LA MILAGROSA VIRGEN DE LA VARGA DE UCEDA


En el siglo VIII, se hallaban los sarracenos cerca de la entonces célebre y floreciente villa de Uceda cuando sus religiosos moradores, que también eran sabedores de sus desmanes y atrocidades, procuraron poner en salvo sus vidas, y librar de toda ofensa y agravio a la sagrada imagen de su querida protectora, Nuestra Señora de la Varga, que con gran devoción se veneraba en la parroquia de su nombre.

Comprendiendo, sin duda, que Dios algún día se apiadaría de tanta desgracia, de tanta infelicidad, acordaron los fieles y devotos de María esconder la sagrada imagen en uno de los muros de la villa, el mas cercano a las puertas que miraban al mediodía. Rápidamente se hizo en este sitio un nicho, y en él fue colocada sin tardanza la tan querida figura de su santa Patrona.

Para que la alumbrase, y fuera siempre testimonio el respeto y veneración que le profesaban sus devotos, colocaron también junto a la sagrada imagen una pequeña lámpara de plata.


Así permaneció oculta esta imagen, una de las mas antiguas de España, hasta que en el año 1420, escuchó el Señor los ruegos de sus devotos y les devolvió aquel oculto tesoro.
 

La lamparilla que dejaron los antiguos fieles alumbrando dentro del muro a la Señora, comenzó ese año a despedir tan luminosos rayos, que asombrados los vecinos de aquel prodigio, quisieron conocer la causa del mismo.
 
El primero que notó la milagrosa luz que salía del muro, fue un sencillo labrador que habitaba en el caserío cercano a la población de los Patones.
 
La historia nos ha conservado escrupulosamente el nombre de este honrado vecino, diciendo que tenia por nombre Juan de Vara.
 
Este, se apresuró sin tardanza comunicar los demás vecinos aquel raro suceso, pero fueron muy pocos los que dieron crédito a sus palabras. Sin embargo, como estos pocos que le acompañaron a admirar el prodigio extendieron la noticia, por todos lados fue aumentando el número de curiosos, que decidieron averiguar la causa de un suceso tan singular y extraordinario.

Se dirigieron en piadosa rogativa los religiosos vecinos de Uceda haga el lugar del muro donde la luz brillaba, y ya en aquel sitio, rogando todos al Señor que les hiciera conocer de donde provenía aquella luz maravillosa, creyeron oportuno cavar en el lugar en que parecía hallarse el foco de tan misteriosa luminaria.
 
Pocos, muy pocos golpes había dado sobre el muro la destructora piqueta, cuando hubo de pararse atónito el que la manejaba, al contemplar, como todos los concurrentes, el consolador y sublime espectáculo que apareció ante su vista.
 
Nuestra Señora de la Varga, la imagen milagrosa de María, oculta por espacio de ocho siglos en aquel hueco del muro, volvía a presentarse delante de sus fieles y devotos con el mismo esplendor con que fuera trasladada allí desde su sagrada capilla.
 
La adoraron reverentes y en solemne procesión, bendiciendo su sagrado nombre y cantándole alabanzas, conduciéndola otra vez a su antiguo templo, en el que con gran entusiasmo religioso dieron gracias a Dios por el gran favor que acaba de otorgarles devolviéndoles su tan querida imagen.


Colocada en una capilla provisional, hasta sus devotos le construyesen otra mas bella y digna, admitió allí las plegarias y súplicas de los muchos fieles que acudían de otras poblaciones, solo por tener el gusto de contemplarla y postrarse ante sus divinos pies.
 
Los frecuentes milagros que Nuestra Señora obrase en su sagrada capilla, extendieron la devoción de esta imagen de una manera tan fervorosa que príncipes ilustres y grandes poderosos de la tierra la invocaban en todas sus  necesidades y apuros, y cuando mereciendo sus especiales gracias iban a adorarla a su altar, dejaban en él siempre ricas ofrendas que atestiguaran a las generaciones venideras la protección de la Virgen y la devoción y piedad de sus más fieles hijos.
 
El rey Juan II, siempre que entraba en algún combate contra los musulmanes, la invocaba con fervor como a su especial protectora y abogada.
 
Agradecido por las muchas victorias que consiguiera con su divina ayuda, pasó a Uceda a visitar el célebre santuario, y en prueba de su gratitud a María, dispuso que en la iglesia donde se veneraba la imagen de Nuestra Señora de la Varga, se hiciese en la octava de la Ascensión del Señor una solemne festividad en obsequio de su amada patrona, cediendo para este objeto varios derechos y emolumentos pertenecientes a la corona.
 
También el celebre cardenal Cisneros profesó durante toda su vida una gran devoción a esta venerada imagen, por lo que recibió la villa de Uceda infinitos privilegios, y su iglesia ricos dones y valiosas ofrendas.
 
