LA PIADOSA VIDA DE LA REINA ISABEL LA CATÓLICA


Muchas personas han oído hablar de la reina Isabel la Católica, que cambió España y el Nuevo Mundo. Aunque mucha gente ve a la reina Isabel como una persona mala, desagradable e ignorante, cambió la historia para siempre luchando por la pertenencia del Reino con su hermano y contra los musulmanes para devolver a España al catolicismo. Por medio de su matrimonio con el rey Fernando V de Aragón, quedaron unidos los dos reinos de España, Castilla y Aragón, que previamente habían sido separados. Ella también fue la impulsora del viaje de Cristóbal Colón que culminó con el descubrimiento de América.

 
ORACIÓN DE ISABEL LA CATÓLICA
 
Tengo miedo, Señor,
de tener miedo
y no saber luchar.
Tengo miedo, Señor,
de tener miedo
y poderte negar.

Yo te pido, Señor,
que en Tu grandeza
no te olvides de mí;
y me des con Tu amor
la fortaleza
para morir por Ti.

Esta es su vida.
 
Hubo una vez en Castilla una Infantita rubia, de ojos azules con mirada inteligente y bondadosa. Nació el jueves día 22 de abril de 1451 en la entonces villa señorial de Madrigal de las Altas Torres, así llamada porque cien torres coronaban la muralla que la circundaba.
 
Lleva la niña en sus venas sangre de reyes santos, sabios y conquistadores. Porque por parte de su padre, el Rey Don Juan II, de Castilla, desciende de Fernando III, el Santo, y de Alfonso X, el sabio. Y por parte de su madre, la Reina Doña Isabel de Portugal, de Santa Isabel, Infanta de Aragón y sóberana de Portugal, y de Santa Isabel, reina de Hungría.
 
En la iglesia de San Nicolás, recibe la niña, con el bautismo, el nombre de Isabel. Las gentes de Madrigal la llaman ahora: "Santa Isabel la Católica".

Cuando la Infantita tiene tres años muere su padre Don Juan II. Es proclamado rey Enrique, hermanastro de Isabel, y entonces la Reina madre se retira al castillo de Arévalo, con sus dos hijos: Isabel y Alonso. La vida en el castillo de Arévalo no es alegre para los niños, porque Doña Isabel
está muy triste. Y Doña Isabel está triste al ver que Enrique IV no es buen rey, porque se dedica a divertirse, olvidando sus deberes de soberano, que son los de ocuparse del bienestar del pueblo y el progreso de la nación.


La Reina madre es una gran señora, una firme cristiana, una ejemplar educadora, y se ocupa de que los Infantitos estudien Doctrina Cristiana, Historia, Geografía, Música y Poesía. La Infantita, que es muy hábil para el trabajo manual, hila y borda. Le gusta muchísimo montar a caballo. Alguna vez va con su hermano, acompañados de dueñas y escuderos, a las ferias de Medina del Campo.

Un día se oye el galopar de unos caballos. A poco anuncian a la Reina madre: "Señora, ¡correo del Rey!"
 
Se ha estremecido Doña Isabel, y no sin motivo. Porque el correo trae una carta de Enrique IV, diciendo que se lleva a sus hermanitos a la Corte. Y se los lleva, porque algunos nobles castellanos, viendo que Enrique IV está hundiendo el Reino, se inclinan a proclamar Rey al pequeño Infante. Y el Monarca, para evitarlo, quiere tenerle a su lado.

Enrique IV se ha casado con Doña Juana de Portugal, que es preciosa, pero muy vanidosa, aficionada a ricos trajes y costosas joyas, a bailes y diversiones, muy lejos del deber de una Soberana, que ha de ser la primera en dar buen ejemplo a sus súbditos. Y como los Reyes dan mal ejemplo, la Corte no es sino una cadena no sólo de torneos, comedias y corridas de toros, sino de pecados. Por eso, los niños, arrancados bruscamente del cariño y cuidados de su madre no se acostumbran a este ambiente.
La infanta Isabel se acuerda del castillo de Arévalo.

