¿QUÉ ES EL PURGATORIO? LEYENDA

 
Era el último día de Octubre de mil ochocientos y pico; del pico no me acuerdo. La barbería de mi pueblo estaba aquella noche llena de hombres, que venían unos a cortarse el pelo, otros a afeitarse y otros a cortarse y afeitarse juntamente. Entre ellos había un anciano de aspecto venerable, que llevaba la voz cantante en la conversación, y, según parecía debía estar ya muchos días sin rasurarse, porque tenía casi un dedo de barba. Cuando le tocó la vez le dijo el oficial: Tío Alejandro, ahora le toca a usted".

Comenzó el barbero a enjabonarle y a bromear en estos términos:

-¿A que se ha dejado crecer la barba por no darme propina?

-¡No, hombre, no, porque estaba ocupado en la siembra de las habas y no he podido venir del campo hasta hoy; pero ahora bien que voy a holgar dos días. Ya no me voy hasta que pase el día de los difuntos.
 

-¿Y qué hará ese día?

- Pues ir al cementerio a rogar por ellos para que salgan del Purgatorio.

-¡A ver, a ver! ¿qué es eso de Purgatorio? replicó, el oficial, siguiendo la broma.

-¡Hombre! ¿también tu eres de los incrédulos?

-¿Yo? ¡Dios me libre! soy cristiano como el que más y creo a puño cerrado en la otra vida, porque hay bribones por ese mundo que merecían estar en presidio toda la vida y no obstante, andan nadando en la abundancia, riéndose de sus víctimas y burlándose de la justicia humana. Y hay también almas buenas que se quitan el pan de la boca por socorrer una desgracia, sin que su virtud sea pagada en la tierra y como Dios es justo, y no puede dejar la virtud sin premio, ni el crimen sin castigo, es preciso que en la otra vida haya un cielo para unos y un infierno para otros, todo eso es muy con forme a la tradición, y todo lo creo yo; ¡conque mire usted si soy buen cristiano! Pero eso del Purgatorio, eso de que los buenos tengan que padecer allí después de haber pasado aquí lo que Dios sabe, eso... parece que no sea muy conforme a la razón. A lo menos a mi se me hace muy difícil de entender.

Al decir esto, el barbero giñó un ojo, y los circunstantes esperaban en silencio la contestación del tío Alejandro. Este, después de un momento de espera, respondió:

- Hombre eso no es difícil de entender, y es muy conforme a la razón; porque la fe enseña que las almas buenas no pueden ir al infierno; y que las almas manchadas con culpas leves no pueden entrar en el cielo: luego si algunas almas buenas salen de este mundo con algunas manchas de pecados ya absueltos, y no pueden ir así ni al cielo ni al infierno, será preciso que vayan a otro lugar para purificarse de aquellas manchas y a ese lugar de purificación se le llama Purgatorio.

Más claro: cuando cae una mancha en una pieza de ropa buena, ¿qué es lo que se hace? ¿Se la quema? ¡No! ¿Se la pone uno manchada? ¡Tampoco! ¿Entonces qué? Pues se lava hasta que se le quite la mancha para utilizarla luego. Pues eso mismo hace Dios con las almas buenas que salen de aquí manchadas; las lava en el Purgatorio hasta que estén bastante limpias para ponerlas en la gloria.

-¡Cristiano!- le dijo el oficial en tono festivo- pero si de aquí salen las almas malas para el infierno y las buenas para el Cielo, ¿a qué viene esa detención en el Purgatorio? Eso es lo que yo no entiendo.

-¡Parece mentira que un barbero no entienda eso! Pues figúrate tú que el rey de España te llama hoy para darte un premio, con tal de que vayas a Madrid andando y llevando sobre tus hombros una cruz no muy pesada. Tú te echas la cruz a cuestas, y caminando, caminando llegas a la Corte al cabo de un mes, más sucio que un trapero, con más pelo que un gitano y más barbas que un capuchino. Dime: si esto te pasara. ¿Irías de esa manera al Palacio de Oriente para recibir el premio?

-Claro está que no, porque ni yo iría a presentarme sucio delante del Rey, ni, aunque quisiera ir me dejarían entrar.
 
-Pues, ¿entonces que harías?

-¡Toma! pues lo que está usted haciendo; meterme en una barbería a que me pelaran, y me afeitaran y me dejaran decente para ir a tratar con S. M. el rey.
 
-Eso mismo! Suponte, pues, que el Purgatorio es una barbería y estamos entendidos.
 
 La gente rompió a reír y el oficial preguntó:
 - ¿Cómo? ¿Qué esto es un Purgatorio? ¿Tanto mal le hago a usted? ¿No es buena la navaja? ¿Cojo otra?
 
 
-Hombre no, ¡no es eso!
 
 -Pues entonces ¿Es que aquí martirizamos a los parroquianos?
 
 -¡Tampoco!
 
 - ¡Cuidado con las indirectas del tío Alejandro!
 
