EL PICO DE LOS HIDALGOS, LEYENDA


En uno de los paisajes más bellos de la preciosa provincia de Cuenca, existe un pueblo de remota antigüedad que, aunque actualmente tiene escaso vecindario, jugó papel muy importante en la Historia, sobre todo en los últimos siglos de la Reconquista, porque fue plaza fuerte y casi inaccesible. Este pueblo, de bellísimo paisaje, es Alarcón.

ALGO DE HISTORIA

El nombre actual de Alarcón, proviene de Alaricón, ya que el hijo del Rey Godo Alarico la conquistó a los romanos, cambiándole su anterior nombre por el de su padre. Por síncopa, perdió la i y se quedó en Alarcón, como hoy se la conoce.


 
Nuevamente la pobló y dada su privilegiada situación, en los tiempos medievales, tuvo una gran importancia. Hacia 1180 fue conquistada por Alfonso VIII, el vencedor de las Navas de Tolosa (1212). Al tomar Cuenca —La Formidable Plaza De Cuenca, como la llaman los historiadores, por estar fortificada y amurallada, en 1177— el victorioso Rey Cristiano prosiguió sus conquistas y tres años después de la toma de Cuenca, las huestes cristianas sitiaron a Alarcón. Este bonito pueblo está situado en una pequeña meseta, rodeado, en forma de herradura, por el rio Júcar, que sólo deja una estrecha lengua de tierra para penetrar en su recinto.

Perfectamente fortificada, el Júcar le sirvió de foso natural en el profundo tajo del lecho del río, con alturas desde el mismo de hasta noventa metros, en rocas cortadas a pico, casi verticales.

Cuando España entera cayó en poder de los árabes, es natural que también cayera Alarcón. Los árabes la fortificaron nuevamente y aún se han encontrado restos de inscripciones romanas que avalan cuanto dice la Historia. En los tiempos medievales la Importancia de las ciudades, más que por su extensión, se valoraba por su situación geográfica y sus defensas. Ante todo importaba la seguridad de sus moradores y poblados circundantes, que en caso de peligro, se acogían al Castillo: "El Centinela de Piedra". Alarcón estuvo bien fortificado y defendido. Aún se conservan parte de sus murallas y su sin par castillo de bellísima presencia.

 
Sobresale el magnifico edificio del Alcázar, presidido por la Torre del Homenaje, desde donde se domina un paisaje de ensueño. En tiempo de los árabes dependió Alarcón de Toledo y fue su mejor defensa. Y al ser conquistada por los cristianos, el Rey la donó pocos años después a la Orden de Santiago. También se conservan —aunque algunas casi derruidas— y alguna en plan de restauración por su valor monumental y artístico— las cinco Iglesias Parroquiales que tuvo: La de la Trinidad, con las armas del Marqués de Villena y del preclaro hijo de Villaescusa, D. Diego Ramírez de Haro; la de San Juan, de bella fachada dórica; la de Santiago (sin duda fundada por la Orden a que perteneció); la de Santa María, y la de Santo Domingo. Otros autores cifran el año de la conquista de Alarcón en 1184, pero la fecha generalmente admitida es la de 1880. Como no existen Archivos, no se ha podido aquilatar hasta hoy. La Orden de Santiago en el año 1194 por su Maestre XIII. D. Sancho Fernández, fundó un Hospital para su Orden, que fue Encomienda por si, por lo menos hasta después de 1984, anexa a la de Cuenca (Estrada).

EL PICO DE LOS HIDALGOS

Como queda dicho, la fortaleza de Alarcón tenía y tiene una sola entrada: una lengua larga y estrecha de tierra, que estaba cerrada por tres puertas: La del Campo, por la Torre de Armas, que todavía se conserva, a la derecha, junto a la Plaza del mismo nombre. La de Enmedio, o del Calabozo, sin duda, por el destino de otra torre —ya desaparecida—, y la tercera, o Puerta del Bodegón, de almenaje doble, que da entrada al recinto amurallado.

 
Los fosos naturales —fortificados por algunos sitios— estaban cubiertos en los lugares estratégicos por puentes levadizos, lo que la hacía todavía más inexpugnable. Aún asombra el majestuoso e imponente Castillo, de gran belleza, visto desde la carretera, que hoy está convertido acertadamente en Parador de Turismo. Pues bien, en la parte opuesta a la entrada, al final de esta ciudad "raquera", rodeada por los profundos tajos del Júcar que la circundan, a la izquierda, donde el desnivel es mayor, pasando de los noventa metros, a ese trágico mirador cuyo abismo da vértigo, se le denomina "Pico de los Hidalgos". El paisaje es bellísimo y avala su interés esta trágica leyenda.
 
LA LEYENDA
 
Varias leyendas existen relativas a Alarcón. La más generalizada se refiere a los incidentes de la conquista, que varios historiadores afirman ser verídica.
 
Estando tan fortificada esta plaza, Alfonso VIII, tras un sitio riguroso —y habiendo sido inútiles varios intentos de asalto— uno de los nobles guerreros que en sus huestes llevaba el Rey, el extremeño Fernán Martín de Cevallos, valiéndose de puñales, que clavaba en las junturas de los sillares, pudo hacer a modo de escalera y penetrar en la Torre, matando a sus defensores.
 

