PETRA, LA CIUDAD ROSA DE LOS NABATEOS



En el valle que fue en otro tiempo morada de los idumeos, amalecitas y moabitas, reunidos después formando un solo pueblo, se encuentran vestigios de una civilización ya extinguida en las ruinas de un gran edificio que probablemente serviría de fuerte avanzado para la defensa de Petra. 

A sus puertas estamos ya; pero antes de describir someramente la renombrada ciudad conviene decir algunas palabras de la gran cordillera de Edom, en medio de la que se halla situada y en cierta manera oculta, como en la concha preciosa perla.


Entre la honda cuenca del mar Muerto y el golfo oriental del mar Rojo o golfo de Akabah se extiende una dilatada vega, por nombre Ued-Arabah, de ciento ochenta kilómetros de longitud por diez y seis de anchura media; los montes que a derecha e izquierda la limitan son más altos y escarpados al este que al oeste, y el terreno, alzándose insensiblemente a contar desde el mar Muerto, que está a trescientos noventa y dos metros bajo el nivel del Mediterráneo, llega a tener sobre el mismo ciento y cuarenta del altura.
 
Desde este punto y por el lado del norte, cuantos torrentes van a parar al Ued-Arabah llevan sus aguas al mar Muerto, al paso que los del lado del sur desaguan todos en el golfo de Akabah, línea divisoria que separa la vega en dos regiones o cuencas hidrográficas.
 
La quebrada meseta que forma su frontera occidental guía al desierto de Tih, por el cual estuvo condenado el pueblo hebreo a peregrinar por espacio de muchos años, al antiguo Negeb y a la zona meridional de Palestina; los montes que la constituyen son en su mayor parte calcáreos, mientras que los que al este se levantan son de pedernal, granito y pórfido.
 
Allí, en aquella cordillera, se encuentra la famosa tierra de Edom feraz y abundante en fuentes; feliz contraste con la aridez de los dos desiertos entre los que está enclavada. Muy populosa antes y muy bien cultivada, atestigua por medio de sus ruinas la importancia que en otro tiempo tuvo. Aun hoy en día, sus valles y collados se ven esmaltados en primavera de plantas y flores, y es seguro que con una administración menos deplorable aquel país, que es de los más pintorescos del globo, habría de recobrar en poco tiempo la fecundidad perdida.
 
Por desgracia imperan allí la anarquía y la fuerza, y el infeliz fellah que cultiva su campo o su huerto no puede saber jamás si antes que él cosechará el fruto el beduino nómada y rapaz. Los vaticinios de los profetas se han cumplido al pie de la letra, y la tierra de Edom, centro que fue de prosperidad y riqueza, ofrece hoy la triste imagen de la desolación.
 
Por ella no se puede viajar sin una escolta respetable, y aun así son los viajeros indignamente socaliñados por los habitantes.
 
Se divide en dos distritos separados por un valle llamado El-Rhueir, y llevan por nombre, el del norte, El-Djebal, que es la Gobolitis de Josefo y la Gebalene de Eusebio, y el del sur, Ech-Cherach o sea el monte Seir de la Biblia. Entre otras aldeas contiene el primer distrito las de Tofileh y El-Buseirah.
 
Es aquélla la Tophel de los sagrados libros; situada en una ladera, la proveen de agua muchas y copiosas fuentes; su población es de dos mil y ochocientas almas, y en ella reside el jeque del distrito.
 
El-Buseirah ni siquiera sombra es de la antigua Bosra, en hebreo Bozrah , ciudad que menciona el Génesis como patria de Jobab, hijo de Zara, uno de los primeros reyes de Edom. Isaías, celebrando de antemano la gloria y grandeza del Mesías, dijo:
 
«¿Quién es este que viene de Edom? Sus vestiduras están teñidas con la púrpura de Bosra.»
 
Eusebio hace mención de esta ciudad con el nombre de Bosor, y observa que no ha de confundírsela con Bostra, que en tiempo de Trajano fue declarada metrópoli de la nueva provincia de Arabia.
 
A la sección meridional de la cordillera de Edom, o sea al Djebel ech-Cherach, pertenecen Chubeck, Petra, Maan y Akabah, de la que antes hemos hablado. Chubek o Kerak ceh-Chobek es el Mons reaalis o Monte real de la época de las Cruzadas. La fortaleza erigida en dicho punto por Balduino I, se levanta en la cumbre de un collado y se halla en regular estado de conservación. A ella da entrada una puerta maciza de hierro.


