EL MILAGRO DE LA VIRGEN DE LA FUENCISLA


Orgullosa, y no sin razón, se halla Segovia de poseer una muy preciosa imagen de María, de la amorosa Madre de Jesús, a la que rinde fervoroso culto bajo la advocación de Nuestra Señora de la Fuencisla.

Hieroteo, uno de los discípulos del apóstol S. Pablo, luego que hubo convertido a la fe a infinitos paganos, partió de la ciudad para Antioquía, con objeto de dar cuenta al príncipe de los apóstoles San Pedro del buen éxito de su predicación en Segovia.


Cuando regresó de su viaje en el año 81, volvía con un rico presente que les hacia el apóstol a los segovianos satisfecho de su fe y piedad.

Era éste, el de una bella imagen de la Madre del Salvador, fabricada en Antioquía y pintada como otras muchas por el evangelista San Lucas.

Gran contento tuvieron los segovianos cuando el buen pastor Hieroteo, les mostró la imagen de la Señora, que colocaron en una pobre capilla fuera de la ciudad, en una cueva entre las altas peñas conocidas con el nombre de peñas Grajeras y Fuentes destilantes, porque brotaban de ellas algunas aunque con poca cantidad de agua.

Por eso fue conocida esta sagrada imagen de María con el nombre de la Virgen de las Fuentecillas o de Fuencisla.
 
Seiscientos cuarenta y tres años estuvo en aquel tosco, pero muy venerado templo, hasta que habiéndose hecho dueños de nuestro territorio los musulmanes, temiendo los segovianos las injurias que podían hacer a tan querida imagen los sectarios del Corán, mientras ellos se preparaban para resistirles cuanto pudieren, dejaron que un tal don Sacharo, beneficiado de San Gil, la condujera a esta santa iglesia, desde las peñas donde se hallaba, escondiéndola en las bóvedas de la misma.

Mientras la enseña de la Media luna ondeó triunfante en Segovia, permaneció oculta Nuestra Señora, como acabamos de indicar, en las bóvedas de San Gil; pero en el reinado de Alfonso VII, desalojada la morisma de la ciudad de Segovia y ocupando su silla episcopal Pedro de Aegem, extranjero, se descubrió milagrosamente la escondida imagen con gran alegría y júbilo de los fieles.

Inmediatamente fue trasladada a la catedral, y allí estuvo colocada hasta que un prodigio obrado por el Señor Todopoderoso les dio a conocer a los segovianos que era el deseo de su Santísima Madre recibir el piadoso culto que le tributaban en el mismo lugar donde la colocara en un principio Hieroteo cuando la trajera de Oriente.

Corría el año de gracia de 1230.

 
En esos tiempos habitaban los judíos por lo general apartados en otros distintos barrios de aquellos en los que moraban los cristianos.

Esther, la esposa de uno de los sectarios de la antigua ley, había oído alguna vez explicar los sublimes misterios de nuestra religión: había oído ponderar a los fieles la poderosa protección que dispensaba la madre del Redentor del mundo a los buenos cristianos que le profesaban verdadero amor y devoción sincera.

Simpatizando con los hijos de María estaba ya muy predispuesto su corazón para recibir las verdades santas del Evangelio, pero aun había en ella algún temor por apartarse de las creencias que le enseñaran sus padres. A pesar de este temor, iba muchas veces a la iglesia de los cristianos, y postrada como ellos ante la imagen de Nuestra Señora de la Fuencisla, que se hallaba entonces en un nicho construido a propósito sobre el atrio del templo para que pudiera siempre ser vista de todos los fieles, procuraba saludarla con algunas palabras que fuesen gratas a los oídos de la Señora.

Esta afición hacia la religión tan odiada y aborrecida por los suyos, no procuró ocultarla de tal modo que no llegaran a sospechar algo.
 


Cuando estos vieron las tendencias de Esther, ya que la vieron adorar como los enemigos de su religión a la Virgen, idearon castigar de una manera bárbara lo que ellos consideraron era una imperdonable falta y un gran perjuicio.

Próxima se hallaba Esther a recibir las aguas del bautismo y recibir la gracia del Señor, cuando levantando una terrible calumnia, quisieron castigarla los judíos por adúltera.

Reunidos los ancianos de su religión en la sinagoga, hicieron comparecer a la acusada, y como a las preguntas que le hicieran sobre su afición al culto de los cristianos, no les dejara muy satisfechos, sin permitirla defenderse de la atroz calumnia que tan villanamente manchaba su limpio honor, la condenaron como mujer adúltera, y aunque su ley ordena que los que cometan este pecado sean apedreados, se la sentenció a ser arrojada desde los elevados peñascos de Grajeras.

