SANTO DOMINGO SAVIO, SANTO PROTECTOR DE BEBÉS Y DE MADRES EMBARAZADAS


Santo Domingo Savio es el "ángel de los niños", que él protege desde su primera concepción y durante la infancia.
 
Por amor a los niños, el "Santo de las cunas" también bendice a las madres en su difícil misión. Para obtener la protección de santo Domingo Savio, las madres, además de usar el escapulario del Santo, firmaron y observaron cuatro "Promesas".


"Las cuatro Promesas" no conllevan compromisos: solo recuerdan los deberes fundamentales de la educación cristiana:

Debe decir la futura madre:

"Es mi deber educar a mi niño de manera cristiana, y se lo confío a Santo Domingo Savio desde ahora, para que pueda ser su ángel patrón de por vida. Por mi parte, prometo:

1. Enseñarle a amar a Jesús y María con oraciones diarias, con participación en la misa festiva y con la asistencia a los santos sacramentos.

2. defender su pureza manteniéndolo alejado de lecturas, espectáculos y malas compañías.

3. Cuidar su formación religiosa con la enseñanza del Catecismo.

4. No obstaculizar los designios de Dios, si se siente llamado al sacerdocio y la vida religiosa ».

ORACIÓN DE LA FUTURA MADRE
 
Glorioso Santo Domingo Savio,
solicito tu poderosa intercesión
ante Nuestro Señor y la Santísima Virgen
para solicitar su ayuda durante esta dulce espera:

Señor Jesús, te ruego con amor
por esta dulce esperanza
que guardo en mi vientre.
 
Me diste el inmenso regalo
de una pequeña vida en mi vida:
te agradezco humildemente
por haberme elegido
como el instrumento de tu amor.
 
En esta dulce espera
ayúdame a vivir
en continuo abandono a tu voluntad.
 
Dame un corazón de madre pura,
fuerte y generosa.
 
Dejo en tus manos las preocupaciones futuras;
temores, ansiedades, miedos,
que puedan sobrevenir 
por esta pequeña criatura que aún no conozco.
 
Permite que nazca sano de cuerpo, mente y espíritu,
elimina de él todo mal físico y todo peligro para el alma.

Tú, María, que conociste
las alegrías inefables de una maternidad santa,
dame un corazón capaz de transmitir
una Fe viva y ardiente.
 
Santifica mi expectativa,
bendice mi gozosa esperanza,
haz que el fruto de mi vientre brote
en virtud y santidad a través de tu trabajo
y de tu Hijo Divino.
 
Amén.
 
 
Santo Domingo Savio, fue el primer hijo de los ocho que formarían la corona de sus tan buenos y pobres padres: Carlos y Brígida, de profesión herrero y costurera respectivamente.
 
La mañana del 2 de abril de 1842, en Riva de Chieri, cerca de Turín, Domingo vio la luz del mundo. Por la tarde de este mismo día —con solicitud verdaderamente cristiana y digna de toda imitación— fue llevado a la pila bautismal.

Desde pequeño dejó entrever su bondad natural. Una anécdota nos lo revelará:

Era todavía muy niño. Cierto día se ponen a la mesa y nadie se acuerda de rezar. El pequeño Domingo —Menicuchio, como le llamaban— dijo a su papá arrollándosele al cuello:

—"Oh papá, todavía no hemos invocado la bendición del Señor sobre nuestros alimentos".

Otra vez había un forastero en la mesa de la familia Savio. Todos rezan y se santiguan menos el huésped. Domingo al verle se pone triste y abandona la mesa. Después le fue preguntado por qué había hecho aquello. Y el ángel de carne humana contestó:

—"No me he atrevido a comer junto con uno que se pone a la mesa igual que lo hacen las bestias" .

Tenía un corazón inclinado a la piedad. Sólo contaba cinco años cuando ya iba todas las mañanas a misa. No importaba lloviese, nevase o helase. Era la admiración de todos ver pasar el misal a aquel vivaracho pequeñín. Se ponía de puntillas y se tambaleaba a los lados como si pesase una tonelada.


Al volver su papá del trabajo, salía a esperarle, le besaba, le acariciaba, se le echaba al cuello y le decía mil cosas de cariño. Más tarde, una vez se le oyó decir a aquel buen padre:

—"Esto me alegra más que todo" .

A los siete años hizo la Primera Comunión. Caso rarísimo cuando todos solían hacerla a los 12 o 14. Se preparó como un ángel. ¡Cuánto ansiaba él aquel día! Pidió perdón a todos. Pero... ¡qué tenían que perdonarle!


Se confesó con grande dolor y firmísimo propósito y recibió el Beso de Jesús. Al recibir a Jesús en su pecho, le hizo estos bellísimos propósitos que todavía se conservan escritos de su puño y letra:

"Recuerdos hechos por mí, Domingo Savio, el año 1849, cuando hice la Primera Comunión, a la edad de siete años:

1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada Comunión todas las veces que el confesor me dé permiso.

