VIRGEN CANDELARIA: HISTORIA DE SU APARICIÓN Y SUS MILAGROS

 
Cuenta la Historia que hace muchos años unos pescadores Guanches vieron a una mujer negra con un niño en sus brazos, que caminaba sobre las olas del océano. Durante unos instantes quedaron cegados  y años más tarde en 1392, dos pastores guanches que pastoreaban su ganado por la orilla del mar, al llegar a la boca del barranco de Chimisay, encima de una roca vieron a la misma Señora, con su Niño en brazos.
 
Era Nuestra Señora de Candelaria, patrona hoy, no solo de su municipio, sino de Tenerife y de todas las Islas Canarias.
 
Siete son las Islas Canarias, llamadas también, las Islas Afortunadas: Gran Canaria, Tenerife, La Palma, Lanzarote, Gomera, Hierro y Fuerteventura. Son llamadas Afortunadas, nombre que les cuadra de maravilla, de tal modo que alguien llegó a situar en ellas los Campos Elíseos, y otros autores, el mismo jardín del Edén. Afortunadas no sólo en el aspecto geológico y natural, sino sobre todo —y es lo que ahora más importa— en el aspecto religioso y espiritual. Porque el Archipiélago Canario está puesto bajo el patrocinio de la Virgen de la Candelaria, imagen milagrosa cuya aparición, notoria y providencial, intentamos narrar en estas páginas basada en los estudios de los acreditados historiadores del Santuario, Padres Alonso de Espinosa y Alfredo Turrado, ambos pertenecientes a la gloriosa Orden de Santo Domingo.
 

Esta es su historia:

Aconteció el notable hecho en la isla de Tenerife, nada menos que ciento cinco años antes de que noticia alguna se tuviera allí de la religión cristiana.
 
Corría el mes de agosto del año 1392, cuando dos guanches —que así llamaban a los naturales de la Isla— iban por la orilla del mar pastoreando su ganado. Habían llegado a un lugar seco y desierto, a la boca de un barranco, que en guanche denominaban Chimisay, es decir, Piedras Blancas, pues de allí extraían esta clase de material, con el fin de hacer bernegales o tinajas.
 
Los pastores notaron que el ganado parecía no poder avanzar, y se arremolinaba, como si alguien le impidiera seguir adelante. Por ver lo que sucedía, avanza uno de los pastores, y, al mirar hacia el barranco, divisa, colocada en lo alto de una peña, la imagen de la Virgen María. Sorprendido al ver aquella extraña figura, vuelve atrás y llama, con urgencia, a su compañero. Ambos quedan asombrados, observando los detalles de la Aparición.
 
Al verla con el Niño en brazos, suponen que es mujer, pero se admiran grandemente de la vestimenta y sus colores. Le hubieran preguntado quién era y qué quería. Pero los guanches guardaban una ley muy rigurosa, que les prohibía hablar a cualquier mujer que encontraran sola y en despoblado. Por eso le hicieron señas con las manos para que se apartara, y así el rebaño pudiera seguir su camino.
 
Viendo que la Aparición no hacía caso, uno de ellos toma una piedra del suelo y se dispone a lanzársela, cuando, en ese instante, se le quedó el brazo yerto y paralizado. El otro compañero, al ver lo ocurrido, con una piedra cortante, se acerca a la Imagen y pretende hacerle daño, cortándole los dedos de la mano. Pero lo que sucedía era que se cortaba sus propios dedos, comenzando a dolerle y a arrojar sangre en abundancia.

Asustados por estos hechos, acuden los pastores al Rey de Güímar —pues eran súbditos suyos— y le cuentan lo que les había sucedido. El Rey observa el brazo rígido de uno y los dedos sangrantes del otro. Y, no sabiendo qué partido tomar, reúne a su Consejo para deliberar, acordando acudir todos al lugar de la escena.
 
Hacia allí se dirigen. Y quedan llenos de asombro al contemplar aquella aparición, cuyo origen y finalidad desconocían. Desde entonces comienzan a llamarla la Extranjera. Y muestran un rasgo que habla por sí solo de los buenos sentimientos y del noble corazón que caracteriza al pueblo guanche. Opinan, desde luego, que aquella figura es un ser superior. Y ¿qué deciden? Toman una decisión que los honró y los honrará siempre: Llevarla a la misma morada del Rey para cuidar de Ella y asegurar su posesión.
 
