VIRGEN DE LA FUENSANTA, MILAGRO Y LEYENDA

 
Allá por el año 1501, los vencidos jeques de la Tad malagueña decidieron reunirse con el ferí de Beni Astapar así como con los demás ilustres musulmanes que enviaran a España desde Africa, para tratar de arrojar del país a los cristianos, dueños ya de la península entera, después de haber sostenido por espacio de ocho siglos una encarnizada y horrible lucha.
 
Hacía ya nueve años que el estandarte de la Cruz se alzaba triunfante en todas las torres y almenas de Granada.
 
La bondad que usaron los vencedores con los inquietos árabes les hizo creer a estos que podrían rebelarse contra ellos y recobrar la dominación que habían tenido anteriormente.
 
Al grito de los taifas de la tribu de los Gandules que ocupaban toda la serranía rondeña, llamaron a la guerra a los demás infieles contra sus constantes enemigos. Habían respondido todos los árabes sabedores de aquellos gritos y bajando a la vega atacaron con furia a los descuidados cristianos, degollándolos, asesinando y violando a sus mujeres.


 La suerte parecía que protegía a los sublevados, incluso Don Alonso Aguilar, hermano del Gran Capitán Gonzalo de Córdoba, el noble Ureña, el célebre Ramírez y otros varios, fueron vencidos por la tribu de los Gandules.
 
La noticia de tal descalabro causó gran indignación en la corte de los Reyes Católicos y ansiosos de vengarse de los ingratos mahometanos reunieron en Ronda un gran ejército para ir al encuentro de los rebeldes.
 
Estos a su vez, animados por tan fácil triunfo, procuraron prepararse para resistir a los cristianos. Para ello se dirigían, como ya se ha dicho, a una cita que se llevaría a cabo en una pequeña cueva situada en lo más escondido y desierto de la vega.
 
El ferí de Ben Astapar (Jefe de los Gandules) deseoso de ser el primero en llegar a ella se había encaminado con anticipación a esa cueva donde pensaba pasar la noche.
 
Disfrazado de pastor entró en ella y lo primero que distinguió fue una pequeña pero preciosa imagen de la Virgen María, colocada en una peña a la entrada de la cueva.
 
Enfadado la cogió con rabia y la metió en su zurrón pensando en dársela a sus hijos para que jugaran cuando volviera a casa.
 
Luego, fatigado por el penoso descenso que hiciera de la montaña se acomodó en la cueva para dormir.
 
Al despertar, lo primero que vio dentro de la cueva fue la imagen de la Virgen colocada en el hueco de la peña de donde la cogiera la pasada noche para meterla en el zurrón.
 
-¡Por Alá! exclamó asombrado, que voy a creer en los prodigios, que dicen los cristianos, hacen estos ídolos suyos. Vamos a ver si te marchas ahora, dijo, volviendo a tomar la sagrada imagen, metiéndola de nuevo en su zurrón y cerrando la abertura de este con fuertes correas.
 
Era ya la hora en que debían acudir a la cueva los citados, y poco a poco iban penetrando en ella.
 
Después de pronunciar misteriosas palabras y de un minucioso reconocimiento de unos a otros según iban llegando, detallaban a su jefe sus proyectos y de la gente que disponían dispuestos a ayudarlos.


 Después de agradecer la presencia a todos y arengarles convenientemente al objeto de conseguir su victoria sobre los cristianos para el próximo combate, su vista se posó de nuevo en el hueco de la peña.
 
Atónito y asombrado comprobó que de nuevo allí se encontraba la imagen de la Virgen que había depositado en su zurrón.
 
- ¡Por Alá que no entiendo lo que esto significa!
 
Estas palabras del ferí de Ben Astapar, excitaron más la curiosidad de los demás congregados que habían visto su turbación y el nerviosismo con el que buscaba en su zurrón.
 
- ¡Explícanos que sucede! le preguntaron, ante lo que respondió:
 
- Mirad, dijo, señalando el hueco donde se encontraba la imagen.
 
- ¡Traición! gritaron todos los reunidos. ¿Quién se ha atrevido a espiarnos? ¿Acaso por burlarse han dejado ahí esta estatua?
 
- ¡Callad!, dijo el ferí, intentando imponer silencio.
 
- Esa imagen que ahora veis en el hueco y que no permite que nadie la toque, la encontré anoche al llegar a la cueva. Para diversión de mis hijos la metí en mi zurrón. Vi luego que, sin saber como, se había salido de él y colocado de nuevo en el mismo sitio que la encontré. Antes de llegar vosotros la volví a meter en el zurrón y até fuertemente este con sus correas, y ahora está de nuevo en el hueco y el zurrón vacío.
 
- ¡Hechiceros cristianos! ¡Traición!, gritaban los reunidos al ver asustados que repentinamente se iluminaba el tenebroso lugar.
 
- No, no hay traición, exclamó el jefe de los conjurados. Ved de donde viene la luz que alumbra la cueva, señalándoles la imagen.
 
Esta se encontraba rodeada de una bellísima aureola de luz cada vez más brillante, llenándose  la cueva de un resplandor que dejaba admirados a todos los presentes, los cuales cayeron de rodillas.
 
Todos los congregados en aquél lugar se convirtieron ante el prodigio.
 
- Perdón Señora por haberos ultrajado, dijo el ferí, yo quiero ser cristiano.
 
- Perdón, dijeron todos los asistentes, arrepentidos y deseando ser bautizados.
 
Asombrados quedaron los Reyes Católicos cuando vieron llegar a los pocos días, a varios musulmanes que llegaron a su campamento, diciendo ser jefes de los sublevados en Sierra Bermeja, suplicando ser perdonados por su rebeldía  y que escuchasen el relato del gran milagro de la Virgen. Pero más aún se asombraron cuando escucharon el asombroso suceso de la cueva.
 
Enviados por los monarcas castellanos un capellán y varios caballeros, se dirigieron al lugar indicado, observando con admiración que aún permanecía la imagen en la cueva con una brillante aureola que la iluminaba.
 
- Señor, perdónanos nuestras vidas, que nosotros moriremos si es preciso defendiendo la nueva religión, que ya profesamos, y en la que suplicamos ingresar pronto recibiendo el bautismo, refirió el ferí de Ben Astapar, que según cuentas las crónicas murió degollado en Medina Tanja en el año 1506, cinco después de su milagrosa conversión.
 
La cueva la transformaron los Reyes Católicos en una bella ermita en la que se colocó a la prodigiosa imagen de la Virgen María, donde hoy todavía se venera con la advocación de Nuestra Señora de la Fuensanta, siendo su antiguo santuario de los más concurridos, viéndose en él a todas horas fieles que acuden a demostrarle su amor y demandarle su auxilio y protección, que jamás niega al que con sincera fe, la invoca.



 
 

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