AKABAH Y LLEGADA A PETRA


Al ocurrir la invasión musulmana Elath se hallaba regida por un príncipe cristiano, por nombre Johannat, quien, mediante un tributo y una declaración de vasallaje, pudo desviar de la ciudad las iras del conquistador. No tardó, empero, en caer bajo el yugo mahometano, y desde entonces con el nombre de Akabah formó un gran lugar defendido por una fortaleza de muy difícil acceso. De aquel tiempo data la reconstrucción del camino que a ella guiaba.


En la época de la primera cruzada, en el año 1116, el rey Balduino I la tomó sin resistencia y dejó allí guarnición, la cual la conquistó Saladino, no sin gran esfuerzo, en el año 1170. Once años después Reinaldo de Chatillon, señor de Kerak y de Monreal, quiso inútilmente hacerla suya por medio de un golpe de audacia, y en el año 1319 el sultán de Egipto Mohamed Ben-Kelaun dispuso nuevas obras en la pendiente que a la ciudadela conducía. Esta, en su actual estado, data,  según se cree, del siglo XVI; es cuadrangular y está flanqueada por una torre en cada ángulo. En ella reside el gobernador con muy escasa guarnición, que no tiene otro encargo que proteger el paso de los peregrinos a la Meca.
 
Algunas pobres cabañas respirando indigencia y suciedad y albergando a unos cuatrocientos habitantes, labradores y pescadores, forman todo el lugar de Akabah, de posición muy pintoresca.
 
Su bahía es abrigada y segura, y las montañas son como el admirable marco de aquel bello cuadro. Las caravanas de Egipto, al cruzarse con las de Siria y Arabia, renuevan allí su provisión de agua, pues son varios y excelentes los manantiales que hacen de aquel territorio, sombreado por bosquecillos de palmeras, delicioso oasis.
 
Casi siempre en unión con la ciudad de Elath es mencionada la de Ezion-Gaber (en latín Asiongaber, la espina dorsal del gigante), situada, según todas las probabilidades, en sus cercanías, hacia el norte.
 
Por el libro de los Reyes sabernos que Salomón construyó en ella una flota y que cuando tiempo después Josafat equipó en el mismo mar otra, destinada, como la de Salomón, a ir en busca del oro de Ofir, sus naves se estrellaron en las rocas de Asiongaber.
 
Creen los autores, en vista de que en el desierto sólo crecen tamariscos y acacias, que los pinos y cedros del Líbano que sirvieron para la construcción dicha, vendrían a flote desde las costas de Fenicia al primer puerto del golfo Elanítico, desde donde, cargados en camellos y pasando el desierto, llegarían a Asiongaber.
 
Desde Akabah, internándose en el desierto de Tih, después de varias jornadas de soledad y sofocante calor que recuerdan sin cesar al viajero, que se halla en la Arabia Petrea, se llega a Calaat el-Nakel, agradable pueblecillo rodeado de prados, huertos y bosques de palmas. Una abundante fuente lo fecunda y embellece todo.


En aquellos llanos inmensos es hermoso el imponente espectáculo, sobre todo para el europeo, de la salida del sol. De las tinieblas se pasa de pronto a la luz; la noche reina aún con su oscuridad, y un instante después aparece en el horizonte el astro del día radiante y derramando torrentes de fuego. En los países cálidos no suele anunciar la aurora su llegada, y a la vista de semejante fenómeno se aprecia mejor la poética expresión de David al decir del sol naciente que toma vuelo cual gigante para recorrer su curso. Este camino siguen por lo común los viajeros que desean marchar directamente a Palestina; pero, ¿cómo resignarse, teniendo a Petra a tan corta distancia, a no visitar la antigua capital de los Nabateos, la principal ciudad de la tercera Palestina, corno algunos autores la apellidan, la capital que tiene hoy la Arabia Pétrea?
 
Tomaremos, pues, el espacioso valle del Arabah, llamado también Uadi—Akabah, atravesaremos el Uadi el Ithm, camino que es de las caravanas que de Damasco se dirigen a la Meca haciendo alto en Akabah y paso que fue, según opinión general, de los israelitas cuando dejando definitivamente el desierto de Cades, rodearon por el sur el territorio de los edomitas para ascender luego hacia el norte hasta la frontera oriental de la tierra de Moab; nos detendremos en el Ain—Ghudian, fuente de agua no muy buena, y en la excelente de Ain—Gharandel, rodeada de palmeras, a unos cuarenta kilómetros de la anterior; pasaremos la línea divisoria de las aguas entre el mar Muerto y el golfo Elanítico, y entrando en un valle donde crece en abundancia la adelfa, daremos vista, a la famosa ciudad de Petra.
 
"Rodeamos un cerro en cuya cumbre se alza un árbol aislado", -dice M. de Laborde en su viaje a la Arabia Pétrea- y se ofreció a nuestros ojos inmenso panorama en medio de la soledad más espantosa, figuraos un mar con sus olas petrificadas."
 
Avanzando por el mismo sendero vemos en lontananza el monte Hor, que guarda en su cumbre el sepulcro de Aarón, antiquísima tradición conservada por un pueblo también tan antiguo y viejo que en él sólo han de buscarse impresiones infantiles o memorias de remotos siglos.
 
Toscas excavaciones y ruinas que casi se confunden con la tierra detienen por unos instantes al viajero erudito, que no sabe las maravillas que le oculta el peñas, (muro por donde va trepando) y por fin llega a lo más alto y sus ojos contemplan el espectáculo más singular, el cuadro de mayor magnificencia que hayan legado a la curiosidad de las futuras generaciones la naturaleza en sus grandiosas creaciones y los hombres en su presunción y vanidad.
 
En Palmira la naturaleza, por su misma inmensidad, por su ilimitado horizonte, en cuyo espacio aparecen como perdidas algunos centenares de columnas, reduce en parte los humanos esfuerzos; aquí, por el contrario, se diría que se ha complacido en poner su magnificencia al servicio de obras que luchan no sin ventaja con ella, en armonizar el vigor y la originalidad de su estructura con la grandiosidad y las variadas líneas de aquellos monumentos de los hombres.
 
Quien por primera vez lo contempla no sabe si es más digna de su admiración la primera por aquellas gigantescas peñas, majestuosas por su forma y color, o los segundos que se atrevieron, en medio de tan solemne paisaje, a hacer ostentación de los productos de su ingenio."


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