SANTA ROSA DE LIMA, SU VIDA Y ORACIÓN




Isabel Flores de la Oliva nació el 20 de Abril de 1586, en medio de la más rica sociedad, en Lima, la capital del fabuloso Perú, hija de Gaspar y de María, peruanos, hijos de españoles.

Cuando contaba tres meses de edad, mientras su madre la contemplaba en la cuna ve, admirada, una rosa magnífica sobre el rostro de Isabel. Sorprendida, toma la niña en los brazos y, acariciándola y colmándola de besos, le dice: Tú serás mi Rosa. Pero su abuela Isabel no quiso que le cambiaran el nombre a su nieta.


Pasados los años, cuando Isabel iba a recibir el Sacramento de la Confirmación de manos del gran santo español, Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima, y habiéndole dicho al Prelado que la niña se llamaba Isabel, al llamarla, el arzobispo, dice: Rosa, yo te confirmo.

Desde tan tierna edad Rosa amaba a Jesús con todo su corazón y con todo el fervor de su alma. Y se lo quería demostrar por todos los medios. A los tres años, un día se pilló los dedos con la tapa de un baul. Nada dijo y, sólo tres días después su madre lo advertía. El cirujano le hizo una dolorosísima operación sin que la niña exhalara queja alguna.

Con apenas cinco años es cuando se ofrece por entero a Jesús. Ayunaba a pan y agua los viernes y los sábados, mostrándose silenciosa y recogida, y pidió que le pusieran sobre la espalda una carga de ladrillos, para comprender mejor, dice, lo que sufrió Jesús, bajo el peso de la Cruz.
 
Rosa era una jovencita preciosa. De estatura regular, manos finas, rostro ovalado, grandes ojos negros, boca pequeña, mejillas sonrosadas. En la ciudad comentaban: Es la reina de la juventud de Lima.

Y Rosa teniendo miedo de perder su humildad, y creyendo que la llamaban Rosa porque era bonita acudió a contarle sus temores a la Virgen. La Madre de Dios le dice: Gusta a mi divino Hijo que te llamen Rosa, pero desea que a tan gracioso nombre añadas el mío; por tanto, de hoy en adelante habrás de llamarte: Rosa de Santa María».

Unos reveses de fortuna privaron a los padres de Rosa del bienestar que gozaban y Rosa tuvo que ayudar a la familia trabajando para poder sacar adelante a sus once hermanos, bordaba incansablemente y vendía flores del jardín.
 
La madre de Rosa consideraba que al ser su hija tan bella, se casaría con algún joven rico y los sacarían de apuros. Por esta causa la presentaba en fiestas y en tertulias. Y Rosa debía obedecer y tocar la vihuela delante de los invitados, o asistir a los festines y ponerse las mejores galas. Pero en la guirnalda de rosas que llevaba en la cabeza había puesto la joven unos clavillos; en el agua de olor que perfumaba sus manos, cal, que se las abrasaba.
 
Una mañana, Rosa se presentó ante su madre con la cabellera cortada. Pero ¿qué es eso? hija desobediente, gritó ésta mientras le pegaba airada. Precisamente ahora que tienes un pretendiente tan bueno...
 
«Madre, perdoname —respondió Rosa; pero no puedo obedecerte en esto. Pertenezco a otro esposo más noble que el que tú quieres darme.
 
El 10 de agosto de 1606, Rosa vestía el hábito de Terciaria dominica. Desde este día, Rosa ordenó que le construyeran en el jardín una ermita o celdilla y allí se llevó una cama, una silla y algunas imágenes piadosas. Cuando alguien se extrañaba de la estrechez de la choza, ella decía: Bien cabemos en ella Jesús y yo.

Tenía tal afán de obedecer que todo lo consultaba con su madre, hasta el punto que ésta se lo reprochaba. Entonces Rosa le decía: Entiendo que es más acertado unir al cumplimiento de mi obligación el mérito de la obediencia.
 
Como no le permitían ir sola a la iglesia y su madre no siempre la podía acompañar, hay quien al saberla privada de esta dicha la compadecía. Pero Rosa contestaba: que Dios la hacía asistir diariamente a varias misas, ya en la iglesia del Espíritu Santo, ya en la de San Agustín.
 
Los mosquitos se agolpaban en la celdita del jardín y picaban a quien se acercaba, pero a Rosa no la molestaban nunca. Revoloteaban en torno a su cama y, al amanecer, Rosa les decía: Ea, amigos, levantaos y alabad a Dios!
 
Apenas amanecía cuando Rosa abría las puertas del huerto. Al contemplar los árboles, las hierbas, las flores, se dirigía a ellas y las invitaba a bendecir al Señor. Obedientes, las plantas movían sus ramas, sus hojas y sus flores, mientras los árboles balanceaban sus copas, todos con cadencia, alabando a Dios.

Rosa tomaba el arpa y cantaba estos versos compuestos por ella:

¿Cómo te amaré, mi Dios Siendo yo la criatura y Tú mi Creador?
 
El último año que Rosa vivió en la tierra, durante toda la Cuaresma, al ponerse el sol, aparecía cerca de su aposento, posado en la rama de un árbol, un quetzal, el ruiseñor de América, que bate graciosamente las alas y esperaba la señal de Rosa para empezar su canto.


Después se dirigía al pajarillo, y le decía: Pajarillo ruiseñor, Alabemos al Señor: Tú alaba a tu Creador Yo alabaré a mi Redentor.

Obedecía el ruiseñor y rompía el aire con su trino, y el concierto se convertía en una alabanza bellísima. Cuando el avecilla levantaba el vuelo, Rosa cantaba: Aunque se va y me deja, volando el pajarillo, mi Dios conmigo queda, por siempre sea bendito.
 
Rosa rezaba ante la Virgen del Rosario y vio que la Reina celestial se volvía al Hijo que tenía en el regazo, como invitándole a hablar. El niño tiende los bracitos a Rosa y le dice: Rosa de mi corazón, yo te quiero por esposa». Y yo, —responde Rosa—, soy tuya y lo seré eternamente.

A la hora de su muerte, sus ultimas palabras fueron:
 
"Me voy con grandísimo gozo a mirar eternamente aquel rostro hermosísimo que siempre busqué... He de partir para celebrar eternamente las fiestas del cielo. Jesús, Jesús sea conmigo".
 
Era el 24 de agosto de 1617. Tenía Rosa 31 años.
 
Todo Lima acompañó el entierro de Rosa. Al entrar el cadáver en la iglesia de los Dominicos, la Virgen del Rosario, que más de una vez le hablara, resplandecía de tal modo que la multitud fue testigo del milagro.
 
La Santidad del Papa Clemente X, canonizó a Rosa de Lima el 12 de abril de 1672.
 
Hispanoamérica la aclama como Patrona.
 
ORACIÓN A SANTA ROSA DE LIMA

Gloriosa Santa Rosa de Lima,
tú que supiste lo que es amar a Jesús
con un corazón tan fino y generoso.
 
Que despreciaste las vanidades
del mundo para abrazarte a su cruz
desde tu más tierna infancia.
 
Que amaste con filial
devoción a nuestra Madre del Cielo
y profesaste una gran ternura
y dedicación a los más desvalidos,
sirviéndoles como el mismo Jesús.

Enséñanos a imitar tus grandes virtudes,
para que, siguiendo tu ejemplo,
podamos gozar de tu gloriosa protección en el Cielo.
 
Por Nuestro Señor Jesucristo,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
 
Amén.
 
 
 

0 comentarios:

Publicar un comentario

SÍGUEME EN FACEBOOK