SAN PASCUAL BAILÓN, SU HISTORIA, VIDA Y LEYENDA


Dicen los primeros biógrafos del santo que cuando el pequeñín de Pascual ya era llevado al templo en los brazos de su madre o de la mano de su padre para asistir a la celebración de la Santa Misa, ya se obraban maravillas con él.
 
Todavía no lo habían dejado sentadito en el banco cuando ya se deslizaba de él y arrastrándose, se acercaba hasta las gradas, del altar y las subía a gatas para acercarse al sacerdote que estaba celebrando. Después, cuando los mayores se acercaban a la Mesa Eucarística se les quedaba mirando atónito y él mismo conservaba una compostura angelical y un tal recogimiento en el que se admiraban los mayores.


Cuando la Misa se acababa él no hacía como muchos niños que corren a la puerta para salir a jugar. Todo lo contrario: Era necesario hacerle fuerza para sacarlo de la Iglesia pues parecía que sus delicias eran estar acompañando a Aquel por el que luchará toda su vida y que toda ella la pasará con ardientes deseos de acompañarle y recibirle.
 
Buena lección para los que hoy tienen tiempo para todo menos para pasar unos ratos ante el sagrario y recibirle cada día en su corazón.

La noble tierra de Aragón  ha dado muchos santos e hijos ilustres a la Iglesia y a España. Cuando nuestro protagonista nace pocas personas creerían que llegaría a ser famoso en toda la Iglesia de Dios y en todo el mundo.
 
A sus padres, ahora poco les queda de aquella ilustre familia que les precedió según cuentan sus biógrafos. Dicen que descendían tanto Martín Bailón como Isabel Jubera, de ilustre prosapia por su linaje de varios ilustres sacerdotes y religiosos que se distinguieron en sus ciencias y virtudes.
 
Le fue puesto el nombre de Pascual porque nació el mismo día de Pascua que aquel año cayó el 16 de mayo de 1540.
 
Por aquellos días España había llegado a su cénit de esplendor y renombre universal. "Cuando España se mueve (se decía entonces) todo el mundo tiembla".
 
Grandes santos recorrían aquellos días los caminos de España: Santa Teresa, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Pedro de Alcántara, San Juan de Avila, San Juan de Dios...
 
Algunos biógrafos dirán que se llamó Bailón porque bailaba muchísimo delante de una imagen de la Virgen María a la que siempre amó con toda su alma como veremos más adelante. Pero aunque una de las notas más señaladas de su corta vida será la alegría, el buen humor y la confianza en el Señor el apellido lo heredó de su padre. Era de mediana estatura, rostro gracioso y amable, y buena presencia. Tenía debajo de los labios una cicatriz que le hacía parecer que estaba siempre sonriendo.

Como sus padres eran pobres, no tenían el lujo de poderle enviar a cursar estudios a ninguna parte, ni siquiera a la escuelita del pueblo ya que su ayuda para aquel pobre hogar era del todo necesaria. Sus padres poseían una cuantas ovejillas y le encargaron de llevarlas al campo para alimentarlas. Les tomó un gran cariño. Nunca en toda su vida de pastor, que lo fue durante catorce años pegó a ninguna ovejilla ni siquiera a las cabras que son las que más le fastidiaban sobre todo cuando entraban a los sembrados o a las viñas y hacían daño a lo allí plantado.
 
Era lógico que entre los pastores como él, de su misma edad y aún mayores, tuviera sus buenos amigos con los que se cambiaban las cosillas que llevaban para comer y charlaban de sus cosas y de lo poco que se enteraban que pasaba por España, por las Indias y por su aldea de Torrehermosa. Pero el pequeño Pascual trataba de esquivar en cuanto podía la conversación de ellos, sobre todo de algunos, porque su lenguaje era poco correcto y a veces hasta blasfemaban o tenían conversaciones deshonestas.
 
A Pascual le encantaba la soledad para encontrar así más tiempo para pensar en Dios, en la Virgen, y para dialogar con el Santísimo Sacramento al que siempre amó con un amor que abrasaba su pequeño corazón. También se preocupaba de encontrar tiempo libre para poderse dedicar al estudio ya que él fue un auténtico autodidacta, es decir, que sin maestro alguno procuró aprender a leer y a escribir.