2. Santificaré los días festivos.

3. Mis amigos serán Jesús y María.

4. Antes morir que pecar".

¡Ah, si todos los niños hiciesen estos propósitos en el día más grande de su vida y los llevasen a la práctica como Domingo!

—Desde aquel día cumplió los cuatro propósitos a rajatabla.

Siguió teniendo sus mismos amigos pero no amaba a nadie como a Jesús y a María. Recibía con gran amor cada día a Jesús y procuraba no manchar su alma ni con la falta más pequeña.

Buen tejido, en el año 1854. Proclamación del Dogma de la Inmaculada. Don Bosco frisa en los 39 años; edad en la que el hombre sabe lo que hace. Savio no ha contado más que una docena de abriles.


Su padre le acompañó hasta el Oratorio de D. Bosco. Por vez primera se encuentran dos santos. Un beso en la mano del sacerdote, caliente y respetuoso. Una caricia en la cabeza, con la mano izquierda mientras le besa la derecha. Continúa el diálogo:

—"Me parece que hay buen tejido".

—"¿Y para qué puede servir este tejido?" —interroga el jovencito con curiosidad y voz atiplada.

—"Para hacer un hermoso vestido y regalarlo al Señor" —contesta la voz más recia del Sacerdote.

—"Pues si yo soy el tejido, sea usted el sastre. Tómeme consigo y confeccionará un bonito traje para el Señor". Sastre tan diestro con ropaje tan estupendo, sin mucho trabajo sacará una obra perfecta. En muy pocos años será una realidad.

San Juan Bosco, desde niño, tuvo "Sueños" muy raros. A los nueve años, en uno de ellos, vio que el prado junto a su casa estaba plagado de feos animalejos y a una Señora —la Virgen Santísima— que le decía:


—"Cuídalos".

Aquellos brutos animales se convertían poco a poco en mansos corderos. Ahora, Don Bosco, tenía ante sí a una cándida oveja que no necesitaba transformación, sino sólo el perfeccionamiento...

Todos los niños cuando llegan los Reyes Magos gozan de escribir su carta pidiendo regalos... D. Bosco también quería que sus alumnos lo hicieran porque el Oratorio era como una especie de prolongaciones de la familia...


Un año les dijo:

—"Escribid a los Reyes para decirles lo que queréis que os traigan".

Domingo escribió sólo esto:

—"Ayudadme a ser santo".

En otra ocasión, dijo Don Bosco:

—"Os quiero hacer un regalo. Pedídmelo por escrito". Domingo le escribió un papel donde sólo se leía:

—"Ayudadme a ser santo".

Un día, Don Bosco les explicaba la etimología de los nombres.

—"¿Domingo qué significa?" —preguntó Savio.

—"Domingo quiere decir «Del Señor»" —contestó su digno Maestro.

—"Ya ve —repuso Domingo— si tengo yo razón al pedirle que me haga santo. Quiero ser del Señor. Debo ser del Señor. A toda costa seré santo".

Nada más llegar al Oratorio se hace amigo de todos. Todos le aprecian. ¡Es tan bueno! Les habla de Jesús-Hostia, de la confesión, del amor a María... En su presencia no se murmura, ni critica de nadie. No se habla mal. Cuando le ven que llega si están haciendo algo que no está bien, siempre hay alguno que se apresura a decir:

—"¡Chist. Callad... no hablemos de esto... o esconded eso, que llega Domingo"... y todos disimulan como si nada hubiera pasado. El, su presencia, hacía que todos fueran mejores.
 

A sus catorce añitos una enfermedad misteriosa empezó a minar su cuerpo. Un famoso médico diagnosticó:

—"A esta perla de muchacho, tres limas le están royendo contemporáneamente las fuerzas vitales: la precocidad de su inteligencia, la debilidad causada por su rápido crecimiento y la tensión de espíritu".

Al notar que se acercaba su muerte pidió los santos sacramentos y a su papá rogó que le rezara las letanías de la buena muerte. Poco antes de terminarlas, abrió los ojos, levantó las manos y dijo:

—¡ Qué cosas tan hermosas estoy viendo! ¡La Santísima Virgen viene a llevarme! ¡Adiós, papá! ¡Valor!".

Y así expiró.

Era el 9 de marzo de 1857. Poco después se apareció a su padre y a Don Bosco, radiante de gloria y al frente de una multitud de niños y de personas mayores.

Pío XI lo declaró Venerable en 1938; Pío XII lo elevó al honor de los altares como Beato el 1 de junio de 1950 y como Santo el 12 y 13 de junio de 1954.

Se cumplían así aquellas palabras proféticas que D. Bosco dijo en 1862 a sus colaboradores:

—"Yo os aseguro que tendremos alumnos que serán elevados al honor de los altares. A Domingo Savio, muerto hace cinco años incompletos, por muy pocos milagros que siga haciendo, yo no dudo en absoluto que si puedo dar comienzo a la causa, la Iglesia ha de reconocer algún día su santidad".

 

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