Señor, Dios y Padre Nuestro Celestial:
Tú le diste a Santa Juliana la corona del gozo eterno
porque ella dio su vida antes que renunciar a la virginidad
que había prometido en testimonio de Cristo.
Alentado por tu generosidad, te ruego que
me ayudes a salir de la esclavitud de mis deseos terrenales
para alcanzar la gloria de tu reino.
Oh Dios, que me alegras hoy con el recuerdo
de Santa Juliana, Virgen y Mártir,
concédeme que sus méritos me ayuden e intercedan
para iluminar mi vida con el esplendor
de su ejemplo de castidad y fortaleza.
Gloriosa Santa Juliana, te imploro
para que vengas a mi, y llegues
a todas las personas que están acosadas
tanto por tentaciones del demonio
como por sus actos diabólicos
así como por maldades de nuestros enemigos.
Que vuestras santas oraciones guíen
a los que buscan la piedad, y neutralicen
todos sus actos despiadados,
y que adquiramos fuerza y coraje victoriosos:
Alégrate, porque llenaste tu infancia de fe y no de frivolidad.
Alégrate, porque pasaste cada día reflexionando
sobre el propósito de la vida.
Alégrate, porque aplicaste tu intelecto a la verdad
y no a la trivialidad.
Regocíjate, porque pasaste cada noche meditando
sobre el significado último.
Alégrate, porque entregaste tu corazón a la curación
y no a la hostilidad.
Alégrate, porque construiste cada año
sobre abundantes palabras de sabiduría.
Alégrate, querida niña,
salvada de los desastres del engaño.
Alégrate, amada santa,
liberads de las fuerzas de la falsedad.
Alégrate, joven inocente,
liberada de las garras de la corrupción.
Alégrate, estimada mártir,
liberada del peso de la mundanalidad.
Alégrate, preciosa niña,
liberada del cautiverio de la carnalidad.
Alégrate, vida maravillosa,
rescatada de la prisión de la popularidad.
Alégrate, Santa Juliana, santa mártir
que alabaste y glorificaste a Dios.
Santa Juliana, naciste en Nicomedia,
y tu padre era pagano y muy conocido en toda la ciudad.
Te exigió que aceptaras a sus ídolos,
pues tenía una reputación que proteger
entre sus compañeros y ante las autoridades.
Sin embargo, no fuiste engañada, sino que dijistes:
Mi Dios está conmigo.
Descubriste al verdadero Dios,
el único Dios de los cristianos,
el mismo Dios que te atrajo a la Iglesia
y te bendijo con una percepción profunda
y una reflexión sobria.
Hoy adoramos al mismo Dios,
y te admiramos, Santa Juliana,
por tu integridad en un entorno difícil.
Dame tu protección, santa mía,
doblega a los demonios que aparecen en mi vida
como tu lo hiciste con la ayuda de Nuestro Señor.
Resta las fuerzas de mis enemigos
para que debilitados, no consigan su propósito
y dame las fuerzas necesarias
para distinguir al falso del verdadero amigo,
como tu fuiste capaz de hacer
doblegando al demonio engañoso y traidor.
Te lo pido para mi bien y para más gloria tuya,
de tu nombre y de tu memoria,
hasta que llegue el momento de que mi alma
acuda a presencia de Dios Nuestro Señor
y ante Él comparezca contigo, como abogada mía.
Amén.
Juliana acababa de casarse con Eulógio, alcalde de Nicomedia, cuando dijo que solo tendría sexo con él si aceptaba la fe en Cristo. Luego regresó a la casa de su padre, quien la desnudó y la golpeó duramente y luego la entregó al alcalde, quien preguntó:
"¿Por qué, mi querida Juliana, me decepcionas, al rechazarme?"
Ella respondió: "Si adoras a mi Dios, lo aceptaré, de lo contrario usted nunca será mi señor"
El alcalde: "Señora, no puedo hacer eso, porque el emperador haría que me cortaran la cabeza"
Juliana respondió: "Si tanto temes a un emperador mortal, ¿cómo quieres que yo no tema a uno que es inmortal? Haz lo que quieras, pero así no me tendrás"
El alcalde la hizo golpear severamente con una vara, y durante medio día, mandó colgarla de los cabellos, mientras se vertía plomo sobre su cabeza.
Como este tormento no la hacía daño, la encadenó y la encerró en una prisión, donde el diablo, en forma de ángel, la tentó diciendo:
"Juliana, yo soy el ángel que el Señor te envía para exhortarte a que sacrifiques a los dioses, para que no seas atormentada por tanto tiempo y no te mueras con torturas tan crueles"
Entonces Juliana se echó a llorar y rezó: "Señor mi Dios, no permitas que este ser me debilite, pues no sé quien me da esos consejos". Se escucho una voz diciéndole que lo agarrara y lo obligara a confesar quién era.
Haciéndolo lo levantó y le preguntó quién era, a lo que constestó que era el diablo y que su padre lo había enviado para engañarla.
Juliana: "¿Y quién es tu padre?".
Él respondió: "Es Belcebú, que nos hace hacer toda clase de maldades y nos hace azotar con rudeza cada vez que somos vencidos por los cristianos. Para mi desgracia pasó cuando vine aquí, porque no pude vencerlos". También confesó que se mantuvo alejado de los cristianos cuando celebraban el misterio del cuerpo del Señor, cuando oraban y escuchaban los sermones. Entonces Juliana le ató las manos a la espalda y empujándole hacia atrás, lo tiró al suelo y lo golpeó con fuerza con la cadena a la que estaba atada. El diablo gritó y rogó: "Mi señora Juliana, ten piedad de mí"
En eso, el alcalde ordenó que sacaran a Juliana de la cárcel, y cuando ella salió, arrastró detrás de ella al demonio atado, que no dejaba de decir: "Mi Juliana, no me hagas hacer más el ridículo, porque de ahora en adelante ya no podré dominar a nadie. Dicen que los cristianos son misericordiosos, pero no tienes piedad de mí."
Ella lo arrastró así al otro lado de la plaza, y luego lo arrojó a una letrina. Al llegar ante el alcalde, la ataron tan brutalmente a una rueda que todos sus huesos se desprendieron y la médula salió de ellos, pero un ángel del Señor rompió la rueda y la curó instantáneamente.
Los que fueron testigos de esta maravilla creyeron y fueron decapitados, los hombres en número de quinientos y las mujeres en número de 130.
Después de eso Juliana fue arrojada a una caldera llena de plomo fundido, pero el plomo se convirtió en un baño de agradable temperatura. El alcalde maldijo a sus dioses por no poder castigar a una niña quien les había infligido un daño tan grande. Luego la hizo decapitar. Llevándola al lugar donde había de ser ejecutado, el demonio al que había vencido apareció bajo la apariencia de un hombre joven, gritando:
"No la perdones, porque despreció a los dioses y me golpeó violentamente esta noche. Dale su merecido". Entonces Juliana se puso de pie y abrió los ojos para ver quién le hablaba así. El demonio huyó, exclamando: "¡Oh, pobre de mí! Sigo pensando que esta chica me quiere arrestado y encadenado".
Después de la decapitación de Juliana, estalló una tormenta en la que el alcalde y 34 hombres que lo acompañaban se ahogaron en el mar.
Sus cuerpos, vomitados por las aguas, fueron devorados por animales y pájaros.
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