LA HISTORIA DE ANA BIGET (SOR MARTA)


Ana Biget era, desde la edad de ocho años, el modelo de todos los niños de la parroquia por su dulzura, su obediencia, y sobre todo por su gran piedad.

Vivía con sus padres, pobres labradores del hermoso lugar de Thoraise, en las orillas del Doubs, no lejos de Besanzon.

Todas las mañanas, al despertarse, la tierna Ana rogaba al cielo le concediese la gracia de llenar sus deberes cotidianos conforme a la voluntad divina y a los deseos de sus queridos padres, a quienes profesaba el mas profundo respeto y cariño.



Enseguida se ponía a ayudar a su madre en las faenas de la casa y cuando las escarchas de la mañana habían sido agotadas por los primeros rayos del sol, tomaba uno de los libros que el señor cura del pueblo le prestaba, y guiaba tranquilamente su ganado a la cercana colina.

Entonces, los pastorcitos y las pastorcitas de las cercanías acudían a oír sus piadosas lecturas y los cánticos religiosos que ella sabia entonar, con la conmovedora expresión que prestan la fe y el amor de las santas verdades.

A su vuelta a la granja volaba risueña a besar la mano a sus padres, pues nada predispone a la alegría y al afecto mejor que la idea de haber hecho algún bien a sus semejantes; enseguida preparaba la cena, iba con su madre a inspeccionar el establo y pasaba el resto del tiempo en leer y rezar con su padre y su madre.

Después de que hubo comulgado la primera vez, un nuevo horizonte, una vida nueva, pareció abrirse a su alma santa y afectuosa.

El Salvador del mundo, ¿no ha erigido la caridad en virtud fundamental de su divina religión? Y ahora, en el momento en que Ana acaba de reunirse á él ¿no debe probarle su fe y su cariño por la mas profunda piedad por su afecto sin limites para con los desgraciados?

La encantadora niña se hacia estos cargos en el recogimiento del corazón inundado por los torrentes de la gracia, y con voz celestial le respondía: Obra según tu generosa inspiración niña querida, ella procede de Dios, y sus bendiciones serán tu recompensa.

Cuando la cariñosa Ana confió a su madre el proyecto que en su corazón abrigaba, esta le respondió poco mas o menos lo mismo, prometiéndole que le ayudaría por su parte a realizar sus obras de caridad.

Desde entonces la vocación de la niña quedó irrevocablemente constituida.

Se la veía a la cabecera de todos los enfermos, era el consuelo de todos los afligidos, la madre adoptiva de todos los huérfanos; en fin, a pesar de sus escasos recursos, hasta lograba socorrer a los mas necesitados del pueblo.


Siguiendo el ejemplo de Ana, algunos ricos hacendados de Thoraise, se condolieron de los desgraciados y se asociaron para fundar un asilo y un hospital, este para los desvalidos enfermos, aquel para los inválidos y ancianos; de modo que poco a poco los vinculas santos de la fraternidad quedaron establecidos entre el rico y el pobre; y la mano que había formado los primeros de esta afectuosa comunidad de las almas, era la de una joven humilde cuya riqueza la constituían las gracias que del cielo recibía.

Así que Ana Biget estuvo en edad de elegir estado, se presentó sin vacilar un solo instante en el convento de la Visitación, y fue recibida como hermana lega, con el nombre de Marta, nombre que mas adelante debía atraerle las bendiciones de todos los desgraciados que a ella recurrieran en sus necesidades.

El arzobispo de Besanzon, Monseñor Dufout, concedió a Marta permiso para visitar a los encarcelados , y llegó a ser el consuelo de sus penas, una cariñosa madre para ellos, complaciéndose en llamarlos sus amigos, sus hermanos en Jesucristo.

Ninguno podía resistirse a sus prudentes consejos. Marta tuvo la dicha de alcanzar gran número de conversiones entre aquellas pobres gentes, cuya mayor parte habían olvidado completamente el amor de Dios y la religión de sus padres desde la mas tierna infancia.

La hermana Marta tenia unos treinta años cuando la revolución vino a destruir todos los órdenes religiosos; pero no por esto olvidó ella sus pobres encarcelados.

Los padres de Marta babia muerto ya, y esta se domicilió en Besanzon, en una casa que constituía todo su patrimonio, y allí vivió con la módica pensión de 355 francos que como exreligiosa de la caridad recibía.

Pronto su casa se convirtió en un asilo de ancianos, de niños y de enfermos; ella los alimentaba, los asistía, los instruía, y hasta encontraba medios de hacer que participasen de sus cortos recursos todos los pobres del barrio.

Un horroroso incendio se declaró cierta noche en una aldea inmediata a Besanzon. La hermana Marta fue una de las primeras personas que en el lugar de la catástrofe se presentaron; pero ya el incendio se había propagado y diez casas eran presa de las llamas. Todo el mundo estaba consternado, nadie creía posible el socorro. La hermana Marta alienta con el suyo el celo de todos, entra en las granjas y salva a gran número de desgraciados que, sorprendidos durante el sueño, no habían tenido ánimo para huir antes que el fuego se comunicara a sus casas. Excita para con ellos la piedad de los circunstantes y continua su arriesgada empresa de salvación.