—"Oiga buen hombre, decía a uno que pasaba por allí y que él sabía que estaba versado en las ciencias— ¿no me podía enseñar usted a leer?... Oiga, ¿cómo se escribe esto?"
 
Hasta en su mismo cayado de pastor se grabó las letras del abecedario para irlas repitiendo.

Amigo de Nuestra Señora fue Pascual durante toda su vida. La devoción a la Virgen María juntamente con la del Santísimo Sacramento del Altar serán los cimientos de su espiritualidad y el sostén de cuantas pruebas le sobrevenían. Esta misma devoción ya la mamó con su primera educación de sus padres que eran muy fervientes devotos de la Virgen María y le enseñaron a encomendarse a Ella en todas sus necesidades.
 
Desde muy pequeñín se hizo una especie de rosario con una cuerda. La llenó de nuditos y los iba pasando con sus deditos uno a uno después del rezo de cada avemaría. Después lo enseñará a hacerlo así a algunos de sus compañeros en el pastoreo.
 
Cerca del pueblo de Torrehermosa había una ermita dedicada a la Virgen de la Sierra, Pascual tenía preferencias por aquel lugar. Siempre que podía encaminaba hacia allá a su pequeño rebañito y allí pasaba horas maravillosas. Se asomaba por la ventanita y dialogaba con la Madre:
 
—"Madre queridísima: ¡cuánto te amo! ¿Qué tal estás? Mira, yo soy un pobre pecador. Quisiera teneros siempre presente a tu Hijo Jesús que se ha quedado en el Sagrario por mí y a Ti, que eres mi Madre. Madre ayuda a mis padres y a mis ovejitas. Concédeme la gracia de que nunca ofenda a tu Hijo con el pecado..."
 
Cuando por allá no había pasto para el ganado y debía ir a otras partes, con frecuencia se volvía hacia la Ermita de la Virgen y la recitaba oraciones y hablaba con Ella con gran afecto. A veces las ovejas y las cabras le hacían una mala pasada entonces exclamaba sin perder la paz:
 
—"Santa María me valga"...
 
Se había grabado la imagen de María en su cayado y lo abrazaba con cariño hasta durante el sueño.
 
Ya llevaba varios años en el pastoreo y cada día lo hacía mejor. Su rebaño y el de su amo, un tal Martín García, eran los que de veras prosperaban en el pueblo. Este buen señor que no tenía descendencia habló un día al joven Pascual:
 
—"Mira, yo no tengo a nadie a quien dejar mi heredad. Yo veo que tú eres un buen joven y que el Señor te bendice copiosamente. He pensado en dejarte heredero de cuanto tengo, o por lo menos que te quedes con el rebaño para ti.
 
—Gracias, señor, se lo agradezco de veras, pero debo decirle que tengo decidido ya marcharme de este pueblo y abrazar la vida religiosa en un pobre convento del que me ha hablado mi hermana María en sus cartas y que hay por aquella parte de Valencia donde ella está que se llama Monforte".
 
Un día dice a un amigo:
 
—"Mira Juan, te lo comunico a ti antes que a nadie porque veo que eres una buena persona. Veo que Dios me llama a seguirle en la vida religiosa. Quiero seguir la llamada de Jesucristo en una vida de pobreza, de castidad y de obediencia... a mí se me da bien esto de la soledad.
 
—Bueno, hombre sí que siento el perder un amigo como tú pero no me viene nada de nuevo porque yo te veía que eras algo especial. Pero si quieres ser fraile ¿por qué no entras en los Cistercienses de aquí cerca en Santa María de Huerta?
 
—Estos frailes son grandes propietarios. Ya sabes que casi todos somos deudores suyos. Yo quiero una Orden que sea muy pobre, muy austera para no apegar mi corazón a la riqueza. He oído hablar de una reforma de los Frailes Menores de San Francisco que ha hecho un tal Pedro de Alcántara y me voy con ellos.
 