Inmensa era la concurrencia cerca del sitio donde debía perecer tan cruelmente la inocente Esther.

Mezclados se hallaban los judíos y cristianos esperando que fuera conducida la acusada al lugar del suplicio. Los primeros, que no ignoraban lo afecta que era Esther a las cosas de los cristianos, esperaban ansiosos que apareciera la víctima de tan infame calumnia para zaherirla y maltratarla; los segundos que conocían la piedad y buenas costumbres de la judía, dudaban de que hubiera cometido la falta deshonrosa que le imputaban los de su secta, y esperaban también ver a la víctima compadeciéndose ya de su triste suerte.

Salió por fin la acusada de la prisión donde la encarcelaron los judíos, seguida de sus crueles verdugos; se encamino hacia el lugar dónde debía morir inocente, por la calumnia que le levantaran sus fanáticos enemigos.

Antes de abandonar la ciudad, pasó el triste cortejo por delante de la catedral, sobre cuya puerta principal se hallaba colocada, Nuestra Señora de la Fuencisla.

A pesar de oponerse a ello los que la conducían al suplicio, la infeliz Esther se detuvo un momento, y fijando su vista ansiosa en la sagrada imagen de la cariñosa Madre de los cristianos, la dirigió con voz angustiada la siguiente súplica:

-Virgen de los cristianos, Madre amorosa del Dios verdadero: Vos, que sabéis que no he cometido el crimen por el que cruelmente me condenan, haced que vean mis calumniadores vuestro infinito poder probándoles mi inocencia, y yo agradecida a vuestros favores me apresuraré a recibir las aguas del bautismo

Grande fue la algazara que produjo delante de la catedral la súplica de Esther.

Irritados los judíos por aquellas palabras, para ellos impías y sacrílegas, empujaron con brutalidad a su víctima, para hacerla caminar mas de prisa hacia el lugar donde había de recibir muerte tan inhumana.

Movidos a compasión los cristianos por el acento de verdad con que pronunciara la judía la plegaria a la Virgen, tentados estuvieron de arrebatar Esther del poder de sus crueles verdugos y librarla del suplicio. Pero calmados los ánimos de unos y otros, gracias a la intervención de algunas personas que gobernaban entonces la ciudad de Segovia, los judíos pudieron conducir sin ningún contratiempo a su infeliz víctima hasta las peñas por las que había de ser precipitada.

Tan pronto como a ellas llegaron, arrojaron sin piedad a la joven desde lo mas alto de las peñas. María, la protectora y abogada de todas aquellas criaturas que con amor la invocan, y confían en su poderoso patrocinio, no quiso que pereciera la inocente Esther.

Rodando esta por los peñascos, llegó hasta lo mas profundo de aquellos horribles precipicios, pero lejos de perecer con tan terrible caída, cuando llegó abajo, la vieron todos los espectadores de tan cruel castigo, ilesa y sana como si hubiera bajado ella por su gusto hasta aquellos hondos lugares.

Asombro grande fue el de la multitud con tan raro prodigio, y no dudando que se debía a la clemencia de Nuestra Señora de la Fuencisla la salvación de la judía, la aclamaron trasportados de júbilo como Madre del Dios omnipotente y patrona y abogada de los cristianos.

Algunos de los sectarios de la antigua ley, conmovidos sus corazones con aquel portentoso milagro, que obrara la Virgen para salvar a Esther, y poner bien de manifiesto a la vista de todos su inocencia, abjuraron de sus errores y se convirtieron a la ley de gracia.

Esther, la infeliz judía que sin la divina protección de Nuestra Señora hubiera sido víctima del fanatismo de sus calumniadores, pidió a grandes voces recibir en el acto el bautismo.

El mismo rey D. Fernando III, el santo, que se hallaba a la sazón en Segovia, acudió presuroso acompañado del obispo de le ciudad D. Bernardo, del cabildo catedral y de sus nobles cortesanos al lugar donde se acababa de verificar el prodigio.

Enterado allí del milagro que obraran los cielos para salvar a la joven judía, viendo que eran tantos los testigos que declaraban lo mismo que ya le habían contado, hizo que en devota procesión volvieran todos a la ciudad, llevando consigo a Esther, y entrando en la catedral después de mil bendiciones y alabanzas a su bondadosa protectora, el mismo obispo D. Bernardo administró a la piadosa joven el sacramento del bautismo, recibiendo el nombre de María del Salto, para recordar siempre el alto favor que debía a su excelsa protectora la Virgen María.

