HISTORIA DE LA MILAGROSA VIRGEN DE ROCAMADOUR


Cerca de tahors, y en la parte mas montañosa y árida del Quercy, se encuentran aun las ruinas, de la en otro tiempo célebre capilla dedicada a la Madre de Dios bajo la advocación de Nuestra Señora de Rocamadour. 

En el siglo III del cristianismo "un varón justo y piadoso" habiéndose internado por el gran laberinto de montañas que elevan sus escarpadas puntas por encima del profundo y estrecho barranco que hoy se conoce con el nombre de Rocamadour, y que ententes le daban las gentes del país el de Valle tenebroso por los muchos peligros que corría el que por él pasase, a causa de los fieros animales que la habitaban, halló en aquellas soledades sitio a propósito para dedicarse, como deseaba, a una vida austera y penitente.

Retirado por completo de la comunicación con las gentes de las poblaciones vecinas, pues pocas veces era visitado el triste y melancólico lugar que eligiera el anacoreta, allí podría este entregarse a sus meditaciones y a sus rezos sin temor de que se le interrumpiera, y sin peligro de ser incomodado o distraído, por el ruido de las locuras y placeres del mundo.


Solo, aislado de los hombres, no viendo nunca mas que la imponente majestad de aquella naturaleza que le acercaba mas al Creador. Solo, aislado, entre las gigantescas montañas cuyas elevadas crestas parecen despreciar la tierra donde tienen su base, para ir a confundirse con las nubes. Solo, aislado, unas veces haciéndole entregarse a serias reflexiones el murmullo que producen las aguas del Lanzor que corre por el barranco, otras el concepto melodioso de algún ave solitaria conmoviendo su corazón dulcemente. Solo, aislado, cuando el sol ilumina la tierra con sus resplandores enviando sus primeros rayos a la cabaña en que habita. Solo, aislado, viendo en la noche apacible el fulgor de cien mágicas estrellas, contemplando la luz clara y melancólica de la hermosa, Diana. Solo, aislado, cuando furioso el huracán, amenaza destruir su pobre vivienda, allí, en medio de tanta grandeza, de tanta sublimidad, ¿cómo no ha de procurar merecer los favores del Señor, por medio de su piedad y sus virtudes?

El sencillo montañés que veía alguna vez el retiro de aquel verdadero creyente, no pudiendo explicarse el singular capricho de establecer el anciano su morada en tan peligrosos sitios, le miraba como a un ser extraño y original y le llamó pronto Amator rupis, amante de la roca.

Con el tiempo este nombre fue sufriendo varias modificaciones, quedando por fin el de Amadour.

Tenia el buen ermitaño una gran devoción a la Santísima Virgen María pues no ignoraba cuán grato es para Dios el amor de sus criaturas a su amorosa Madre, y para mejor poder invocarla guardaba consigo una sagrada imagen de la Señora, que pronto se vio adorada por los campesinos y montañeses, no solo del país, sino de otras comarcas, los cuales sabiendo los milagros obrados por el Señor, debidos todos a la intercesión de la Virgen De Rocamadour se apresuraban a rendirla sus homenajes en aquel elevado santuario.

Estas visitas eran cada día mas numerosas, y cuando el anciano cenobita que fundó aquel humilde templo en honor de la Reina de los cielos hubo muerto, cuidando del culto los mismos habitantes del país, se vio siempre lleno de peregrinos y romeros.


Se había extendido por toda la antigua Galia la fama de los prodigios que se verificaban en el religioso santuario de Rocamadour, y ya no eran familias aisladas las que se postraban ante el sagrado altar de Nuestra Señora, sino pueblos enteros que iban a cantar sus glorias y a ponerse bajo su poderosa protección.

Estas romerías tenían lugar tan a menudo, que la necesidad de atender a los muchos romeros hizo que se edificara al pie del peñasco de Rocamadour una ciudad que con el tiempo, a pesar de estar situada en tan árido terreno, y siendo dificilísimo su acceso, llegó a tener gran importancia.

Poco tiempo después de edificada la ciudad, a una altura prodigiosa por encima del campanario de la antigua iglesia de Rocamadour, se alzaba una gran fortaleza que defendía el tan venerado santuario.

El Señor, que vela con agrado la devoción cada vez mayor en aquellos países a su amorosa Madre, protegió siempre a la ciudad, dispensándola infinitos beneficios.

Y fue con el tiempo adquiriendo tal prestigio y celebridad el santuario de Rocamadour, que ninguno recibió tantos privilegios, ni fue tan venerado como él en toda la Francia.

En el siglo XIV la Guyena se hallaba afligida con crueles guerras, en la que todos los días morían gran número de combatientes.

Parecía que con tantos riesgos y peligros debían cesar las peregrinaciones a la tan frecuentada Roca, pero no se interrumpieron estas ni un momento, siendo tan grande la devoción que se profesaba a la Virgen entre amigos y enemigos, que bastaba que un romero llevase en su sombrero o casco su divina imagen, para que fuese respetado por todos y para que nadie le molestase.

En el año 778, habiendo ya llegado a oídos de Roldan, el valiente guerrero sobrino del emperador Carlo Magno, la veneración que se tenia a la imagen de la Virgen en Rocamadour, fue también en peregrinación al santuario, y al demandar a la Soberana de los cielos y la tierra sus auxilios y favores, la ofreció un rico presente de plata del peso de su espada, siendo llevado aquel después de su muerte y derrota en Roncesvalles a la capilla de Nuestra Señora.