 
—Pues, amigo, que tengas buen viaje y a perseverar.

De nuevo con las ovejas Vestido muy pobremente y a pie de pueblo en pueblo llegó hasta Monforte. Iba hecho una calamidad. Pensó:
 
—"Si llamo y me ven así ciertamente que no me recibirán en su convento. No me atrevo ni a llamar en la portería. Mi hermana María me había escrito de la pobreza y santidad de estos frailes pero no creo que yo pueda encajar entre ellos. Soy ignorante y pobre..."
 
Después de unos días se atrevió a llamar a la portería:
 
—"Padre Guardián, vengo en nombre del Señor a suplicarle tenga la bondad de aceptarme como al último de sus hijos.
 
—Bien hijo mío, bien. Seas bien venido en el nombre del Señor. Pero antes de recibirte yo debo saber algo de tu vida. Dime ¿tú qué sabes hacer? ¿De dónde vienes? ¿Por qué te has decidido a abrazar nuestra vida? ¿Sabes que es una vida muy dura la que llevamos aquí dentro?
 
—Sí, padre, sí, vengo de las tierras de Aragón, soy hijo de Torrehermosa y siempre he sido pastor. Sólo tengo buena voluntad de servir al Señor."
 
Y le contó que un día mientras guardaba el rebaño tuvo una visión que le llamó la atención:
 
—"Mire, buen Padre Superior: Se me aparecieron un religioso y una religiosa que vestían igual que usted, muy llenos de luz y alegría y me dijeron que viniera hacia estas tierras para hacerme religioso de su Orden.
 
—Bueno, hijo mío, creo todo eso pero antes hemos de dar pasos en firme. Antes de ingresar entre nosotros deberás probar tu virtud. Debes ir de pastor de un buen amigo de esta Comunidad. Y pasado algún tiempo ya veremos cómo es tu comportamiento. Si es bueno verás satisfechos tus deseos de vestir este hábito franciscano."

Pasados varios años, a la edad de veinticuatro, fue admitido en la Orden Seráfica que tan copiosos frutos de santidad estaba dando en toda la Iglesia. Pascual saltaba de alegría y no sabía cómo demostrarlo al Señor.
 
Pronto empezó a llamar la atención de todos los religiosos por su gran virtud en la oración, en la mortificación, en la caridad. Los superiores tuvieron en más de una ocasión que ponerle freno a sus duras mortificaciones ya que maceraba su cuerpo demasiado bárbaramente. Pero algo bello sucedía en su vida: Cuanto más duro era con su cuerpo más suave, alegre y comprensivo era con los demás.
 
Le encomendaron varios cargos en los diversos conventos donde vivió que fueron varios: Cocinero, portero, sacristán y, sobre todo, limosnero.
 
En cierta ocasión llegó al convento el P. Provincial acompañado de su secretario y él que era cocinero, les preparó una opípara y abundante comida. Y alguien le dijo:
 
—"Hermano Pascual, ¿por qué tanta y tan rica comida? ¿No ve que esto es demasiado y en contra de nuestro espíritu de pobreza franciscana?
 
—Sí, Padre, ya lo sé, pero es que vuestras mercedes son superiores, representan a Dios y deben trabajar duramente por el reino de Jesucristo y deben alimentarse bien.
 
En otra ocasión era con los pobres. Acudían a montones al convento en demanda de una limosna. Pascual nunca los enviaba sin darles algo aunque fuera lo que le tocaba a él de escasa comida. Con permiso de los superiores les entregaba cuanto encontraba en el convento y de su propia y pobre ropa, pero antes de darles la limosna los instruía en la fe.

Un día el Señor había dicho hablando de los superiores:
 
—"Quien a vosotros oye, a Mí me oye, quien a vosotros desprecia, a Mí me desprecia".
 
Esta doctrina había calado muy hondamente en el corazón del hermano Pascual. Es cierto que todas las virtudes habían hecho su morada en su corazón pero ésta de la obediencia lo había hecho quizá con más hondas raíces. El Señor lo visitaba con frecuencia con arrobamientos y místicas visiones quedando en aquel entonces enajenados sus sentidos. Lleno de alegría empezaba a saltar y cantar por encima de las mesas, las perolas, y no había fuerza humana que lo pudiera detener pero bastaba que llegase el Padre Guardián y que le dijera:
 
—"Hermano Pascual, estese quieto vuestra merced".
 