Deseosa la nueva cristiana de consagrarse al servicio de Nuestra Señora, el rey ordenó que se le diera habitación en la misma catedral, para que así pudiese dedicarse a cuidar de la ropa que se usaba en la iglesia y condimentar también la comida qué el Cabildo distribuía diariamente a los pobres.
 

En estos humildes quehaceres empleada, y en otros ejercicios de piedad, vivió largó tiempo en la iglesia catedral de Segovia, siempre bendiciendo a la Virgen, a quien tanto debía

La muerte cortó el hilo de su vida en el año 1237, muriendo, según el parecer de muchos autores, en olor de santidad.

Como prueba de esto, dicen otros, que Dios quiso ya darle en vida el don de profecía, pues habiendo anunciado al rey D. Fernando III la conquista de Sevilla, se cumplió exactamente su predicción.

En la iglesia catedral de Segovia, aun se puede leer una inscripción que recuerda el suceso que dejamos narrado.

Se encuentra esta inscripción sobre el sepulcro donde descansan los restos de la piadosa Esther, con un bajo relieve en el que se ve el milagro, y dice:

—Aquí está sepultada la devota Mari-Saltos, con quien Dios obró este milagro en la Fuencisla. Hizo su vida en la otra iglesia: acabó sus días como católica cristiana el año de 1237. Se trasladó en este año: 1858.

Comprendiendo el obispo y otras piadosas personas de la antigua ciudad, cuando aconteció el asombroso suceso que hemos referido, que la imagen sagrada de la Fuencisla en ninguna parte podía estar mejor que en aquel mismo sitio donde se había obrado por su intercesión poderosa tan raro prodigio, determinaron construirla una bonita capilla allí, en el mismo sitió del milagro, en el cual los primeros discípulos, en Segovia, la habían adorado y rendido respetuoso culto antes de la invasión sarracena.

Edificada, pues, la capilla, trasladaron a ella la milagrosa imagen en solemne procesión, a la que asistieron el ilustre prelado, el cabildo, el clero e infinitos devotos de María.

Cuando se verificó este religioso acto, se declaró al mismo tiempo a Nuestra Señora patrona de la ciudad de Segovia.

Algunos años después, al visitar Felipe II la antigua corte de los monarcas castellanos, fue a adorar humilde a la augusta patrona de los segovianos, y pareciéndole pobre la morada de la Virgen, mandó se la edificara un nuevo templo en el mismo sitio de las Peña.

No vivía ya el Rey prudente, como le llaman algunos historiadores, cuando se concluyó la obra de la nueva iglesia; pero su hijo Felipe III, que no era menos religioso que su padre, quiso dar mayor realce y pompa a la gran solemnidad con que se verificó la traslación de la venerada imagen del uno al otro templo, asistiendo él mismo en persona a la  procesión que se hizo, acompañado de sus hijos el príncipe D. Felipe, y los infantes Carlos, María, y Ana.

Por espacio de diez días se celebraron grandes fiestas en honor de Nuestra Señora en la magnífica capilla a donde la trasladaran.

Se halla colocada la Virgen en un tronó sostenido por cuatro ángeles. La imagen es de talla de cuerpo entero, tiene como vara y cuarta de altura. Su rostro es muy hermoso y el color trigueño. Los ojos son grandes y hermosos.
 
La devoción que profesan los piadosos, segovianos a Nuestra Señora de la Fuencisla raya en delirio. Siempre que se hallan tristes y apurados, marchan a la iglesia de tan venerada Virgen, y postrados ante ella, encuentran el apetecido consuelo sus almas, pues no dudan alcanzar la protección del cielo invocando con fervor tan poderosa medianera.

Y no es solo en la ciudad de Segovia donde se hallan fieles devotos de María Santísima en su advocación de Nuestra Señora de la Fuencisla, pues en todas partes se encuentran no pocos cristianos que la tributan un religioso culto en el fondo de sus corazones.

No queremos terminar estas páginas sin decir algo del extraño fenómeno que han observado muchos en varias ocasiones, en que, afligidos los segovianos con alguna peste ú otra calamidad, han recurrido al poderoso patrocinio de Nuestra Señora.

Se cuenta que en el momento de sacar la imagen de su templo para llevarla procesionalmente por las calles de Segovia, aparece en el aire, y sobre la cabeza de la Virgen, una brillante estrella, que siempre del mismo modo sigue con ella toda la carrera hasta la catedral. Por lo general siempre que sucede este fenómeno, se nota que permanece la estrella sobre el mencionado edificio los nueve días con que se la tributan cultos en él para implorar sus mercedes, no desapareciendo hasta el momento en que se vuelve a llevar la imagen a su santuario.



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