EL MANÁ, LA MILAGROSA COMIDA DEL DESIERTO


Algunos sabios, empeñados en dar una interpretación puramente científica y natural a los prodigiosos sucesos referidos en la Biblia, han dicho que el milagroso pan descendido del cielo para sustentar por espacio de cuarenta años a los israelitas en el desierto, no era más que la goma espesa y melosa que fluye del tamarisco, árbol llamado en árabe tarfah, y muy común en aquellos uadis, y goma que pende de sus ramas cual gotas de rocío.
 
La produce la picadura de un diminuto insecto, el comas manniparus, y en los meses de junio y julio se licua por el calor del sol y cae al suelo. Los árabes la designan con el nombre de man.


A semejante interpretación se opone el relato del sagrado libro; el maná del tamarisco no puede ser confundido con el que sustentó a los hebreos, y las notables diferencias que hay entre ambos las formula M. Vigouroux en estos términos:

 
«1.° El maná del Éxodo fue recogido sin interrupción y siempre por espacio de cuarenta años; el del tamarisco o del desierto únicamente se encuentra en los meses de junio y julio.
 
2.° El primero cayó a la hora del rocío; el segundo, al medio día, esto es, cuando aquél se derretía.

3.º Es el uno tan abundante que a gomar por cabeza alimenta a una gran multitud, al paso que el otro es tan raro y escaso que, según M. Stanley asegura, no habría de bastar para sustento de un hombre durante seis meses. Burkhardt calcula que no se producen anualmente más allá de quinientas a seiscientas libras.
 
4.º El celeste pan sólo cayó los seis primeros días de la semana; llegado que fue el sábado no se encontró ni un solo grano. La goma del tarfah fluye todos los días en la estación propicia, esto es, durante unas seis semanas, con exclusión de los demás meses del año.
 
5.° El maná se corrompía y llenaba de gusanos al día siguiente de haberlo recogido, excepto el sábado, en que se conservaba incólume. El llamado maná del Sinaí puede, por el contrario, conservarse indefinidamente.
 
6.° El maná, sustancioso manjar, fue por el tiempo de cuarenta años casi el único alimento de un pueblo. La goma del tarfah, por el contrario, no puede bastar al sustento del hombre, y es más una sustancia purgante que nutritiva.»
 
«¿Qué ha de deducirse de todo esto? pregunta M. Guerin.
 
— Que no hay más remedio que inclinarse con respeto ante los hechos milagrosos referidos en la Biblia, contesta, y admitirlos como tales, o, tomando el camino opuesto, tenerlos por pura fábula, y en este caso atreverse a negar el contenido del libro más augusto y sagrado que en el mundo existe. Y por lo que toca al hecho particular que nos ocupa, es preciso, o bien rechazarlo de un modo absoluto, o bien admitirlo por completo, pensando que nada es imposible a Dios, y que quien creó las maravillas de la tierra y de los cielos, maravillas que a nuestra vista están y no podemos negar, pudo sin inconveniente, en beneficio del pueblo por El escogido, hacer llover maná durante cuarenta años, como sustancioso y nutritivo rocío.


Querer explicar tal prodigio despojándolo de su sobrenatural carácter y tomando el maná por la goma del tarfah, además de cerrar los ojos a las profundas diferencias que distinguen al uno de la otra, equivale, al tiempo que se niega el milagro tradicional, a inventar otro no menos asombroso que el primero.

En efecto, aun cuando se cubriese de tamariscos toda la península del Sinaí, y su producción anual se centuplicase ¿qué significaría esto para sustentar a, más de dos millones de personas? Así, pues, el único partido razonable consiste en proclamar con la Iglesia y con los verdaderos sabios de todas las épocas, que el maná de que se alimentaron los israelitas por espacio de cuarenta años fue en realidad milagroso, y que sin un milagro constante habría sido del todo imposible a la muchedumbre del pueblo hebreo subsistir tantos años en un desierto donde hoy pasan grandes trabajos para conservar la existencia unos pocos miles de beduinos.

Está claro que pudo ser en otros tiempos aquella comarca menos árida y estar mejor cultivada que ahora; pero tampoco es dudoso que en gran parte de su territorio no pudo contar sino con algunos diseminados oasis y con población muy escasa. Además, se veían los israelitas en la imposibilidad de procurarse víveres de Egipto, de donde habían huido; del país de Edom, que les negaba el paso; del de los Filisteos, dueños de las riberas mediterráneas, y finalmente tampoco de los demás pueblos cananeos que moraban en las ciudades de Nedjeb.

Por su gran multitud estaban, pues, condenados a perecer de hambre al poco tiempo de su estancia en el desierto a no ser una incesante intervención de la Providencia, la que, al paso que por su ingratitud a veces los castigaba, no dejaba, sin embargo, de velar paternalmente sobre ellos por ser la bendita nación de la que había de nacer el Mesías prometido.


 

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