Pero la realización no es tan fácil. Porque, al tener que cargar con Ella para trasladarla, nadie osaba acercarse, no sea le sucediera algo adverso, como antes a los pastores. Entonces el Rey ordenó que los encargados de llevarla al lugar determinado, fueran los dos pastores que tuvieron la suerte de encontrarla. Se acercan y, ¡oh prodigio!, al instante de tomarla con las manos, quedan repentinamente curados, uno del brazo que le quedó yerto, y el otro, de los dedos cortados.

Ante aquel evidente milagro, los presentes patentizan su alegría con cantos, voces y silbidos. El Rey decide que solamente él y sus más allegados servidores, sean los que se acerquen a la Imagen y puedan transportarla a su destino.
 
Emprenden la ruta y no habían recorrido el espacio de un tiro de escopeta, cuando empiezan a sentir un peso tan grande en la Escultura, que les fue necesario detenerse y pedir ayuda y socorro. Esta es la razón por la que, andando el tiempo, se construyera, en este sitio, una ermita que llaman del Socorro, la cual sigue abierta al culto en la actualidad.
 
Recorren los tres kilómetros y medio que les faltaba para llegar a la morada del Rey de Güímar. El lugar se llama Chinguaro, palabra que, en guanche, quiere decir "El Barranquillo", o sea, barranco de escasa pendiente sobre un pequeño valle con agua. Nos preguntamos cómo sería la vivienda o cueva donde habitaba el Mencey o Rey de Güímar. Hemos de suponer que, al menos, estaría dividida en dos compartimientos. Uno sería el del Rey y el otro el destinado para la Extranjera. Allí la colocaron sobre un pedestal de piedra, cubriéndola con paños y pieles de la manera que mejor sabrían. Y no la mostraban a nadie. Sólo el Rey era quien determinaba los días y las personas que podían contemplarla.

El más poderoso de los menceyes de la Isla, era el de Taoro, en la Orotava. Los otros menceyes, o sea, los de Güímar, Adeje, Abona, Anaga, Tegueste y Taraconte, tenían hecho con él un pacto, mediante el cual, entre otras cosas debían darle cuenta de cualquier acontecimiento de importancia que sucediera en sus dominios. Por este motivo, Acaymo, Mencey de Güímar, envió mensajeros a la Orotava para que explicaran el hecho y circunstancias de la aparición de la Extranjera. Al mismo tiempo, debían invitar al Mencey a que viniera en persona a visitar Chinguaro.
 
No se hizo de rogar, y, aceptando la invitación, se pone en camino, acompañado de una escolta de seiscientos hombres, presentándose, al poco tiempo, en la cueva del Rey de Güímar. Al ver la Imagen, quedó tan impresionado, que se sintió incapaz de tomar decisión alguna por su cuenta, y pensó convocar a todos los Menceyes de la Isla para celebrar consulta.


La cueva del Mencey tenía por fuera y cerca de la entrada, una explanada, a modo de pequeña plaza, denominada en lenguaje guanche "Tagóror". Destacaba, en el punto principal, una piedra alta y cuadrada, que servía de asiento al presidente, y, a ambos lados de dicho asiento, había otras piedras más bajas, formando como un cuadrado, que servían igualmente para sentarse.

Era el Tagóror un lugar de reuniones y consultas al aire libre. Pues imaginémonos a siete reyes guanches sentados en orden de riguroso protocolo en el Tagóror de Chinguaro, presididos por el Mencey de la Orotava, que era el de mayor categoría. En las partes altas del barranco, varios guanches hacen guardia, vigilando la tranquilidad del lugar. Los Menceyes escuchan, comentan y discuten. El Mencey de Güímar tiene la generosidad y gentileza de desprenderse de la famosa Imagen y ofrecerla al Menceyato de la Orotava, ya que era el más rico y poderoso de todos, y, por eso mismo, podía estar allí mejor atendida.
 