Un día acude, asustada, a quejarse a su hermano, Don Alonso, porque la propia Reina Doña Juana y sus damas la han incitado a seguir su mal ejemplo. Don Alonso, aunque es un niño, recordando que su madre, la Reina Doña Isabel, al despedirse, le ha encargado que, como caballero, ha de defender a su hermana, toma su espada, y con ella desenvainada corre al cuarto de la frívola Doña Juana, amenazándola. La Reina toma a risa el gesto del niño, pero nunca más vuelve a incitar a la Infantita, que se refugia en sus habitaciones, hila, borda, lee, estudia y reza, y como es muy devota de la Virgen María a Ella se encomienda con mucho fervor, pidiendo que los guarde, a ella y a Don Alonso, libres de pecado.

Isabel y Alonso se quieren con delirio. Y desde que los han alejado de su madre están todavía más unidos. No saben vivir el uno sin el otro. Pero no les dura esta unión, porque los partidarios de derrotar a Enrique IV aprovechan la ausencia del Rey para llevarse a Don Alonso de castillo en castillo y de ciudad en ciudad.
 
Un día avisan a la Infanta que Don Alonso está gravemente enfermo en Cardeñosa. Inmediatamente se pone en camino Isabel, y no se separa del lado de su hermano, ni de día ni de noche, hasta que, el día 5 de junio de 1468, el Señor se lo lleva al Cielo. El Príncipe tenía catorce años. Transida de pena, la infanta Isabel se retira al convento de Santa Ana, de Avila, para llorar en la soledad y tomar ánimo en la oración.

Pero las cosas del Reino van de mal en peor, y los nobles castellanos acuden a Isabel para proponerle que sustituya al Príncipe, y acepte el ser ella la Reina de Castilla. La propuesta es tentadora. Pero la respuesta de Isabel es terminante:

 
—Agradezco la adhesión de Grandes del Reino y Prelados de la Iglesia, pero mientras viva Enrique IV, Rey legítimo, jamás consentiré en levantarme contra mi rey y señor natural. Así, con esta prudencia y esta energía, actúa Isabel, que sólo tiene diecisiete años.

Entonces los nobles se deciden para convencer a Enrique IV y que proclame heredera del trono a su hermana Isabel. Y lo consiguen. El día 19 de septiembre de 1468 se encuentran Don Enrique IV y Doña Isabel, con sus respectivas comitivas, en la Venta de los Toros de Guisando, en la provincia de Avila. El Rey y la Infanta se hacen tres reverencias, y ésta quiere besar la mano del Rey, que no lo consiente, y la abraza con cariño, santiguándola después en la frente. Luego, ante el Obispo de León, que es también Legado y Nuncio del Papa, el Rey jura: "Que la legítima sucesión en el trono pertenece a su hermana doña Isabel." La gentil infantina de Arévalo es ya Princesa de Asturias, como heredera de los Reinos de León y de Castilla.


EL día 19 de octubre de 1469, en un gran salón del palacio de Vivero, en Valladolid, se celebra el matrimonio de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón. Así se va uniendo España. Cinco años después muere Enrique IV.

 
Día 13 de diciembre de 1474. En Segovia aparece la Princesa de Asturias. Detrás de ella, dos lindos pajecillos sostienen sobre un almohadón la corona de San Fernando. Ocupa Isabel el trono situado en la plaza. Se levantan los pendones reales, suenan los trompetas y clarines, y los heraldos, a grito de pregón, lanzan a los cuatro vientos la proclama: "¡Castilla! ¡Castilla! ¡Por la Reina Doña Isabel y por el Rey Don Fernando!"

Tiene veintitrés años la Reina. Suave y enérgica a la vez, va uniendo los pedazos en que ha dejado dividido el Reino la omisión del deber del Rey Enrique IV. Incansable, la Reina cabalga bajo el sol ardiente de Extremadura y de Andalucía para, con sus altas dotes de prudencia y de persuasión, someter a los altivos y pendencieros señores que, con sus luchas, están destrozando el Reino. Sometidos los nobles, los Reyes crean la Santa Hermandad para proteger a las gentes honradas. Así prosperan la riqueza y el bienestar. Y con su ejemplo la Reina transforma la Corte, y la santifica, y así vuelve a cristianizar España.

Pero, en el Sur, el reino de Granada está todavía en poder de los moros. Y, en abril de 1491, después de haber conquistado a los musulmanes noventa y siete villas y catorce ciudades, salen Isabel y Fernando para lanzarse a la conquista de la capital granadina, que es mora desde hace ochocientos años. La Reina misma, con sus hijos, se establece en el campamento. Un día se incendia éste. Isabel, serena, anima a los soldados. Y se reconstruye. Desde ahora se llama Santa Fe.
 