En los confines del gran desierto de Arabia está situada Maan, que contiene unos mil habitantes y posee un antiguo castillo musulmán, caído hoy en ruinas. A causa de su posición en el camino que siguen los peregrinos de la Meca, disfruta aún este pueblo de algún renombre.
 
Con su nombre trae a la memoria la tribu de los maonitas, cuya capital fue en otro tiempo, tribu que, junto con los amalecitas, sostuvo guerra con la nación judaica, según así resulta del libro de los jueces en su texto hebreo, pues en la Vulgata ha sido sustituido el nombre de Maon por el de Canaán.
 
La región cuyos principales lugares habitados aún hoy hemos indicado, se llamó en los tiempos primitivos monte Seir, que equivale a riscoso o escarpado, y se aplicaba a toda la quebrada y montañosa comarca que se extiende al este del Arabah, desde los confines meridionales del mar Muerto hasta la playa septentrional del golfo de Akabah.
 
Se cree que los Horim, pueblo troglodita que moraba en cavernas, fueron sus primeros moradores; de ella los expulsaron los descendientes de Esaú, y éstos dieron a los montes Seir el nombre de Edom, rojo, en memoria del color de su ascendiente. Tiempo después los edomitas fueron subyugados por David, y conforme queda dicho, Salomón equipó una flota en Ezion-Gaber, en la frontera de su territorio y en las riberas del mar Rojo; a poco, empero, recobraron su independencia, y a excepción de las pasajeras invasiones que padecieron en la época de Amasías y Ozfas vivieron en paz y sosiego.
 
En las desastrosas guerras que desgarraron los reinos de Judá e Israel, se aliaron casi siempre con los enemigos que hostilizaban a ambos y contribuyeron a su ruina, llegando a invadir parte del desierto de Tih y casi todo el territorio de Negeb, hasta que vencidos y dominados por los Macabeos, hubieron de acatar el gobierno de prefectos judíos.
 
Un idumeo (así llamaban los griegos a los edomitas) por nombre Antipater llegó con el favor de César a procurador de toda la Judea, y su hijo Herodes el Grande fue elevado a la dignidad de rey de los judíos. Pero mucho antes que esto sucediera, una importante revolución se había verificado en aquellas montañas.
 
Al tiempo que la progenie de Esaú realizaba incesantes progresos por el oeste y el norte y comunicaban el nombre de Idumea al territorio del que se apoderaban, los nabateos, que eran tenidos por descendientes de Nebaioth, hijo primogénito de Ismael, los arrojaron de sus antiguos dominios e hicieron suya la Idumea propiamente dicha, esto és, el monte Seir, fundando allí el reducido reino de Nabat, designado por los autores latinos con el nombre de Arabia Petrea. Su capital fué Selah (la Roca), la Petra de griegos y romanos.
 
El primer soberano nabateo que menciona la historia, por los años 1.65 antes de Jesucristo, tuvo por nombre Aretas, que también llevaba el que en tiempo de san Pablo reinaba en Damasco, ciudad por él conquistada.
 
Maleo y Obodas se llamaron los dos reyes nabateos de quien nos ha quedado noticia, y de ellos se sabe que, en nada, a pesar de haber sostenido varias contiendas con judíos y sirios, fueron por lo común aliados de los primeros imperando los Macabeos.
 
Pocos años antes de la era cristiana envió Roma un ejército a la Arabia Petrea al mando de Elio Galo, y para librarse Obodas del peligro que le amenazaba apeló a la astucia y a la traición. Después de recibir a los romanos con grandes muestras de sumisión y amistad les dio por guía en su marcha a Syleo, su primer ministro, y éste los llevó y los tuvo errantes por áridas soledades, donde la sed, el cansancio y las enfermedades acabaron con la invasora hueste.
 
Finalmente, en el año 105 de nuestra era, los nabateos, que hasta entonces lograran conservar la independencia, la perdieron cuando la expedición de Cornelio Palma, gobernador de Siria, el cual realizó la conquista de la Arabia Petrea y la incorporó al imperio romano.
 
Activos, traficantes e ingeniosos, continuaron los nabateos en la época romana siendo los principales intermediarios del comercio que se hacía entre la India, la Arabia meridional y las riberas del Mediterráneo, pasando por la península sinaítica; de ahí los cuantiosos caudales que acumularon y los magníficos monumentos con que embellecieron su capital, que puede considerarse todavía, a pesar del lamentable estado a que los redujo la conquista musulmana, como una de las maravillas del mundo.
 
