadas y cabañas que están listos para acomodar a los peregrinos. Una aldea se ha desarrollado allá.

 

1 comentario:

  1. Alabado sea el Padre pío, pues ha hecho en mi favor, aludiendo a la magnífica, cosas grandes y maravillosas, amén.

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