LA FUERZA Y FIDELIDAD DE SAN VALENTÍN BERRIO-OTOXA


En Elorrio (Vizcaya, España), hay una calle con el nombre de "Calle de Berrio-Ochoa". Lleva ese nombre la que antes se denominaba de "Suso", pero, aunque llevara otro, sería siempre la calle del Beato Valentín.
 
"En el número 13 hay una placa que dice que aquélla es su casa, y cualquier chiquillo de los que salen de la escuela os llevaría hacia ella, sin necesidad de que le deis muchas explicaciones."

 
Acaso ese chiquillo no sepa dónde vive el alcalde. En cambio, si le preguntáis cuál es la casa de Berrio-Ochoa, os atenderá en seguida y se mostrará muy satisfecho de poder serviros.
 
Nació Valentín el 14 de Febrero de 1827 y fue un niño sano y alegre, tan ágil de músculos como de entendimiento. Por su alegre bondad recordaba a su madre, y tenía del padre el tesón y la fuerza de voluntad.
 
Contaba con muchos amigos entre los chicos del pueblo, y hacía las mismas ingenuas travesuras que ellos.
 
No hubiera sido un niño normal, si a su edad, y teniendo como tenia buena salud, no las hiciera. Le gustaban las correrías por el campo, y el juego de pelota.
 
Un día se jugaba en el frontón de Elorrio un partido muy disputado. Aunque Valentín no contaba por entonces más de ocho años, conocía personalmente a los jugadores como buen aficionado que era, y hasta tendría sus favoritos entre ellos.
 
El interés con que seguía el juego le hizo olvidarse de sí mismo. El tiempo se fue pasando insensiblemente. Su madre le llama, le busca ansiosa, sin encontrarle. Y su padre, que era hombre severo y no admitía la menor transgresión en las buenas costumbres de su hogar, deja la carpintería y marcha a buscarle.
 
Cuando Valentín se encuentra más entusiasmado siguiendo una jugada reñidísima, un amiguito le toca el hombro:
 
— Valentín, ahí llega tu aitacho.
 
Le tuvo que extrañar a él que su padre se dejase ver por el frontón a una hora tan intempestiva; pero lo comprendió todo cuando le vio dirigirse hacia él con la vara de carpintero en la mano, vara que se conserva en la casa del Beato con otros muchos recuerdos del mismo
 
No esperó Valentín a las explicaciones que su padre venía dispuesto a darle, y se plantó en casa mucho antes que él.

Valentín no era entonces más que un niño que iba para santo. Y buenos maestros tenía. Junto al rigor y la gravedad de su padre, la dulce persuasión de su madre, que le enseña las primeras oraciones, le habla constantemente de la Virgen, y le hace ver la belleza de las pequeñas virtudes infantiles y de los sacrificios cotidianos.
 
Las anteriores líneas fueron escritas por el padre José María Garrastachu, O. P. en su libro "Mártir de Cristo", dedicado al Beato Valentín de Berrio-Ochoa. Los editores las transcriben porque revelan el nacimiento de un gran espíritu en el marco risueño de la infancia, y cómo aquel niño que gustaba del frontón tenía un temperamento apasionado.
 
La pobreza y las buenas costumbres de su hogar son armas providenciales que forjan su voluntad y lo preparan para hechos grandiosos, de los cuales él no tenía entonces la menor noticia.
 
Con el tiempo, Valentín modifica su actitud ante la vida y siente el llamado de la vida espiritual en forma intensa. Se conmueve hasta las lágrimas cuando su preceptor le habla del martirio que han sufrido los misioneros, y esas lágrimas son como el prólogo de su heroísmo.
 
Será, en adelante, un predestinado al sufrimiento para lograr la redención de las almas.

Misiones en Vietnan, tan solo tres años duró su ministerio. Años de huidas, hambre, disfraces, noticias de muertes y apresamientos, redacción de cartas e informes dando cuenta de tanto dolor, de tanta miseria, también de tanta esperanza recia y probada.

Valentín de Berrio-Otxoa es un relator fiel de lo que sucede. Sus cartas son un testimonio de primera mano y rico en detalles sobre la violencia padecida por las comunidades y los frailes que las atienden.

Es denunciado y apresado con Hermosilla, un catequista y otro dominico de origen catalán. El ritual es conocido: interrogatorio, tortura, invitación a la delación, renuncia a la fe. También el resultado: condena a muerte por decapitación. La sentencia se cumple el 1 de noviembre de 1861. Valentín de Berrio-Otxoa tenía 34 años.

Ningún hecho espectacular jalona la Valentín vida, de por sí toda ella, en su conjunto extraordinaria. Extraordinaria por su sencillez, por la hondura de sus convicciones, por el arraigo de su fe, por la nobleza y rectitud de su carácter. Pero sobre todo, y este es quizá uno de sus rasgos más notables de su semblanza, por lo profundo e irrenunciable de su compasión: “se me saltan las lágrimas cuando veo a un hombre sufrir”.



ORACIÓN

Señor y Dios nuestro,
que concediste a tu obispo y mártir,
San Valentín Berrio-Otxoa,
aquella fuerza extraordinaria
para testimoniar tu Nombre
en medio de situaciones muy complicadas.

Concédenos, a quienes nos alegramos
de su entrega y testimonio,
que podamos participar plenamente
de esa Fidelidad que tiene en Ti su fuente
y que alcanza en Ti la meta deseada.

Por Jesucristo nuestro Señor.





 

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