 -¡No, hombre, no son indirectas: quise decir que esta vida es una peregrinación o un viaje para la otra, que por esta razón dice la copla que todo hombre es peregrino de esta vida en el pasaje; el niño empieza el viaje y el viejo acaba el camino. Porque todos nosotros estamos obligados sin remedio a comparecer un día, no ante el rey de España, sino ante el Rey de cielo y tierra. El viaje para visitar esa corte del Rey de reyes, lo emprendemos al nacer y unos gastan en ese camino diez años, otros veinte, otros cuarenta, otros sesenta y otros ochenta o algo más. Después de tantos años de viaje por un camino tan cenagoso y resbaladizo como el de la vida, es natural que lleguemos a la última posada (que es la de la muerte) sucios, llenos de barro y con más lana encima que ni carnero por esquilar. Y ¿quién se atreverá a presentarse de esa manera ante el Rey de la gloria? y ¿cómo es posible que nos dejen entrar en el cielo de ese modo? ¡No puede ser! Y por eso los Angeles, que nos quieren mucho, nos dicen donde está la barbería, llamada Purgatorio, y allí nos metemos nosotros para que nos corten la melena, nos monden la barba, nos cepillen el polvo y nos dejen como un palmito; y hecho esto, salimos de allí para el cielo con cara de pascua.
 
 -¡Carambita con el tío Alejandro! Parece un libro, cuando se pone a ensartar sentencias.
 
 -Pero, hombre; ¡si eso está más claro que el agua! ¿qué es lo que pasa aquí? Entra uno barbudo y desmelenado; tú coges las tijeras, y el peine, y chá, chá que chá, cháquechá, le cortas el Cabello; luego le enjabonas bien la cara, tomas la navaja, y ¡tras! con dos tajos la primera mano, después la segunda, enseguida el lavatorio con unas gotitas de agua colonia y, por último, sus polvitos o pomada para que no se queme el cutis con el aire. En fin; que entra uno aquí como un oso viejo, y sale rejuvenecido, y perfumado, como las rosas de Mayo.
 
 -Dígame, ¿quién hace de barbero en el Purgatorio?
 
 -Según dice un libro viejo que yo tengo, son los ángeles; y los tormentos que allí se padecen hacen las veces de navajas, tijeras, peines, etc.
 
 -Entonces, para qué sirven las oraciones que rezamos por ellos?
 
-¡Qué preguntón te has vuelto!
 
-Dígalo usted y no le pregunto más.
 
-Pues nuestras oraciones hacen con las almas las veces de jabón y los perfumes. Y si quieres saber para qué sirven, ponte a afeitar a uno sin jabón y verás como sufre las de Caín; enjabónalo luego bien y verás con que suavidad corre la navaja. Pues aplica el cuento. Las almas del Purgatorio que no tienen quien ruegue por ellas, padecen comparativamente, como el que es afeitado a secas; y las almas que tienen aquí muchos sufragios, como el que es afeitado con la barba bien remojada. ¿Comprendes?
 
-Comprendo que sabe usted más que una librería. ¡Pues no sé, si tiene gramática parda el tío Alejandro!
 
-Vamos; date prisa y acaba pronto.
 
- Diga, tío Alejandro: ¿Y las almas pagan también sus cuartos al que las afeita?
 
-Ya te he dicho que eres más preguntón que una monja.
 
-Ande, dígalo mientras que acabo.
 
-¡Que sí, hombre, que si! ¿No te caíste la otra noche y estuviste a punto de matarte? ¿No te cortaste la otra tarde afilando la navaja y te llegó la herida hasta la misma vena arteria?

-Si, Señor.

-Y quién sabe si el no haber tenido una desgracia en esas ocasiones y en otras muchas, lo debes a las almas benditas que están en el cielo rogando por ti, para pagarte lo que has hecho por ellas. ¿No te acuerdas de rogar algunas veces por tu difunta madre o por tus hermanos?

-Todos los días. No me acuesto ninguna noche sin pedirle a Dios por los difuntos de mi familia: en especial cuando oigo el toque de ánimas, que entonces, rezo de más buena gana.

-¿Y crees tú que el alma de tu madre no te pagará con ganancias desde la otra vida lo que tú hagas aquí por ella? No tengas duda, que como tú logres afeitar (quiero decir sacar un alma del Purgatorio), te lo ha de pagar mejor que nosotros. ¿Estamos?
 
-Si, señor, ya está usted pero bien a pesar mío, porque quisiera volverle a preguntar más cosas del Purgatorio.
 
-Pues déjalo para otro día, que hoy no puedo más.
 
Y añade el viejo pergamino, de donde yo he copiado este cuento, que el barbero de mi pueblo comprendió tan perfectamente la idea del Purgatorio con las comparaciones del tío Alejandro, que nunca más volvió formular ni de veras, ni por broma, la pregunta algún tanto desdeñosa de los impíos, y que, por desgracia, se oye con bastante frecuencia en boca de algunos cristianos, que quieren ser tenidos por católicos.
 
Que tú, lector amado, no la formules nunca, y que ruegues mucho por los fieles difuntos, es lo que encarecidamente te suplicamos.

 
 

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