Seria tal vez demasiado largo si diéramos conocer los valiosos regalos que adornaban el tabernáculo donde se hallaba colocada la Virgen.

«La circunferencia de esa Roca bendita, dice un piadoso autor, resplandecía de ex-votos guarnecidos de oro, de perlas y de piedras preciosas. Sus ricas colgaduras habían sido trabajadas por manos de princesas españolas, y catorce lámparas de plata maciza, cuyas cadenillas entretejidas formaban una red magnifica, la alumbraban noche y día...»

En el siglo XII, Odon, conde de la Marca, cedía al venerado santuario todo el bosque de Mont-Salvy, y en el mismo siglo, (año 1181) el rey de Castilla D. Alfonso IX le hacía también donación de las tierras de Fornellas y de Orbanella.

En 1202, el monarca de Navarra D. Sancho VII le asignaba para que estuviese alumbrada la capilla de la Virgen una renta de cuarenta y ocho piezas de oro, y el inspirado trovador y valiente general Savarie, príncipe de Maulou, daba en 1208 sus tierras de Lisleau, libres de toda carga e impuesto, como limosna que hacia la Santísima Virgen.

Hasta los mismos soberanos pontífices hacían ricos donativos a la tan famosa iglesia de Rocamadour.

El papa Clemente V, en el siglo XIV, hizo un legado para que tuviese Nuestra Señora encendida siempre una vela en un pilon de plata, en su santa capilla.

Todos los que tenían la dicha de oír de los peregrinos de Rocamadour las excelencias de aquel tan venerado santuario, las infinitas gracias que dispensaba en a sus fieles y devotos la Virgen, ardían en vivos deseos de ponerse cuanto antes de hinojos ante su bendito altar, para dirigirla sus preces y demandar su influjo con Dios Todopoderoso.

Ricos y pobres, poderosos príncipes y humildes siervos y vasallos se veían siempre dentro de aquel sagrado recinto, donde estaba la imagen milagrosa que expusieran a la veneración de los fieles, el solitario de la roca del Quercy, el cenobita a quien saludaran los primeros devotos de la Virgen con el nombre de Amator rupia.

En 1170 el rey Enrique II, de Inglaterra, duque de Guyena por parte de su esposa doña Leonor, rodeado de un pequeño ejército, seguido de una brillante comitiva, llegaba a Rocamadour, y cumplía con religioso fervor el voto que hiciera a la Virgen durante su penosa y larga enfermedad en la Motte-Gersey.

San Luis, rey de Francia, acompañado de sus tres hermanos, de doña Blanca de Castilla y de D. Alfonso conde de Boloña, fue también en romería a Rocamadour, y como Enrique II de Inglaterra, dejó allí varios regalos que traía para la Virgen María, y repartió cuantiosas limosnas entre los pobres del país.

El rey Carlos el Hermoso, el rey Luis XI, y otros poderosos monarcas, hicieron también esta romería para conseguir los favores del cielo por la intercesión de la que es protectora y abogada de todos los cristianos.

Dos hermosos cuadros que adornan la capilla de la Virgen manifiestan también la ardiente devoción que profesaba a Nuestra Señora de Rocamadour el gran Fenelon, el famoso prelado tan conocido en Francia por su piedad y talento.

Son estos cuadros ex votos del arzobispo de Cambray, representando dos épocas célebres de su vida.

En el uno se le ve aun en la cuna, y en el otro aparece en su juventud, cuando ya doctor viene a hacer homenaje a la Virgen de los primeros triunfos alcanzados por su extraordinario talento.

En un sepulcro que se distingue en la misma iglesia descansan también los restos mortales del piadoso padre, del venerable prelado.

El tan famoso santuario, cuya historia acabamos de hacer, todavía subsiste. Aún recibe la imagen de la Virgen Santísima el culto de los habitantes de Quercy, pero de todo su esplendor de otros tiempos, de toda su grandeza, nada ya resta.

El día 3 de Septiembre del año 1592, Duras se apoderó de Rocamadour, y los soldados protestantes que capitaneaba, se burlaron de la veneración en que se tenia a aquel lugar santo, profanando impíos, destrozando sus imágenes, derritiendo las campanas, robando las ricas alhajas de Nuestra Señora, y arrojando a las llamas el cuerpo de San Amator después de haber sido molido a golpes de martillo.

Los revolucionarios del 93 prosiguen con furor tan destructora obra, y por poco desaparece para siempre el santuario de Rocamadour.

Pero Dios no permitió tal desgracia, y si hoy no se ve el templo magnífico visitado por los ilustres príncipes que hemos, citado, si que hoy sus elevadas torres destruidas se hallan ocultas bajo la yerba, y del hermoso castillo solo quedan escombros. Si que no se oyen celebrar las glorias de Nuestra Señora de Rocamadour por los músicos del Languedoc como lo hacían en otro tiempo, acompañando su canto con las melodiosas notas que sacaban de sus bandurrias. Si que aquella campana que tocaba sola para anunciar algún desconocido peligro al infeliz viajero que la invocaba en medio de los mares ha desaparecido. Si que solo ruinas, y escombros rodean al pobre santuario, todavía la piedad de los sencillos pastores y de los devotos montañeses sostiene el culto de la Virgen, que como antes oirá siempre la plegaria de su fiel devoto, le auxiliará en todos sus trabajos y le consolará en sus mayores aflicciones.


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