Esta ciudad singular, está rodeada de montes peñascosos y en gran parte labrada también ella en la roca viva, a esto debió su primitivo nombre de Selah; su origen data probablemente de los Horim, pero es la Biblia el primer monumento histórico en que aparece, reinando Amasías por los años 828 antes de la era cristiana.
 
«Amasías acuchilló á diez mil hombres de Edom en el valle de Sel, y tomó Selah por fuerza de armas y le puso por nombre Joktheel, que hasta hoy ha conservado,» dice el libro de los Reyes.

Josefo, en sus Antigüedades judaicas, expresa que esta ciudad se llamaba además Arekeme, de Rekem, su fundador y soberano.

Petra siguió, como es natural, cuantas vicisitudes experimentó el territorio de Edom, y a fines del siglo IV antes de J. C., habiendo caído en poder de los nabateos, adquirió bajo su dominación nuevo esplendor y poderío. En ella, como en inviolable asilo, depositaron los tesoros que el comercio sin cesar les procuraba, y cifraron su gloria en embellecerla y presentarla como joya arquitectónica de inestimable precio.
 
Las riscosas laderas de los montes que por todos lados circuyen el estrecho espacio que la ciudad ocupa, se convirtieron por su industria y trabajo en una especie de maravillosa colmena abierta en la peña viva y después ornada aún más todavía por el arte de griegos y romanos.
 
Sepulcros en gran número y de infinitas formas, magníficos mausoleos, templos, palacios, pórticos, arcos triunfales, edificios públicos y viviendas particulares brotaron como por encanto de las agrestes peñas, pulidas, talladas, esculpidas y talladas de mil maneras por el martillo y el cincel, y cuando los romanos se hicieron dueños de la monumental ciudad no cesaron de embellecerla hasta con lujo y exagerada profusión de adornos. Al florecer en ella el cristianismo se trocaron los templos en iglesias, y, sede episcopal, fue metrópoli de la Palestina III.
 
Con la conquista mahometana cesó casi por completo de ser mencionada en la historia, y por espacio de doce siglos quedó envuelta en el más profundo olvido, acabándose por ignorar hasta su situación verdadera. Seetzen fue en el año de 1807 el primer viajero moderno que, si bien sin visitarla, dio sobre ella noticias exactas recogidas entre los indígenas; Burkhardt, en 1812, penetró furtivamente en su recinto disfrazado de peregrino musulmán y descubrió al mundo la magnificencia de sus ruinas por tantos siglos ignorada.
 
En 1818 Irby y Mangles pasaron en Petra dos días, que no fueron desperdiciados por aquellos atrevidos y perspicaces investigadores; los escritores Linaut y Laborde pudieron en 1828 residir en la ciudad algún tiempo más, y levantando el plano de la misma y dibujando sus principales monumentos, prepararon lo que más sorprende y cautiva en su importante obra acerca de la Arabia Petrea.
 
Además, fue la ciudad visitada y descrita por el doctor Stanley en 1852; en 1864 por el duque de Luynes, y más recientemente por M. Palmer y por otros sabios y artistas de enumeración prolija; y sin embargo, aun después de tantas y sucesivas exploraciones, falta todavía mucho para que Petra haya descubierto sus misterios todos, ya que a causa de los obstáculos siempre renacientes que se oponen por parte de sus moradores, cuya codicia y rapacidad exceden a cuanto puede decirse, los viajeros han de limitarse a visitas más o menos detenidas, pero siempre incompletas.
 
Habremos, pues, de limitarnos a indicar con brevedad lo más notable que, por lo que hasta ahora se sabe, encierra en su recinto; digamos antes que sus pobres pobladores profesan la religión mahometana por más que conserve un tipo judaico muy pronunciado, lo que ha inducido a varios autores a ver en ella los restos de los antiguos simeonitas, establecidos en el territorio de Edom.
 
M. Palmer, disintiendo de esta opinión, la considera como una rama de los judíos Kheibari que, morando en las cercanías de la Meca, tan gran papel desempeñaron en la primera época del islamismo. Según él, los kheibari , después de la conquista arábiga, fueron a establecerse en Petra con el nombre de Liyatheneh o hijos de Leith, que fue un descendiente de Kaab.



 

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