Bajo esta gloriosa advocación se venera a la Madre del Salvador de los hombres, en el ducado de Güeldres, en Flandes. Devoción que profesaba a la Virgen María el duque que gobernaba aquellos estados en 1388, inclinaron a la Soberana de los cielos a obrar un milagro en su favor cuando invadieron aquel país los brabanzones. Escaso de víveres, sin apenas recursos económicos y corto el número de sus soldados, empresa loca y temeraria era la de querer rechazar a los invasores.
Rodeado de sus oficiales y cortesanos, les preguntó el duque que determinación debían tomar en vista del peligro en que se encontraban.
Todos, queriendo cuando menos salvar la vida del duque, le aconsejaban que dejara al enemigo, y en vez de hacerle frente fuese a encerrarse en una de sus plazas fuertes, donde con mas seguridad pudiera hallarse.
— No, por mi vida, exclamó el duque; no me aconsejéis tal, que no he de hacer yo caso de vuestras torpes palabras. Cobardía grande fuera ir a encerrarme en alguna ciudad o castillo dejando, mal caballero, que fueran en tanto asoladas mis tierras y acuchillados mis leales vasallos. Antes perezca en el campo de batalla, que consienta en que duden un instante siquiera mis enemigos de mi valor y mi Dios. El que quiera seguirme al combate, prosiguió el duque, será quien mejores pruebas me dará de su lealtad y de su afecto
En vano se opusieron los consejeros al plan del duque, y reuniendo este sus escasas tropas, presenta batalla al enemigo.
Antes de entrar en ella, ya que no contaba con otros auxilios, quiso implorar los del cielo, y al dejar la ciudad de Nimega, se postró humildemente ante el altar de la Virgen, a quien profesaba particular devoción.
Pidieron, pues, fervorosamente a la Señora, el duque y los caballeros que le acompañaban, que les protegiera en la pelea.
— Señora, exclamó dirigiéndose a la sagrada imagen de la Virgen, ya veis cuán pocos son mis soldados, ya veis cuán temeraria es nuestra empresa, mas al ir a combatir al enemigo, nada tememos, llevamos de nuestra parte la razón y la justicia; tal vez muramos en el campo; tal vez seamos vencidos por los fieros brabanzones, pero después de consagrar a Vos mi espada y la de los valientes caballeros que me siguen, nada tememos, y no dudamos que habéis de interceder con el Señor Dios de los ejércitos para que nos de la victoria... Y la consiguieron aquellos ilustres guerreros.
Si; el cielo oyó propicio los ruegos de los humildes siervos de Jesucristo, y cuando éstos a los gritos de «¡Nuestra Señora! «¡Güeldres!» ¡Güeldres!» se lanzaron animosos contra los brabanzones, a pesar del gran número de estos, a pesar de no ser ellos mas que cuatrocientos, derrotaron a sus enemigos a quienes arrebataron hasta diez y siete banderas.
Inmensa fue la alegría de los vencedores, y el duque que tan valiente se mostrara en el combate antes de pasar a una ciudad inmediata, según el consejo de sus guerreros, quiso antes partir otra vez para Nimega, para dar gracias a la Virgen por el triunfo que acababa de alcanzar.
— «Debemos a Nuestra Señora el feliz resultado del combate, nada mas justo —dijo el piadoso duque— que ir a darle gracias por el favor que de ella hemos merecido.
Seguido, entonces, de todos los principales guerreros, partió a galope hacia Nimega para visitar la iglesia, y dejar como exvotos en su capilla sus armas destrozadas en la pelea, y las banderas que cogieron al enemigo.
A pesar de haber trascurrido tantos años, todavía agradecidos los flamencos al especial auxilio que en aquella ocasión les proporcionara, continúan invocando siempre con gran veneración a su excelsa patrona Nuestra Señora de Nimega.
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