Los moros, que ya han oído hablar de esta mujer extraordinaria, se asoman a las torres de la Alhambra para ver a esta Reina prodigiosa, cuya sola presencia obra el milagro de rehacer un ejército.
 
Es tal la presión de los cristianos que Boabdil, el Chico, que reina en Granada, se rinde. Y el día 2 de enero de 1492, el Rey moro llega al campo donde están Sus Altezas, besa las llaves de la ciudad, y se las entrega al Rey Fernando. Éste se las ofrece a la Reina Isabel, quien se las entrega al conde de Tendilla, que queda nombrado custodio de Granada y de su Alhambra.
 
Después, sobre la torre más alta de la Alhambra, el Cardenal Mendoza coloca la Santa Cruz. Todos caen de rodillas: los primeros, los Reyes. Ahora se enarbolan el pendón de Santiago y el estandarte real, mientras resuena por todas partes el grito: "¡Granada por los Reyes Don Fernando y Doña Isabel!"

Pero la Reina Isabel no es sólo la Reina conquistadora, andariega y gobernante. Es también mujer de su casa. Su hogar es modelo de orden y bienestar. Desde que se ha casado, nunca se ha puesto el Rey ninguna camisa que ella no haya hilado y cosido. Es madre ejemplar de cinco hijos: Isabel, Juan, Juana, María y Catalina. Los educa en el amor de Dios y busca para ellos profesores de Religión, Filosofía, Historia y Humanidades. Y ella preside muchas veces las lecciones. Los cuidados de la Reina se extienden también a sus doncellas y criados, en quienes fomenta las buenas costumbres, de las cuales ella, la Reina, es el mejor ejemplo.

En La Rábida, de la provincia de Huelva, donde el mar es muy azul y la luz muy blanca, hay un monasterio franciscano. Aquí llega un día un hombre de presencia distinguida, modales corteses y mucho brillo en los ojos. Trae un niño de la mano, que es su hijo. Los religiosos de San Francisco le ofrecen hospitalidad, porque viene fatigado y sediento.
 
Él habla a los frailes de un proyecto que ni en Génova, ni en Inglaterra, ni en Portugal han querido aceptar. Quiere descubrir nuevas tierras. Fray Juan de Marchena le protege y le busca valedores que le dan entrada en la Corte.

A últimos de abril de 1486, Cristóbal Colón es recibido por los Reyes. A la Reina Isabel le brillan los ojos de entusiasmo, no sólo por las tierras que se puedan descubrir, y que serán de España, sino también, y sobre todo, porque se ganarán muchas almas para Dios.
 
E Isabel empuja tanto que, a pesar de estar en plena conquista de Granada, se decide el viaje. El 3 de agosto de 1492, después de oír misa y comulgar en la iglesia de Palos de Moguer y de encomendarse a la Virgen de los Milagros, ciento veinte hombres, al mando de Cristóbal Colón, se embarcan en tres carabelas, la "Pinta", la "Niña" y la "Santa María", y emprenden la navegación, impelidos por el afán misionero de la Reina Isabel de Castilla.

Al clarear el día 12 de octubre de 1492, Rodrigo de Triana, el marinero vigía, da un grito: "¡Tierra! ¡Tierra!" Allí estaba América. ¡Se había descubierto América!
 
Desembarcan. Cristóbal Colón cae de rodillas, planta una cruz y, con la espada en una mano y el pendón de Castilla en la otra, toma posesión de estas tierras en nombre de los Reyes Católicos de España. Colón, en su viaje de retorno, trae con él un indio, la Reina Isabel, llena de ternura y de ansias de llevar a Dios a aquellas almas, pone todo su afán en promover otros viajes.

Y siguen los españoles descubriendo y bautizando tierras.

En la isla llamada La Española —que hoy es la República Dominicana— se celebra la primera Misa en América y se funda el primer templo que en América se eleva a la Madre de Dios. Y la primera ciudad cristiana de esta isla se bautiza con el nombre de Isabela, en honor de la Reina Católica.

Así veinte naciones rezan y hablan en español. Porque Isabel de Castilla es madre de pueblos, y lo mismo que se desvela por la educación de sus hijos y el bienestar de sus súbditos, ahora lo hace dictando leyes para los indios, leyes que son un orgullo de España, y una prueba del inmenso amor que encierra el corazón de la Reina Isabel.

