AL ANGEL DE LA GUARDA, PODEROSA ORACIÓN PARA PEDIR SU PROTECCIÓN Y AYUDA

 
La doctrina católica, sostenida por los teólogos en general, dice que no sólo cada creyente, sino cada hombre (también los infieles) tienen desde el día de su nacimiento un ángel de la guarda particular.
 
Tal creencia tiene su fundamento bíblico en las palabras del Señor al referirse a los niños, pues habla de «sus ángeles» (Mt.18,10):
 
«Mirad que no despreciéis a uno de esos pequeños, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre que está en los cielos».
 
En Heb.1,14, leemos que los ángeles «son enviados por Dios para servicio de los que han de heredar la salvación», y como todos estamos destinados a ser tales herederos, parece ser que todos tenemos un ángel que nos sirve y nos guarda.


 
También es creencia de los Santos Padres, que no sólo los individuos en particular tienen su ángel de guarda, sino también cada nación, cada ciudad e Iglesia tiene el suyo.
 
—Tertuliano escribe: «Nosotros creemos que los ángeles son los custodios de los hombres».
 
— Y Orígenes añade: «Sí, siempre está a nuestro lado un ángel que nos dirige, nos gobierna y corrige, él es el que presenta al Señor nuestras oraciones y buenas obras».
 
—San Basilio también afirma: «Cada uno de los fieles tiene a su lado un ángel como educador y pastor que dirige su vida».
 
—San Jerónimo comentando las palabras de Jesucristo en Mt.18,10, dice: «¡Cuán grande es la dignidad de las almas, que cada una de ellas, desde el día de su nacimiento tiene asignado un ángel para que la proteja!».
 
Seamos devotos de nuestro ángel custodio, no olvidando que está a nuestro lado, y a este fin le recemos con toda devoción:


ORACIÓN AL ANGEL DE LA GUARDA
 
Angel de Dios,
bajo cuya custodia me puso el Señor,
con amorosa piedad,
a mí que soy vuestro encomendado,
alumbradme hoy, guardadme,
regidme y gobernadme.
 

Oh fidelísimo compañero y custodio mío,
destinado por la divina providencia
para mi guarda y tutela,
protector y defensor mío,
que nunca os apartáis de mi lado:
 
¿qué gracias os daré yo
por la fidelidad que os debo,
por el amor que me profesáis,
y por los innumerables beneficios
 que cada instante estoy recibiendo de vos?
 
Veláis sobre mí cuando yo duermo,
me consoláis cuando estoy triste,
me alentáis cuando estoy desmayado,
 apartáis de mí los peligros presentes,
me enseñáis a precaver los futuros,
me desviáis de lo malo,
me inclináis a lo bueno,
me exhortáis a penitencia cuando he caído
y me reconciliáis con Dios.
 
Mucho tiempo ha
que estaría ardiendo en los Infiernos,
si vuestros ruegos no hubieran
detenido la ira de Dios.
 
Quizá estaba para darse la sentencia
 contra este árbol estéril,
y vos la habéis prevenido,
orando ante el trono supremo
y diciendo al Señor:
 
Dejadle por otro año,
que yo le beneficiaré con nuevas inspiraciones,
le regaré con avisos celestiales,
y le cuidaré para que produzca el debido fruto”.
 
Hacedlo así, Espíritu soberano,
y nunca me desamparéis.
 
Consoladme en las cosas adversas,
moderadme en las prósperas,
libradme en los peligros,
ayudadme en las tentaciones para vencerlas.
 
Presentad ante los ojos de Dios mis oraciones,
mis gemidos y todas las buenas obras que hiciere,
para que siéndole agradables en esta vida,
me consigan después la eterna,
donde le alabe en vuestra compañía.
 
Amén.
 
 


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