El famoso capitán de los tercios de los reyes católicos D. Juan Vela de Bolea, que mereció de sus soberanos grandes distinciones y honores, y en muchas ocasiones los aplausos y plácemes de la Santa Sede, debió toda su celebridad, todo su favor a la singular protección que le dispensara siempre la Virgen de la Varga en sus empresas, por la sincera devoción que la tenia este valiente soldado.
 
Para no extendernos demasiado, solo referiremos uno de los milagros que Nuestra Señora obrara para ayudarle a salvar a unas monjas en el monasterio de las Carmelitas de Santo Tomás, junto a Groemia en la diócesis de Veldue.

Se había declarado un voraz incendio en el edificio que ocupaban aquellas devotas mujeres e iban ya a perecer víctimas de las abrasadoras llamas sin que nadie se atreviera a salvarlas cuando invocando el valiente capitán los auxilios de Nuestra Señora de la Varga, cuya estampa llevaba siempre consigo, se arrojó decidido en medio de aquel fuego devorador y logró librar a todas las religiosas de una muerte segura.


Enterado de tanto arrojo, decisión y valentía, a la par que de los cristianos y humanitarios sentimientos del capitán Bolea, quiso el Soberano Pontífice San Pio V manifestarle su admiración y simpatías, haciéndole una generosa donación para la iglesia de su villa de Uceda de las preciosas reliquias de las veneradas vírgenes y mártires Rufina y Nipola.
 
Infestada en otra ocasión la villa por la terrible plaga de una horrible y monstruosa serpiente, cuyos silbidos atemorizaban toda la comarca, siendo víctimas de su voracidad muchos personas y animales e instado el valiente capitán para que procurase remediar tantas desgracias, a pesar de su ya muy avanzada edad, fue a orar a su milagrosa protectora en su sagrada capilla, marchando después a encontrarse con aquella horrible serpiente, que quedó en el campo siendo un despojo de su incomparable valentía.
 
Estos y otros prodigios que se verificaban por intercesión de la Madre de Dios en la villa de Uceda, llevaba tal cantidad de gente a la misma para visitar a su milagrosa Patrona, que con el tiempo hubo verdadera necesidad de edificarle un nuevo templo más capaz y más suntuoso y magnifico.
 
Accediendo a la solicitud de los fieles el cardenal de Lorenzana, arzobispo de Toledo,  devoto de Nuestra Señora como lo habían sido todos sus predecesores en el gobierno de la diócesis, suprimió en el  año 1785 las dos parroquias que había en la población con los nombres de San Juan y Santiago, y erigiendo una nueva y única parroquia con el nuevo titulo de Santa María de la Varga.
 
Antes de terminar con lo que dice la tradición, las leyendas, historias y crónicas que se ocupan de esta santa imagen,  narraremos el siguiente y portentoso milagro que en todas ellas se menciona.
 
Era el año 1460.

Peleando contra los moros en las guerras de Granada D. Diego de Illescas, natural de la villa de Uceda, en una de tantas refriegas como tuvieron los cristianos con los moros, cayó en manos de estos últimos, que le llevaron cautivo con otros muchos a Orán.
 
Era ardiente y sincero devoto de Nuestra Señora de la Varga y siempre que podía el triste caballero la rogaba con fervor que le librase de sus cadenas y le sacara de aquellas húmedas mazmorras, restituyéndole salvo otra vez a su querida patria.
 
Habiéndose quedado dormido, después de repetir sus cuotidianas plegarias a María en la víspera del día 15 de Agosto, que se celebra en Uceda la festividad principal de su Divina protectora, vuelve de repente en si, despierta de su pesado sueño, y asombrado se encuentra en un camino, libre de su prisión, aunque con los mismos hierros que en ella llevaba.
 
Por instinto, y sin conciencia de lo que hace, echa a andar por aquel camino, y al amanecer del siguiente día, cuando en su pueblo natal se preparan a celebrar solemnes cultos en honor de la Virgen, se encuentra milagrosamente en las puertas de su templo.
 
Grande fue la alegría, inmenso el júbilo del pobre cautivo, no siendo mayor el asombro de sus deudos y parientes al mirarlo en aquel estado, y oyéndole contar su prodigiosa venida.
 
Todos entraron en la iglesia, todos se postraron reverentes y agradecidos ante la Virgen, y depositando en su sagrado altar el antes cautivo caballero los hierros, las cadenas y argollas con que le tuvieran aprisionado en Orán, volvió a referir a todos los fieles el milagro que con él había obrado Nuestra Señora para que así se aumentara la devoción y recibiese más adoraciones y alabanzas por su infinita misericordia.

 
 

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