Pero no se hizo esperar la respuesta del Mencey de Taoro, quien contestó acertadamente, diciendo: No es Ella la que debe venir a visitarnos a nosotros, sino que somos nosotros los que debemos acudir aquí para rendirle homenaje. Que siga en su mansión y nosotros vendremos, de cuando en cuando, a venerarla. Todos quedaron conformes. La Extranjera seguiría en Chinguaro, bajo la protección y custodia del Rey Acaymo.
 
Una vez que la cuestión quedó zanjada, cubrieron la piedra con ricas pieles de gamuza, y, sobre ella, como en un trono, colocaron a la Extranjera. La protegieron con otras pieles no menos finas y suaves, que solamente retiraban cuando el Rey deseaba recrearse en su presencia o mostrarla a los demás.

El hallazgo de esta Imagen tan rara y curiosa seguía siendo, para los guanches, un verdadero misterio. Observándola detenidamente, deducían que era mujer, pues llevaba el Niño en los brazos. Pero la candela en la mano derecha y el vestido tan largo y de colores, seguía constituyendo para ellos un enigma. La ignorancia de su origen y del personaje a quien representaba, infundía en ellos cierta reverencia y temor. Sobre todo que recordaban los hechos prodigiosos acaecidos a los dos pastores. No habían recibido aún la luz de la fe. De ahí que el culto que le tributaban era sencillo y natural.
 
El alma limpia y la buena voluntad de aquellas gentes, era tierra abonada y bien dispuesta para complacer a la Señora. Ella correspondía generosamente a esta devoción, pues muchas veces habían visto a la santa Imagen nimbada de luz, y habían oído armonías del cielo, y habían percibido a su alrededor suavísimos olores, desconocidos para ellos. Todo lo cual permitiría la Reina del Cielo para mantener en los naturales la debida cortesía hacia Ella.
 
Con todo esto harían mil cavilaciones, se preguntarían unos a otros quién podría ser, comentarían infinidad de veces los detalles de la aparición y los pareceres que de ella daban sus jefes. Era el deseo natural de querer saber, pero nunca llegaban a una adecuada conclusión que los quedara completamente satisfechos.

Pasado el tiempo, se hallaban establecidos los españoles en la isla de Lanzarote. Soñaban conquistar lo más pronto posible la isla de Tenerife. Pero antes era necesario enterarse bien de las costumbres, manera de ser y sistema de gobierno de los naturales. Para ello, solían valerse de una estratagema que ya les había resultado bien en semejantes ocasiones.
 
Desembarcan unos cuantos soldados en Tenerife. Recorren la costa y encuentran a un joven, de unos quince años de edad, pastoreando sus ganados, o, según dicen otros, pescando cerca de un barranco. Se llegan a él, le hablan, aunque, naturalmente, nada entendía, lo detienen y se lo llevan consigo.
 
En Lanzarote recibe la debida instrucción y es educado por los misioneros en la religión cristiana. Lo bautizan y le ponen por nombre Antón Guanche. Estuvo al servicio de Hernán Peraza. Y, transcurridos unos cuantos años, es devuelto a la isla de Tenerife, dejándolo, poco más o menos, en el mismo lugar donde, tiempo atrás, había sido apresado.
 
Al encontrarse de nuevo en su tierra, lleno de gozo, se da a conocer a sus paisanos, abraza a sus familiares y visita al Rey de Güímar, para contarle todo cuanto le había sucedido. El Rey, llamado Añaterve, y que era hijo y sucesor de Acaymo, escucha sus palabras con enorme interés. Y, pasadas las primeras emociones, hace que Antón visite a la Extranjera.

Cuando Antón ve a la Extranjera, se postra enseguida de rodillas, indicando hagan todos lo mismo. Les explica que aquella Señora era nada menos que la Protectora de los creyentes, la Reina del Universo, la Madre del Sustentador de cielo y tierra, al cual ellos adoraban. Que debían felicitarse todos por la suerte de poseer tan singular tesoro. Y se atrevió a más...
 
Días después, hablando con el Rey, le expuso la conveniencia de que fuese venerada en lugar más digno, para que todos pudieran honrarla con libertad, como lo hacían los cristianos. El Rey le autorizó para que buscara ese lugar. Y a los pocos días, pudo Antón comunicarle que lo había encontrado. Era la cueva de Achbinico, un templo subterráneo, algo así como una iglesia natural, de trece metros de larga por seis de ancha, que remataba en una especie de cúpula.
 
