NO SE DEBE TRABAJAR EN DOMINGO, LEYENDA


Había una vez un granjero muy rico que tenía muchos criados. Marguerite, su primera criada, era conocida en todo el país por su apego a su señor, y también por su poco respeto por la religión.

Un domingo ordenó el granjero a toda su gente que marcharan a trabajar en un campo que había en el centro del bosque, ya que era preciso extender sobre él el estiércol, y la tarea apremiaba.
 
Los demás sirvientes dijeron que el domingo era un día de descanso que había que consagrar al Señor, pero Marguerite fue la única que se mostró dispuesta a obedecer a su señor. Éste, para animarla,  le prometió una gran recompensa.

 
Después, siguiendo las costumbres del país, se volvió a la plaza que había delante de la iglesia para charlar con sus amigos a la salida de la misa.

Mientras tanto, Marguerite se metió de lleno en la labor en el campo, que era muy grande. Tanto que se decía para sí:
 
"Sin duda no voy a limpiar todo este estiércol hoy, porque hay demasiado. Pero haré todo lo que pueda, y mañana vendremos todos a rematar la tarea. Está verdaderamente mal que los otros sirvientes no hayan obedecido a su señor. Yo prefiero mejor obedecerle antes que ir a perder el tiempo en misa. Después de todo, ¿porqué pensar que hay un buen Dios?"

Se puso manos a la obra, y había removido tan solo unas pocas horquilladas de estiércol cuando vio salir del bosque a un hombre muy pequeño, pero que tenía la cabeza grande como una calabaza. Dio un silbido y, de repente, otros treinta enanos, más feos y más pequeños aún que el primero, acudieron con horquillas y se la emprendieron a extender por allí el estiércol.

Cuando estuvo todo extendido, le dijo el jefe de los enanos a Magruerite:

- ¡Adiós! No encontraremos esta noche a las diez en la granja. Acudiré a recibir mi recompensa.

Desapareció de repente, al igual que sus treinta compañeros.

La pobre Marguerite se sintió muy disgustada, porque pensaba que en todo aquello había algo que no era natural. Estaba a punto ya de volverse a la granja cuando escuchó un ruido detrás de ella. Se volvió y vio ante sí a una vieja arrugada que le dijo:

- Acabas de entregarte al diablo, mi pobre niña. Yo ando ahora por el purgatorio, en el que sufro desde hace mucho tiempo, porque trabajé un domingo en lugar de ir a misa. Puedo salvarte si puedes decirme el nombre del sexto día de la semana. Se me ha olvidado, y si lo supiera, dejaría de sufrir.

- Pues es el viernes ─respondió Marguerite.

- Gracias ─dijo la vieja─. Esta noche, cuando esté en la granja, guárdate bien de ceñir ninguna cuerda alrededor de ti. Cuando acuda el diablo, lánzale una cuba de paja antes de que pueda acercarse a ti.
 

La vieja desapareció y Marguerite entró en la granja. A las diez acudió al lugar donde debía encontrarse con el diablo, y éste acudió para atraparla. Pero ella le lanzó a la nariz una cuba de paja y el diablo hubo de escaparse entre maldiciones.

No quiso regresar Marguerite más veces al campo que había en medio del bosque. Se guardó mucho también, a partir de entonces, de trabajar en domingo. Y ya nunca dejó de asistir a misa, hasta el punto de que no volvió a ver más al diablo.
 




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