Y en aquel mismo instante volvía en sí y se convertía en un mansísimo cordero que se echaba a sus pies y le pedía mil perdones por cuanto había hecho.
 
El capítulo de culpas era el lugar donde mayormente se demostraba su gran virtud. Durante él cada religioso suele decir sus culpas y el superior le corrige y echa una penitencia. El Hermano Pascual siempre tenía faltas de qué acusarse que nadie se las veía más que él mismo. Eran fruto de su gran humildad.
 
Un día el Padre Guardián para probar su virtud y su humildad le dijo en pleno Capítulo:
 
—"Hermano Pascual, parece que vuestra caridad anda con demasiada confianza y un tanto engreído con su virtud. Tenga cuidado no caiga y ese tesoro que se cree poseer no se le convierta en barro".
 
El Hermano Pascual oía con gran humildad y fue a besar el cordón al P. Guardián dándole las gracias.
Cuando ya estaba en los campos de Torrehermosa le pasaba lo mismo que ahora en los diversos conventos donde la obediencia le envió a vivir. Tenía siempre, y a lo largo de todo el día a Jesús presente en su corazón y en su memoria: Le amaba con todas sus fuerzas y le recordaba las veinticuatro horas del día porque hasta por las noches hablaba y dialogaba con El.
 
Se cuenta que en los campos de Torrehermosa a la hora de la Misa, imitando a otro ilustre español, San Isidro Labrador, sabía estupendamente cuándo se celebraba la Misa y dónde se celebraba. A la hora de alzar al Señor se volvía hacia aquella dirección, se ponía de rodillas y decía:
 
—"Os adoro Señor Sacramentado que estáis en las manos de ese sacerdote que ahora ha consagrado vuestro Cuerpo y vuestra Sangre. Haced que siempre sea este gran Sacramento para que los hombres de todo el mundo se salven. Que todos os adoren y os amen, Señor."
 
Quedaba un ratito de rodillas y en profunda oración se unía con aquel sacrificio único y universal. Su momento más bello de todo el día era su comunión cada mañana. Para prepararse lo mejor posible para ese momento pasaba horas en oración y penitencia. Todo le parecía poco por poder tomar parte en ese sagrado Banquete. El se sentía muy indigno de recibirle pero conocía ya la doctrina de Santa Catalina de Siena, la que después sería declarada doctora de la Iglesia; que decía:
 
—"Nosotros no somos dignos de recibir a Jesús Eucaristía en nuestro corazón, pero El sí que es digno y merecedor de que lo recibamos ya que para eso se ha quedado en el Sagrario..."
 
Durante todo el día tenía presente estos momentos de la mañana y dialogaba con Jesús con toda familiaridad.

Pascual Bailón no tenía ningún estudio porque no frecuentó la escuela. El mismo por su gran interés, se las arregló para poder aprender a leer y a escribir, pero en él se realizó esa maravilla que el Señor suele conceder a algunas almas muy de su Corazón: La ciencia infusa se llama. A pesar de no tener conocimientos teológicos ni bíblicos llegó a hablar cosas maravillosas de este Augusto Sacramento y de otros temas de la vida de piedad. Y nos dejó algunos opúsculos escritos suyos que contienen fervorosas oraciones y consideraciones que son las que a él le ayudaban a entregarse cada día más y más al Señor.
 
Una de las prácticas que más usaba y en las que más gozaba era en las visitas al Santísimo Sacramento. Pasaba horas y horas ante El. Nunca se cansaba. Cuando sabía que nadie le escuchaba se ponía a hablar en voz alta con Jesús Sacramentado y era una maravilla los ardorosos dardos de amor que brotaban de su corazón. Parecían saetas ardientes de fuego. Durante estas Visitas y a lo largo de todo el día aunque estuviera en los trabajos más humildes nunca perdía la presencia del Señor y el recuerdo de su Jesús Eucaristía.
 