De repente agudos gritos parten de una casita que el incendio acaba de rodear por todas partes. La hermana Marta vuela al sitio del siniestro, le dicen que allí vive Catalina Simón, nodriza de dos niños, pero que no hay medio de salvarlos.

- Todo es posible cuando se trata de la vida de tres desgraciados, exclama la religiosa, e inspirada por su ardiente caridad, por su fe en la protección divina, se lanza en medio de las llamas, penetra en la casa y pronto aparece con los dos niños, que deja en el suelo, a fin de volver a penetrar de nuevo en la casa.

Todo el mundo la cree perdida sin remedio, y mil ruegos por ella se elevan al cielo; pero pronto se la ve salir cargada con la pobre mujer que acaba de salvar de las garras de la muerte.

La hermana Marta tenia en las manos y en la cara algunas quemaduras bastante graves; sin embargo, no se separa del lugar del siniestro hasta que el incendio quedó enteramente extinguido y todas las víctimas habían encontrado asilo en las granjas vecinas.

Si alguno se negaba a recibirlas, bastaba que la hermana Marta se presentase, para que todas las puertas se abrieran generosamente, porque nadie habría osado mostrarse insensible a la desgracia ante la santidad de aquella que varias veces acababa de exponer su vida, por salvar la de sus semejantes.
 
Dos años después, la hermana Marta, habiendo ido a orillas del Doubs a coger plantas para sus enfermos, oyó de repente un ruido sordo, como el que produce un cuerpo al caer en el agua. Corrió hacia el sitio de donde aquel babia partido, y vio no lejos de ella a un niño de unos diez años que luchaba en vano contra la corriente.

Sin pensar en el peligro, Marta se arroja al agua, alcanza al niño y con gigantescos esfuerzos logra ganar la orilla del rio.

Este joven se llamaba Adrian Ledieu. Hijo único de un pobre pastor, y también su único consuelo, su muerte habría sido una gran desgracia pero la Providencia le había enviado un ángel de salvación y Adrián pudo volver a abrazar a su anciano padre que estaba lleno de inquietud esperando su vuelta a casa.


En 1803 seiscientos prisioneros Españoles fueron llevados a Besanzon. La hermana Marta no admitía, en su caridad evangélica, que los pueblos pudiesen ser enemigos entre si y en aquellos hombres no vio sino desgraciadas víctimas que reclamaban sus auxilios. Voló en seguida a los depósitos donde los albergaban para curar las heridas a los prisioneros, prodigarles toda clase de cuidados y los consuelos que le inspiraba su inagotable solicitud por todos los que sufrían.

En aquellos tiempos lamentables de continuas guerras, que vinieron a traer el desconsuelo al seno mismo de la Francia, fue cuando la animosa hermana Marta probó por su conducta, hasta dónde puede elevarse el heroísmo cristiano.

Despreciando todos los peligros siempre corría a los campos de batalla a socorrer a los heridos sin distinción de nacionalidad, esto es, ya que fuesen Franceses o enemigos de Francia. Ni el cañón, ni las mas sangrientas luchas la acobardaban, volaba hacia los heridos rogando al cielo por ellos con el fervor mas grande, los incorporaba, curaba sus heridas, y no abandonaba el campo hasta que los infelices que habían sido conducidos a las ambulancias, reclamaban sus infatigables cuidados.

Encontrada un día en una de esas ambulancias por el Duque de Reggio, este le dijo saludándola respetuosamente:


- La conozco a usted, hermana, desde hace mucho tiempo... Cuando mis soldados caían heridos, exclamaban: ¿En donde está nuestra hermana Marta?

El mismo día, la bienhechora de los prisioneros y de los heridos, recibió una recompensa digna de su caritativo corazón.

Pasaba por una plaza pública, cuando un grupo numeroso llamó su atención; se acerca y sabe que van a fusilar a un quinto por desertor de su bandera. En seguida se dirige al comandante y consigue el perdón del condenado a muerte.

Durante la carrera de su larga y generosa existencia, la hermana Marta recibió varios testimonios de respeto, atribuidos a su caridad evangélica.

En 1801, la sociedad de agricultura de Besanzon le concedió una medalla de plata; catorce años después, en 1815, el ministro de la guerra le enviaba la cruz de la Legión de Honor, y algunos meses mas tarde, recibía medallas de honor del rey de Prusia y del emperador de todas las Rusias. En 1816, el emperador de Austria la congraciaba con la medalla del mérito civil, y el rey de España con una condecoración.


Pero la santa mujer, al cumplir su alta misión, no aspiraba a otra recompensa que la que el cielo otorga para siempre; así es, que todas estas distinciones no cambiaron en nada su antigua y no desmentida humildad.

La hermana Marta murió en 1825 a la edad de setenta y seis años.

Su memoria es venerada aun en Besanzon como la de una santa. Cuando las madres de familia tratan de inspirar a sus hijos el santo fuego de las virtudes, les refieren los numerosos rasgos de afecto, de este ángel de caridad.



 

0 comentarios:

Publicar un comentario

SÍGUEME EN FACEBOOK