Fue secundado por varios caballeros en su increíble hazaña, y al trabarse feroz combate, algunos cautivos cristianos, les ayudaron, e incluso una bellísima joven, que cautivaron de niña, facilitándoles la toma de la fortaleza y dándoles las llaves.

El Rey, para premiar tan señalada hazaña, al primer caballero que entró le permitió cambiar su apellido de Cevallos por el de Alarcón, dejándole de Alcaide de la Plaza como Gobernador de la misma y éste fue el principio de una gloriosa estirpe de caballeros conquenses, entre los que descuella D. Hernando de Alarcón, Virrey de Calabria.
 
Corría el año 1180. Las tropas cristianas acosan sin cesar la fortaleza árabe, defendida tenazmente, además de por sus fuertes murallas y su majestuoso Castillo, por la flor de la aristocracia árabe, huida desde la toma de Cuenca (1177), y los mejores capitanes y aguerridos soldados del Islam. Los embates y embestidas cada vez son más fuertes y con más frecuencia. Los víveres están agotados y el agua es dificilísima de alcanzar porque las tropas cristianas cercan por completo la península raquera.
 
El Kaid árabe está atribulado y todos sus servidores y guerreros se dan perfecta cuenta del callejón sin salida en que se encuentran. El peligro aumenta por momentos. La población padece hambre y sed, aunque comida y agua fueron rigurosamente racionadas, desde que empezó el asedio. Las viviendas y el edificio destinado a Hospital, están ocupados por combatientes heridos, varios de gravedad y otros, muy valiosos, han muerto.
 
—¿Qué hacer, en tan apurada situación...?
 
No pueden esperar auxilio de ninguna parte. Toledo, de donde dependieron durante siglos, ya es plaza cristiana. Cuenca hace tres años que fue tomada por las tropas del Rey Alfonso VIII. Las dos primeras puertas de entrada a la fortaleza han sido superadas por las tropas reales. Sólo falta el último baluarte, que no tardará en ser también asaltado.
 
El Kaid convoca a Consejo urgente a sus Capitanes:
 
—Ya veis la situación en que nos encontramos! —les dice. ¿Creéis posible alguna salvación...?
 
—Sabes igual que nosotros, que nuestros mejores adalides unos están muertos y otros malheridos.
 
—Ya lo veo claramente. Sólo quedamos un puñado...
 
—Pero los que quedamos —dijeron casi a la vez, Ali y Omar— sabes que estamos dispuestos hasta morir.
 
—Ya la Bandera verde, con su Media Luna de Plata del Profeta, solamente ondea en el último torreón.
 
—Lo sabemos.
 
—Creéis que cabe hacer algo más...?
 
—Nada. Unicamente luchar hasta el último instante.
 
—¿Y si ese "instante" llega y los cristianos toman la última entrada...?
 
—Entonces...
 
—¡Rendirnos, de ninguna manera!
 
—Pelear casa por casa...
 
—Inútil. Y hasta contraproducente: Nuestros hijos y esposas pagarían las represalias, muy caras... Tal vez, si nos obstináramos, pasaran a cuchillo a toda la población inocente...
 
—Entonces, ¿qué hacer...?
 
—Lo que creo que es nuestro deber: ya que no hemos podido vencer, al menos, ¡Sepamos Morir...!
 
—¿Morir...? ¿Y cómo...?
 
—Muy sencillo —repuso un Capitán, el de más edad, que hasta entonces habla estado callado—. Todos juntos: Ya lo he pensado y creo esto lo más acertado.
 
—Di tu plan.
 
—Si, mi terrible plan. Pues bien: tengamos preparados los caballos. Y si Alá permite que llegue este fatal desenlace...
 
—¿Qué? —preguntaron ansiosos los reunidos.
 
—Subamos rápidamente en ellos y despeñémonos por el tajo del Júcar.
 
Tras de un doloroso silencio, dijo Omar:
 
—Los caballos no nos obedecerían... Su instinto les impedirla seguir nuestro mandato...
 
—También he pensado en eso: Les taparemos los ojos, y como no verán donde van, la venda y las espuelas harán lo demás...
 
—¿Convenido...?
 
—Convenido.
 
El trance fatal llegó. Los caballos, ya preparados de antemano en la Plaza de las Armas, cada jinete vendó los ojos del suyo y cuando las tropas cristianas, en franca victoria, entraban a la amurallada Alarcón, sus defensores moros, los principales Capitanes, salieron en loca carrera, por el lado opuesto a la entrada, a su izquierda, por donde el precipicio es mayor —de unos noventa y cinco a cien metros (como queda dicho)—, aquellos valientes salieron de la vida y de su amado Alarcón, en trágico salto hacia el abismo, donde todos murieron.
 
Desde entonces, al sitio por donde pereció toda la aristocracia árabe, de sus valientes defensores, se le llama El Pico de los Hidalgos.




0 comentarios:

Publicar un comentario

SÍGUEME EN FACEBOOK