San Josafat, es el patrono de la Reunión entre Ortodoxos y Católicos. Recibió martirio y derramó su sangre por la unidad de los cristianos y era llamado por sus adversarios “ladrón de almas”. Su festividad se celebra el 12 de noviembre.
Juan XXIII promovió el Concilio Vaticano II con un propósito fundamental: dar los primeros pasos para lograr la unidad del mundo cristiano.
Concurrieron a la apertura del Concilio representantes de casi todas las iglesias cismáticas cristianas que, junto con la católica, habrían de estudiar las formas de acercamiento.
El Sumo Pontífice, como pastor amoroso, convocó a los rebaños dispersos para que se cobijen bajo el amor de Cristo. El fruto de este paso se verá con el transcurso del tiempo. Este propósito de unidad no fue ni siquiera intentado durante largos siglos: generalmente, la división de los grupos cristianos no solamente mereció indiferencia, sino que en muchas ocasiones produjo exaltaciones, estimulándose las hostilidades de los diversos grupos.
Sin embargo, hace más de trescientos años existió alguien que soñó con la unidad cristiano, y sacrificó su vida en este noble apostolado, buscando santamente el agrupamiento de todos en el seno de Roma.
Entre las muchas joyas que encierra la imperial ciudad de Viena, deben contarse sus numerosos santuarios y lugares de culto; y entre éstos, la iglesia de Santa Bárbara, que pertenece al rito católico griego y se encuentra en la Postgasse, o Calle del Correo. Hay en esta iglesia una capilla dedicada a San Josafat Kunzewytsch, cuyo cuerpo entero se venera en una urna de cristal. En torno suyo hay gran cantidad de exvotos que los fieles han acumulado ahí como testimonio de su devoción al mártir de la fe y al apóstol de la unidad cristiana.
San Josafat nació en Ucrania, Rusia, el año 1580. Sus padres, muy religiosos y honrados, pertenecían a la Iglesia Rusa Ortodoxa, por desgracia separada de Roma.
Su hijo fue bautizado en la iglesia de Parasceve, y recibió el nombre de Juan, que más tarde, cuando se hizo monje, cambió por el de Josafat. Este ejemplar varón abandonó el cisma y se hizo católico, según el rito griego, a pesar de encontrarse rodeado de disidentes.
Estoicamente mantuvo su fidelidad al papa, y se entregó con todas sus fuerzas a promover la unión de los separados. Convivió con ellos, brindó su consejo y su ejemplo, menospreció su vida constantemente amenazada por los fanáticos, y por fin cayó sacrificado, en holocausto a sus ideales.
Han transcurrido cerca de cuatrocientos años desde que sucedieron tales hechos.
El actual Concilio Ecuménico Vaticano II, inspirado por los mismos ideales de unidad, destacó la figura del santo y volvió a darle vigencia y actualidad. San Josafat nos parece ahora agigantado en sus dimensiones, y podemos valorar mejor su vida, su apostolado y su martirio.
El hecho de haber ocurrido su historia en siglos pasados, y de tener como escenario la nieve de la estepa, contribuye al interés anecdótico, aunque ciertamente el motivo central sea el de una alma apasionada por el amor divino, luchando contra odios y amenazas.
San Josafat, monje ucraniano, es un auténtico personaje ejemplar. Comienza con la ingenuidad de la niñez, y va creciendo en fuerza y pasión, hasta dar la talla de un héroe purísimo, sacrificado en aras de la unidad.
ORACIÓN
Oh Dios y Padre de todos:
San Josafat empleó su vida y su muerte
para unir en una fe y amor
a los que creen en tu Hijo Jesucristo.
Que tu Espíritu Santo derrame con abundancia su amor
sobre todos los que consideran a Jesús
como el fundamente y sentido de sus vidas.
Que este amor nos una a todos en un vínculo común
de comprensión y respeto mutuo
y nos disponga a vivir los unos para los otros
y a servirnos generosamente,
motivados y ayudados
por nuestro hermano mayor,
Jesucristo nuestro Señor.
Amén
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