La Comunión de la mañana la revivía y la repetía con frecuencia. Es lo que se llama Comunión Espiritual, que practicaba muchas veces al día.
 
—¿Qué es la Comunión espiritual?
 
—Un ardiente deseo de recibir a Jesús en nuestro corazón. Ya que no podemos hacerlo en este momento de modo sacramental o real, pues por lo menos deseamos hacerlo de modo espiritual. Para ello lo primero que hay que hacer es un acto de fe. Después ardientes deseos de que venga al corazón, y finalmente darle gracias por haber venido.

La vida del Hermano Pascual fue bastante movidita a pesar de no ser sacerdote, ni teólogo, ni superior. Los superiores le enviaban a diversos conventos siempre que veían una necesidad allí, seguros de que todos los oficios que se le encomendaran sabría desempeñarlos con dignidad y provecho. En diversos tiempos formó parte de las Comunidades de Valencia, Játiva, Elche, Villena, Almasa, Jerez, Monforte, Jumilla, Villarreal... en todas partes dejó una estela de su gran virtud.
 
Todos le apellidaban "El Santo" con cuyo nombre ya le llamaban en Torrehermosa y durante los años que fue pastor en Monforte antes de ingresar en la vida religiosa.
 
Por fin había que cumplir una delicada misión y se pensó en el Hermano Pascual. Había que hacer llegar una importantísima misiva del Provincial de Aragón hasta el mismo Ministro General de la Orden que se encontraba entonces en París. Pero ¿cómo y quién hacerlo?
 
Los enemigos de la Iglesia que llamaban hugonotes o calvinistas atacaban a cuantos recorrían los caminos. El iría vestido como un pobre mendigo. Lo mucho que hubo de sufrir en este viaje no hay palabras para recogerlo: Cárceles, hambre, golpes, pedradas, insultos. De todos se sentía feliz nuestro Hermano Pascual menos en este hecho que después contaba con gran pena:
 
—Yendo por uno de esos caminos se le acercó un caballero el cual le puso una espada en su corazón para clavársela a la vez que le preguntaba:
 
—Dime tú, infame católico, que parece seas un monje, dime ¿dónde está Dios?
 
—"En el cielo" se apresuró a contestar el Hermano Pascual con valentía. Y el pérfido caballero le abandonó con desprecio.
 
Después el Hermano Pascual dirá:
 
—"Fui un cobarde al no decirle que estaba también en el Santísimo Sacramento del Altar..."

Los días de este hermanito Lego franciscano están para concluirse. El llegará a ser declarado nada menos que el Patrón de todos los congresos y asociaciones Eucarísticas de toda la Iglesia.
 
En su nombre y en su honor se levantará un templo Votivo Universal a Jesús Eucaristía en la espléndida ciudad de Villarreal de los Infantes. Allí se conservan, en riquísima arqueta, los restos de su precioso cuerpo que pudieron salvarse de la quema de los mismos durante la guerra de 1936. Allí reciben la veneración de todos los católicos del mundo que acuden a venerar a aquél que antes se enamoró de Jesús Hostia, donde ahora recibe adoración Perpetua noche y día.
 
Siempre hay allí almas orantes para desgraviar a los pecados que contra este Sacramento se cometen en todo el mundo.
 
Era el día 17 de mayo de 1592. Era el día de Pentecostés, la fiesta del Espíritu que siempre llenó el corazón del hermano Pascual. Aquel mismo día había cumplido 52 años. Preguntó al Hermano que le asistía:
 
—"¿Han dado ya la señal para la Misa Mayor?
 
—Sí, Hermano, Pascual, acaban de dar los toques ahora".
 
Y lleno de alegría miró al cielo, tomó el Rosario en sus manos y exclamó como fuera de sí por la emoción que embargaba su alma:
 
—¡Jesús! ¡Jesús!"... Y voló su alma al Creador.
 
Mientras estaba en la Misa del funeral dicen los cronistas que al alzar al Señor se elevó por tres veces del ataúd para adorar al Smo. Sacramento...


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