Ahora España conquista las Islas Canarias. Y como el Papa manifiesta el deseo de que las plazas del norte de Africa sean liberadas de los turcos, porque someten a terrible cautiverio a los cristianos, la Reina Isabel promueve una campaña contra el poder musulmán en Africa.
 
Patrocinadas por los Reyes Católicos florecen la Literatura y las Bellas Artes. San Juan de los Reyes, en Toledo; la Cartuja, de Burgos; Santo Tomás, de Avila; el Hospital de los Reyes, en Santiago de Compostela, y la maravillosa fachada de la Universidad de Salamanca, han surgido por iniciativa de la Reina Isabel.
 
Y se introduce la imprenta en nuestra Patria. Nebrija publica la primera Gramática de la Lengua española. Jorge Manrique, Fernando de Rojas y Juan del Enzina componen sus bellísimas obras. Bajo el cetro de Isabel la Católica nace la Edad de Oro de España.

Para España labra Isabel la Católica un Siglo de Oro. Pero esto no lo ha logrado sólo con su actividad constante, sino con su oración y con muchos dolores, soportados con una entrega total a lo que Dios quería. Dios la quiso Infanta huérfana, en medio de una corte desordenada, y ella fue una niña ejemplar. Dios le pidió la muerte de su hermanito, y la Infantita lo aceptó sin protesta. Dios la quiso soberana de un Reino hecho pedazos y lejos de la obediencia a la Ley divina, y ella, Isabel, da el ejemplo más perseverante de vida cristiana, se esfuerza en favorecer la virtud y castigar los delitos.
 
Y Dios le pidió el sacrificio inmenso de ver a sus hijas desgraciadas, y el de la muerte de su hijo, Don Juan, en quien ella tenía toda la esperanza como digno sucesor, y como Reina y como madre, aceptó valiente y resignada tan terrible dolor.

Y ahora lleva cien días enferma, en Medina del Campo. Vive muy cerca de Dios: y por ello, porque está muy cerca de Dios, piensa mucho en su que, cuando ella ya no viva en el progreso y el bienestar continúen. A nadie olvida en su testamento, en el que repite sus afanes misioneros: "Nuestra principal intención fue —dice la Reina— la de procurar llevar y atraer a los pueblos a nuestra Santa Fe católica."
 
Y a sus hijos les dice "que no dejen de luchar por la Fe". Recibe los Sacramentos con muchísimo fervor, y escucha con devoción las alentadoras palabras del Cardenal Cisneros, su confesor, que tanto la ha ayudado en su afán de santificación. Sobre el mediodía del 26 de noviembre del año 1504, doña Isabel mira al Rey, su marido, le sonríe y así, dulcemente, la gran Reina Doña Isabel la Católica entrega su alma al Señor.

Ha dicho la Reina que quiere ser enterrada en Granada. Y el 27 de noviembre parte el cortejo de Medina del Campo. A su paso por las tierras de España salen los habitantes a bandadas para saludar a la que llaman su buena reina unos, su santa reina, otros. Por la noche se deposita el cuerpo en la iglesia del pueblo donde se llega, y los fieles velan el cuerpo de esta Reina, que, como dice su confesor, el Cardenal Cisneros, "no ha de tener semejante en la tierra, en su grandeza de alma, pureza de corazón, piedad cristiana, justicia a todos por igual".
 
Por fin, el 18 de diciembre de 1504, entra en Granada el cortejo, cruzando por la misma puerta por donde doce años antes, había entrado Isabel a caballo, a la cabeza de su victorioso ejército.

Ahora  yace el cuerpo de Isabel la Católica, en la capilla real de Granada. Ha reinado durante treinta años. Cada uno de sus hechos bastaría para cubrir de gloria a un rey. Y todo, gracias al impulso creador de esta mujer llena de talento, de prudencia, de delicadeza, de simpatía, de pureza admirable de conciencia, que cumplió con perfección sus deberes de enseñar y elevar amorosamente a su pueblo. Porque el éxito como Reina se debe a su santidad personal. Por ello decía su capellán. "Por sus oraciones, méritos y santas obras, Dios miró benignamente a su pueblo y al reino de España; y le ayudó, engrandeció, defendió y encumbró".

 
 

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