A esta cueva fue trasladada la Imagen con alegría de todos. Más tarde se llamó de San Blas, por comenzarse a venerar en ella a este Santo. Para sacristán, cuidado y aseo de la cueva, ofrecióse Antón guanche, deseo que se le otorgó, por los muchos títulos que en su favor tenía. Pero el año 1530, fueron nombrados, oficialmente, Capellanes del Santuario los Padres Dominicos, conocidos por el pueblo con el nombre de "Los Frailes de la Virgen". Continúan al cuidado de la Basílica.

La imagen que encontraron los guanches en la playa de Chimisay, apareció con una candela en la mano. Candela es lo mismo que vela. Y Candelaria es la fiesta que celebra la Iglesia el día de la Presentación del Señor o de la Purificación de Nuestra Señora. De ahí el nombre de Nuestra Señora de la Candelaria que esta imagen lleva y llevó desde el principio.
 
La descripción que hacen los historiadores de ella es como de una obra perfecta, trabajada en madera. Tenía un metro de altura. El rostro era hermoso, el color moreno, los ojos grandes y rasgados, que parecía miraban a uno en cualquier parte que se pusiese. El cabello, largo y trenzado, de color dorado, se extendía por la espalda. El vestido, de estilo antiguo y de color de oro, cubría todo el cuerpo, ciñéndolo con una cinta azul. El manto era azul, adornado de flores de oro, ceñido por delante con un cordón rojo. La vela que llevaba en la mano izquierda era de tamaño de unos veinticinco centímetros. Sostiene en el brazo derecho un precioso Niño, desnudo, que aprisiona, entre sus manos, un lindo pajarito de oro, símbolo de las tórtolas o pichones que la madre estaba obligada a entregar, según la Ley de Moisés. En una palabra: en su conjunto, era como un reflejo de lo sobrenatural, y a todos inspiraba amor y devoción.

Durante la noche del 7 de noviembre de 1826, un horrible vendaval azotó la isla de Tenerife. Los barrancos se desbordaron, arrastrando casas, peñascos, árboles, maderas, animales y personas. También al Santuario de la Virgen de la Candelaria llegaron los efectos del aluvión.
 
Las aguas del barranco de Chimisay rompieron los muros de contención, viniendo a caer sobre la capilla de la Virgen. Desaparecieron puertas, bancos, confesionarios, paredes, exvotos, llevándose también, desgraciadamente, la imagen de Nuestra Señora. Se perdió en la inmensidad del océano y no se volvió a encontrar, por más que se buscó con todos los medios de que entonces se disponía.
 
La Comunidad de Padres Dominicos, que, como dijimos, está al servicio del Santuario desde el año 1530, acordó por unanimidad encargar una nueva imagen a uno de los mejores imagineros de la Isla, a Fernando Estévez del Sacramento. Así se hizo. Y, en la festividad del día 2 de febrero del año 1830, se pudo bendecir la nueva imagen de Nuestra Señora de la Candelaria, que fue esculpida en medidas y proporciones artísticas similares a la primitiva.
 
Su rostro es admirable expresión de bondad, de ternura y de espiritualidad. Es cierto lo que los fieles cantan entusiasmados:
 
"Virgen de Candelaria, la más bonita, la más morena, la que extiende su manto desde la cumbre hasta la arena".

Devoción y milagros de la Virgen de la Candelaria
 
Desde el año 1599, es la Virgen de la Candelaria celestial Patrona de todo el Archipiélago Canario. Pero su devoción se ha extendido por la Península y por toda Hispanoamérica, principalmente por Venezuela.
 
Sus milagros y favores son constantes y numerosos, acudiendo anualmente a su Santuario de Candelaria, "La Villa de la Virgen", miles de personas, de todas las clases sociales, a darle gracias y alcanzar de Ella nuevos beneficios.
 
Feliz suerte la de las Islas Canarias, que pueden cobijarse bajo el manto maternal de esta Virgen tan milagrosa. Bien lo dice la canción popular:
 
"Muchas flores la fortuna regaló a las Canarias; pero como Tú ninguna. Virgen de la Candelaria".

 
 
 
 

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